La identidad del vino como alfa y omega del constante trabajo basado en la originalidad

Desde que nació –Alfaro (La Rioja)– le han acompañado «los aromas del campo, la bodega misteriosa y el vino tradicional», explica Palacios. También una carrera de grandes éxitos y prestigiosos reconocimientos nacionales e internacionales, que jalonan su ya muy importante trayectoria.

Su padre le brindó la oportunidad de formarse internacionalmente. En la Universidad de Burdeos y en los viñedos del Garona «desarrollé la sensibilidad para apreciar el vino más allá de lo tangible». Entendió que «los grandes viñedos del Viejo Mundo tienen sus raíces en el sedimento cultural romano y ganan entidad con las órdenes monásticas de la Edad Media. Con estas bases y el trabajo secular de los hombres se encumbraron grandes vinos, sublimes en su sencilla belleza y en su gran sentido».

Vio que «España se había enfrentado a diversas vicisitudes históricas que derivaron en un alejamiento de los mercados más sofisticados de Europa. En contraste, los franceses mantuvieron la tradición de sus grandes zonas vinícolas», tratando sus vinos «como un producto muy exclusivo y de por vida». Así «creció en mí la añoranza por mi tierra», constatando «que aquí poseíamos los mismos ingredientes, con mayor intensidad incluso».

De esta forma fijó el objetivo de su vida: «Buscar viñedos en lugares con origen religioso y con viejas viñas», parcelas que restaurar según la tradición y con «algo especial que pueda transformarse en un vino de identidad sobrecogedora, de hondos misterios y encantos casi mágicos».

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