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Ana María lo resume así: «Horrible». Y Evelia, compañera en la residencia El Villar, en Laguna de Duero, así:«Hemos vivido con los nervios encogidos» ... . Ambas están ya vacunadas y eso les ha llevado algo de tranquilidad tras un año pandémico doloroso. Para Ana, además, empezó de la peor forma posible. «No me ha dado tiempo a nada, porque me ha pasado una cosa tras otra. Me cortaron la pierna unos días antes de pasar todos estos follones, así que…», cuenta desde la silla de ruedas, en el porche en el que mantenemos la conversación con ambas. «Me viene una cosa tras otra», lamenta. Pero llama la atención la serenidad que le pone al asunto. «Estoy tranquila en eso [del virus], sí, sé que es así la vida y tiene que ser, y no hay que darle vueltas».
Echa de menos, dice, «la familia», aunque se ha tenido que hacer a la idea. Gracias, por ejemplo, al teléfono. «Ahora tenemos el móvil que estamos todo el día hablando continuamente, con mi hija, con la otra, con la que está en Canarias… Y todo así. No es la cosa de decir 'te tengo', aunque mi hija ha ido conmigo al médico esta mañana».
A Evelia Martín Gutiérrez, que presume ante la prensa con orgullo de hija periodista, le dieron una sorpresa inaudita en el hospital cuando fue a hacerse una radiografía. «Me dijeron 'si has tenido el covid, lo tienes curado'. No había notado nada. Me tuvieron 48 horas, me pusieron sangre porque tenía un poco de anemia y vine como estoy ahora», cuenta.
Su centro fue de los primeros de la comunidad autónoma en recibir la primera dosis de la vacuna de Pfizer. El día 30 de diciembre ya estaban recibiendo las primeras inyecciones. El día 21 de enero les pusieron la segunda a casi todos, salvo a quienes no pudieron por diferentes cuestiones. La más rezagada, por ejemplo, se la puso el miércoles y el retraso no tuvo que ver con el dichoso coronavirus. Así que ayer, 12 de febrero, habían pasado sobradamente el periodo recomendado para que la protección sea lo más completa posible. «Ahora estoy más tranquila con la vacuna», admite Evelia, que sin embargo está preocupada por los suyos. «Lo que estoy es más intranquila porque tengo dos hijas y un hijo y dos nietos, y a ver qué les toca. Porque ahora es el virus de Inglaterra y variantes de un sitio y de otro... Lo estaba oyendo ahora. Y está uno intranquilo por si les toca a los hijos, encima».
Echa de menos, dice, el aire. «Desde primeros de octubre no vemos la calle, más que el aire que nos entra por la ventana. El aire. Mi ventana está abierta y yo… ¡el aire!», dice, y parece como si lo aspirara a bocanadas disfrutonas. «Un día que me ha sacado mi hijo por la puerta, que ha venido a verme, no sabía andar. Como no andas en seis meses, ahora vas y ¡qué mal!».
Ana María maneja la silla de ruedas con precisión y Evelia se vale del «carrillo», como ella dice, para ir a buscar agua y «no molestar» llamando a las auxiliares. Evelia espera visita esta tarde. «Están un cuarto de hora con nosotros, pero ya los ves. A mi hijo no le dejaron venir porque trabaja en el hospital y le dijeron que no viniera mucho. Hablaba por teléfono con él y cuando vino a verme me hizo mucha impresión, porque me cogió en brazos… Y yo no me había dado cuenta, pero el covid me había comido. Siete kilos había perdido. Mi hijo se quedó helado, 'mamá, si no eres la misma'. Hacía seis meses que no me veía».
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