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El proceso de primarias de Ciudadanos en Castilla y León, cuyo último capítulo se vivió ayer –previsiblemente– con la proclamación de Francisco Igea como candidato a la Junta en perjuicio de Silvia Clemente, se ha convertido en la mayor crisis interna del partido ... desde su fundación. Un disparate durante el que, lejos de encarnar los postulados de la regeneración democrática que defienden, los de Albert Rivera han priorizado el efectismo de los fichajes en detrimento de la coherencia programática. Un despropósito, en fin, al que podría sumarse el agravante de un atentado a la transparencia, a tenor de las explicaciones ofrecidas ayer por los responsables de la formación naranja, que no aclararon si las irregularidades detectadas en el recuento de los votos obedecen a un error o a una manipulación voluntaria, y por tanto fraudulenta, cuyo objetivo era torcer el mandato democrático de los afiliados. En este sentido, quizás fuese conveniente la intervención de la Fiscalía en el caso de que considerase que pudo existir un ilícito en la dinámica de votación del partido.
Además del objetivo colectivo e inaplazable de recuperar la credibilidad como proyecto que enarbola la bandera de la regeneración, Ciudadanos tiene, en la persona de su candidato de las autonómicas de mayo, Francisco Igea, la obligación de recoser el partido en Castilla y León, roto en dos en las últimas semanas. El vencedor de las primarias ha de emprender de inmediato ese reto. Y debe valorar si en ese empeño es beneficiosa o no la integración en su proyecto de quienes, desde puestos de responsabilidad en la dirección regional, apostaron por la candidata perdedora. Haría mal el aparato de Madrid si no le otorgase a Igea toda la confianza y todas las herramientas necesarias para elaborar una candidatura en Castilla y León a su medida. La 'operación Clemente' se ha demostrado a la postre un error, pero de él Ciudadanos en Castilla y León puede construir una alternativa electoral, siempre que la apuesta se base en el proyecto político y en la selección de aquellos líderes capaces de anteponerlo, inequívoca y responsablemente, a sus intereses.
El episodio del 'pucherazo' mediante el que alguien quiso convertir a la expresidenta de las Cortes de Castilla y León por el PP en candidata de Ciudadanos a la presidencia de esa comunidad contiene todos los aditamentos de la prepotencia y de la ingenuidad, de la arrogancia y del descuido, de la temeridad con que demasiados dirigentes han hecho de la política un juego solo apto para ludópatas. Lo más deplorable del asunto está en que ni los valedores directos de la aspirante –José Manuel Villegas y Juan Carlos Girauta– ni Albert Rivera como responsable último, dieran ayer explicación alguna sobre lo sucedido, rindiendo cuentas públicas ante sus propios seguidores. Lo más asombroso es que, otra vez y al más viejo estilo, dirigentes nacionales de un partido que se dice nuevo han creído que pueden ordenar el juego partidario en cada autonomía con más displicencia que responsabilidad. Existen razones para pensar que la captación de Clemente por parte de Ciudadanos fue consecuencia de la falta de encaje que Clemente, con tantos años en la representación institucional del PP, tuvo en el seno de su anterior partido cara a las próximas citas electorales. Resulta preocupante que Rivera, Villegas y Girauta no lo tuvieran en cuenta. Pero es imperdonable que ahora se desentiendan de un episodio que compromete tan seriamente la credibilidad de Ciudadanos en algo tan crucial como la designación de sus candidaturas.
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