Juan Sobrini, fotografiado esta semana en BattamBang (Camboya)

Juan Sobrini: «Merece la pena trabajar por la dignidad de cualquier persona»

Cooperante vallisoletano en Camboya desde 2017, se declara feliz porque tiene muy claro que está donde tiene «que estar»

J. I. Foces

Valladolid

Sábado, 30 de abril 2022, 00:05

He aquí un joven que ha encontrado la felicidad en la vida ayudando a personas necesitadas. Juan Sobrini (Valladolid, 31 años). Un día de febrero de 2017, se quitó la corbata en su despacho de la consultoría en la que trabajaba en Madrid y puso ... rumbo a Camboya, a la ciudad de Battambang, a 10.700 kilómetros de su Valladolid natal. Dejó un próspero futuro profesional, tras haberse graduado en Derecho y Administración de Empresas (DADE), y decidió convertirse en cooperante y asesorar en operaciones y programas a la organización no gubernamental en la que se integró, que es el equivalente a lo que sería en España una Caritas diocesana. Además, imparte clases a niños discapacitados, en zonas rurales alejadas del más mínimo y esencial desarrollo. Ayuda a todo el que lo necesita porque, dice, así es feliz, muy feliz.

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–Cuesta entender por qué, con la vida encauzada, con éxito profesional, un joven de 31 años lo deja para irse a un programa de voluntariado en Asia.

–Veía que en ese mundo en el que estaba si no cortaba para hacer este voluntariado, no lo haría nunca. Era el momento de hacerlo.

–¿Y eligió Camboya por...?

–Tenía amigos de Valladolid que habían estado aquí. Dos médicos, que habían trabajado como voluntarias, y un jesuita asturiano que permaneció muchos años en Valladolid, José Mari Rodríguez Olaizola. En su estancia en Camboya quedó maravillado por la misión de la Iglesia aquí, con personas con discapacidad, educación en pueblos remotos, desarrollo rural... Siempre me lo recomendó. Y me fié de él.

–Esto del voluntariado no llega de la noche a la mañana, ¿no?

–Yo había hecho voluntariados en el propio Valladolid, relacionados con la pastoral de los Jesuítas; en Madrid, con la organización italiana San Egidio, que trabaja con personas que viven en la calle en muchas capitales europeas, y el verano de 2016 estuve en Perú, en un voluntariado para niños en situaciones de aislamiento. A la vuelta decidí que quería hacer ese parón en el trabajo.

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Juan Sobrini.

–¿Cómo planteó en casa eso de «dejo el trabajo y me voy a Camboya a ayudar a los necesitados»?

–Como no era la primera vez que lo planteaba, a mis padres no les pilló de sorpresa. La verdad, se mostraron muy contentos. En Deloitte trabajaba mucho, muchísima dedicación en horas, en esfuerzo, y al final era un momento bonito para parar y salir de esa vorágine de trabajo.

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–¿Nadie le dijo que tiraba por la borda una exitosa vida académica y laboral?

–Una parte de lo bonito de la decisión era eso, hacer renuncia, creer que profesionalmente era un poco tirar una oportunidad laboral y de vida en ese momento. Sin embargo, todo lo que he aprendido aquí me podrá servir en el futuro para otras oportunidades de trabajo. Lo difícil, y a la vez lo bonito de esa decisión, fue ese vértigo que te da saber que estás desaprovechando muchas oportunidades.

–Llegó a Camboya... ¿y qué hizo?

–Me integré en lo que sería la Caritas de la diócesis de Battambang. La Iglesia de Camboya está dividida en tres diócesis y yo estoy en la de Battambang, que cubre el oeste del país. El obispo, el misionero que lidera esta diócesis, es español, el jesuita Quique Figaredo, un asturiano que lleva más de 30 años en Camboya.

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Una de las trabajadoras del centro textil en el que desarrolla su tarea de cooperante en Camboya el vallisoletano Juan Sobrini.

–¿Su tarea, cada día, cómo es?

–¡No hay dos días iguales! Cuando llegué sobre todo estuve trabajando en empresas sociales. Especialmente centrado en un centro textil que tenemos para dar trabajo a personas con discapacidad. Llegamos a tener hasta 125 trabajando simultáneamente en el centro textil, 40% de ellas con discapacidad. Ahí es donde más tiempo he estado.

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–Una empresa con 125 empleados es de tamaño considerable.

–Surgió de la mano de un empresario español que tiene fábricas de punto en Camboya y que a nosotros nos ayudó a establecernos con un taller. Vicente Laborda, zaragozano, que se ha dedicado al textil toda su vida. Su empresa se llama Ibercotton. Ese centro textil se montó en Camboya en 2014, tras conversaciones desde 2012. En 2017 decidimos ponernos al día en muchas cosas ya que habíamos nacido como un pequeño centro textil para hacer subcontratas de otras fábricas y nos dimos cuenta de que teníamos que ser autónomos en producción y buscar tarea para dar empleo a más personas.

–De una extracción social baja...

–De entornos muy vulnerables, de zonas rurales, personas que no tienen ninguna posibilidad de acceder a un empleo. Esto fue desde 2017 a 2020, pero llegó el covid.

Juan Sobrini.

–Y se paró el mundo.

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–Con toda la formación hecha, estábamos preparados para hacer grandes órdenes de producción. De golpe, se cancelaron todas y nos quedamos a verlas venir. Fue entonces cuando decidimos lanzar nuestra propia marca.

–¿De trabajar para otras marcas a hacerlo con una propia?

–Se llama Mutitaa (mutitaa.com). No nos quedó otra que reestructurar todo el centro textil que teníamos. Nos lanzamos a nuestra marca para generar nuestro propio trabajo, al no tener ya el que nos encargaban, y salimos al mercado en octubre de 2021. Nuestro centro textil hace jerséis de punto, chaquetas... Prendas de punto. De momento, es algo pequeño. Nos lanzamos en España y tuvimos una campaña de invierno y Navidad fuerte.

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–Sin ese centro productivo, ¿esas más de 100 familias camboyanas estarían sin ingresos?

–Son personas muy vulnerables, gente que no tiene posibilidades de acceder a un empleo. La mayoría no ha dispuesto de oportunidades de formación, muchas de ellas tienen discapacidades, encima en un entorno rural que no ofrece nada más allá que el campo y la construcción.

Juan Sobrini, posa con dos trabajadoras del centro textil de Battambang.

–Pero ha de ser dificilísimo que se integren en un sistema de trabajo reglado.

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–Lo que hacemos es adaptar cada puesto de trabajo a las capacidades de cada persona. Creemos que cualquier persona puede tener cabida en un sistema productivo, un sistema justo e inclusivo. Y es un sitio precioso donde no solo se da trabajo, sino que además se crean relaciones humanas, de las que han salido muchas familias, con niños.

–Por mucho que le absorba, Mutitaa no centra el 100% de su actividad, ¿me equivoco?

–Trabajo en otras actividades de la ONG, impartiendo educación en pueblos remotos y atendiendo a personas con discapacidad. Y junto a ello, un proyecto de desarrollo rural. En 2021, Quique Figaredo me ofreció quedarme en un puesto de más responsabilidad dentro de la Caritas diocesana de aquí. Ahora mismo trabajo tanto en el centro textil, junto a un restaurante y un hotel que acabamos de abrir para generar empleo e ingresos que nos ayuden a financiar toda la actividad social que tenemos, y luego está la ONG, Karuna Battambang. Ayudo en todo lo que es la planificación financiera y de trabajo, organizar los informes finales a los donantes y la relación con ellos.

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–¿Hay que dar por hecho que usted es feliz en Camboya?

–Profundamente feliz, intentando ser consciente de las dificultades y el sufrimiento de la gente que veo a mi alrededor.

Juan Sobrini, con dos de los jóvenes a los que imparte clase en Camboya.

–Rodeado de sufrimiento, ¿cómo se puede ser feliz?

–Porque tengo claro que estoy donde tengo que estar. Me siento acogido por esta comunidad, Me siento en familia. Además, ahora estoy casado.

–Insisto: ¡Pero ve muchas dificultades alrededor!

–Pero pese a las dificultades, vemos que se puede hacer algo. Eso no quiere decir que se pueda cambiar la realidad de un día para otro, porque la realidad es muy complicada, pero este es un sitio en el que pueden hacerse muchas cosas.

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–¿Feliz con gente pobre, rodeado de mucha miseria...?

–Sí, se ve mucha miseria de gente que tiene muchas dificultades en la vida y que está apartada de los niveles de desarrollo que en otros sitios de Camboya sí que hay.

Juan Sobrini posa con una de las jóvenes que trabaja en el centro textil de Camboya en el que él está como cooperante.

–Las comodidades del primer mundo allí son utopía, ¿verdad?

–Camboya es un país en el que ha habido mucho desarrollo, gracias a inversiones extranjeras, sobre todo inmobiliarias, pero también fábricas que han venido. Hay una economía que se mueve. El problema que hay es toda la gente que ha quedado descartada, gente que vive en el campo como se hacía hace 30 años. Todas esas personas que viven en entornos muy rurales, que en la época de lluvias están aislados y que en las escuelas que tienen, si es que las tienen, los niveles de educación son muy bajos. Lo que más me llama la atención es la pobreza de los sistemas educativo y sanitario. Se ve mucha miseria.

–Esa sociedad padeció lo inimaginable con la dictadura de Pol Pot. ¿Quedan huellas de ese atroz pasado?

–Necesitaría tener una visión de más largo plazo, pero todavía hay huellas de todo aquello que pasó. Hay muchas organizaciones que están trabajando con ese estrés postraumático que todavía mucha gente padece, porque lo que se vivió es terrible, y no solo en la época de Pol Pot sino por todos los años de guerra hasta final de los 90. Y quedan explosivos, minas, que le siguen explotando a personas que ni siquiera habían nacido en aquella época.

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–¡Minas!

–En uno de nuestros proyectos, el Centro Arrupe para niños con discapacidad, tenemos tres menores que hace poco tiempo han sufrido accidentes con minas. Uno está sin una mano y los otros dos, cada uno sin una pierna. Es verdad que cada vez hay menos, de hecho ahora se está en una media de menos de un accidente a la semana, pero sigue habiendo.

«El dinero es imprescindible para que todo se mueva pero lo que cambia la realidad es el acompañamiento personal»

JUAN SOBRINI

Cooperante vallisoletano en Camboya

–¿La realidad que ayuda a superar se soluciona con dinero?

–El dinero es imprescindible para que las cosas se muevan, pero lo que transforma la realidad de las personas es el acompañamiento, tener un equipo comprometido para que las personas con las que estamos trabajando puedan salir adelante de verdad, hacer seguimiento, animar a las familias a que vayan adelante.

–¿Y notan si eso es efectivo?

–Se ven transformaciones de la vida de las personas con muy pequeños gestos. Gestos a veces como que una sola hija en una familia anima a sus padres a ir a trabajar todos los días, a que no beban, a que no se dediquen a apostar, a animar a sus hermanos a ir a la escuela todos los días... Y así se van generando estructuras de desarrollo.

–¿Está haciendo lo que quiere para ser usted mismo?

–Creo que sí. Estoy viviendo en ese entorno que de alguna forma soñaba, en el que poder entregarme, trabajar con personas sencillas para que puedan salir adelante, a pesar de la dureza y la exigencia del día a día.

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–¿Es más llevadera la tarea de voluntariado desde la base de su formación cristiana?

–Soy católico practicante y eso apoya mucho en una decisión del calibre de la que tomé yo de dejar una vida acomodada como la que tenía.

–Pero ayuda, ¿cómo?

–A confiar en aquello que llevas dentro, en esa llamada interior de adaptarte a una vida más de servicio.

Juan Sobrini y uno de los jóvenes a los que imparte clase en Camboya.

–Si tuviera que quedarse con una enseñanza de los años que lleva en Camboya, ¿cuál sería?

–Que merece la pena luchar por la dignidad de cada persona, trabajar por la dignidad de las personas, entender que todas las personas tienen derecho a una dignidad, que merecen un empleo, una casa, unos niveles de higiene, una educación, una familia estructurada. Que merece la pena luchar por todo ello, trabajar con ellos porque al final es posible conseguirlo. La clave de todo para que las cosas funcionen es el acompañamiento personal. Quique nos dice que no minusvaloremos la presencia personal, que es la que puede cambiar la realidad: estar con la gente, animarla, seguirla.. Eso transforma la vida de las personas.

–A usted le cambió la vida ya una vez. ¿Cree que le puede volver a cambiar?

–Sí, sí, sin duda.

–Lo de ponerse la corbata a diario y volver a una oficina del Paseo de la Castellana, ¿es pasado?

–Quién sabe, quién sabe, pero ahora mismo lo veo un poco lejos.

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–¿Se ha planteado ya qué quiere ser de mayor?

–Me gustaría seguir trabajando en algo que tenga sentido, impacto en la sociedad y apoyo a personas que lo estén pasado mal.

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