
Los veteranos investigadores de Homicidios dicen con cierta añoranza que antes se pasaban más tiempo en la calle que delante del ordenador en busca de pistas. En los últimos 30 años se ha producido una auténtica revolución en la criminalística en torno al ADN y los últimos descubrimientos científicos, como la genética forense, junto con las nuevas tecnologías de la información y la aplicación de disciplinas como la antropología o la psicología. Pero en la metodología hay cosas esenciales que nunca cambian y que son vitales en la resolución de un caso. Como la denuncia en las primeras horas o un meticuloso tratamiento de la escena del crimen. El objetivo es intentar responder a las siete preguntas clave de la criminalística: ¿qué? ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿dónde?, ¿por qué?, ¿con qué? y ¿quién? para llevar al culpable ante los tribunales.
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Cuando el grupo de Homicidios recibe el aviso de que se ha encontrado un cadáver, la primera orden es que «nadie se acerque, toque ni mueva nada». Hay que acotar la escena y esperar la llegada de la comisión judicial, integrada por el juez de guardia, el médico forense y el letrado de la administración de justicia. Comienza la inspección ocular.
Una vez que el juez ordena el levantamiento del cuerpo para su traslado al Instituto Anatómico Forense tras una primera exploración superficial y realizado el reportaje fotográfico de su ubicación en el lugar, se realiza un auténtico escaneado del escenario del crimen por parte de los agentes: no queda nada por mirar ni punto sin fotografiar de las zonas donde se han recogido pruebas. Estas se guardan en bolsas selladas para garantizar la custodia y en su lugar se dejan testigos para que se pueda saber exactamente dónde fueron encontradas.
Todo ese material será llevado a los laboratorios y una vez analizado, se realizará un informe que, junto con el de la autopsia, que es esencial (los muertos hablan) para conocer las circunstancias de la muerte, las causas y la hora aproximada, será puesto en manos del juez instructor del caso. Este irá autorizando más diligencias a medida que lo soliciten los investigadores, como el balizamiento del coche del sospechoso, el registro de un domicilio o 'escuchas' de conversaciones telefónicas.
Además de las pruebas científicas y tecnológicas, los investigadores estudian el entorno de la víctima y toman declaración a las personas más cercanas a ella o que compartieron las últimas horas. Conocer a la víctima es muy importante para llegar a su asesino. La mayoría de las veces, el autor del crimen es alguien próximo. También interrogan a posibles testigos del suceso, aunque sus declaraciones suelen ponerse en cuarentena y tienen más peso las pruebas científicas que las testificales.
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Con todo este material, los investigadores tienen que resolver el puzzle que les lleve a la detención del autor del crimen y les permita poner al sospechoso a disposición judicial. El 'relato' de lo que pasó, cómo pasó, dónde, por qué y todos los interrogantes que permitan armar la acusación contra el investigado es fundamental para que el juez instructor concluya las diligencias del caso y decida encausarle para que sea juzgado.
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