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Ramón y su hijo Juan Ramón durante una jornada de trabajo en su taller de la localidad salmantina de Fuenteguinaldo. S. G.
Herreros, la evolución del martillo y la forja a la soldadura
Reale Seguros. Pegados a la tierra

Herreros, la evolución del martillo y la forja a la soldadura

Ramón Calvo y ahora su hijo Juan Ramón, han vivido el oficio en casa desde niños y han experimentando la evolución propia de los tiempos

Silvia G. Rojo

Domingo, 18 de agosto 2024, 11:21

Da igual que se pregunte a Ramón Calvo o a su hijo Juan Ramón, los dos llevan «desde siempre, toda la vida», en el oficio de herrero y ambos, lo aprendieron de la misma manera, con la ayuda de sus padres.

«Mi padre tenía el negocio y empecé desde chiquinino, lo mismo le ha pasado a mi hijo, el oficio lo hemos aprendido en casa», explica Ramón que ya está en tiempo de descuento, laboralmente hablando. «Me da pena pero me tengo que jubilar, tiene que ser un día, que no es mañana es pasado y si no dentro de un mes, pero tiene que ser, a ver si encuentra a alguien para trabajar o lo soluciona de alguna forma y ya me quito del medio, que llevo muchos años». Y es que Ramón, por edad, ya podría estar retirado pero está esperando a que aparezca un operario que colabore en el trabajo con su hijo.

«Uno solo hay muchas cosas que no puede hacerlas, es imposible», reconoce Juan Ramón, que en relación a la mano de obra comenta que encontrar gente «es difícil pues los que no saben, no tienen ganas de aprender».

Su padre añade que hay mucha gente que «no quiere trabajar ni en lo mío ni en nada, no se dejan de buscar albañiles, electricistas, y no se encuentra nada».

Poco o nada tiene que ver el trabajo con el que dio sus primeros pasos Ramón y la labor actual. «Antes todo era cuestión de fragua, era forja, después se empezaron a hacer las puertas con tubo, ángulos y esas cosas, ya evolucionó a soldadura, pero antes no había, eran todo remaches».

Los herreros de otros tiempos «aguzaban las rejas para labrar, se preparaban los ejes de los carros pues no había soldadura y los calzaban con la fragua, todo era cuestión de fragua, algo que mi hijo no ha vivido pero yo sí», subraya el más veterano. «El trabajo ha ido a mucho mejor, adelantas más, antes con un martillo puro y duro y la fragua caliente lo hacías todo, no había más». El propio Ramón ha retirado recientemente la fragua que todavía permanecía en su taller de la localidad salmantina de Fuenteguinaldo por cuestión de espacio.

Desde ese punto de vista, el oficio de herrero ha desaparecido, «lo que es la fragua se ha perdido totalmente», matiza, «ahora se hace mucha carpintería metálica: puertas, balcones y cosas así, y es verdad que hay más gente que lo hace, pero fraguas no creo que quede ni una en toda la provincia de Salamanca», valora.

Aclara que en esa variante actual, la de la carpintería metálica, «sí que tiene que haber bastante gente, pero es verdad que si hay alguien en la cabecera de comarca al final en los pueblos no queda nadie y en nuestro caso porque se queda Juan Ramón si no, nadie».

El aludido confiesa que este oficio «me ha gustado desde pequeño y desde que dejé la escuela he estado con mi padre, voy a hacer 40 años así que llevo aquí con él, 24 años».

Le ilusiona el hecho de que «cada día haces una cosa nueva, trabajas cosas diferentes: una puerta, una reja, se puede decir que cambias de trabajo».

Su futuro lo vislumbra aquí, en su taller de Fuenteguinaldo, «si me gusta, para qué voy a cambiar», reflexiona el joven, «además me gusta estar en el pueblo, en la ciudad aguantaría poco tiempo, siempre he estado aquí».

Ramón opina que a la hora de aprender el oficio de herrero, «cuesta igual que todos los trabajos, como empecé con mi padre, poco a poco, no me ha costado, quizás si empiezas de cero es otra cosa».

Trabajo no les ha faltado ni antes ni ahora, aunque la época del 'boom' de la construcción también se dejó sentir. «Cuando se han hecho obras se ha notado, hay que hacer rejas y puertas; se funciona siempre y aunque rico no te haces, se vive».

Ramón concluye esta entrevista recordando cómo nada más comenzar en solitario cambió toda la maquinaria y las reformas que han ido haciendo en el taller. «Entonces solo tenías la máquina de soldar, la radial y para de contar».

Confiesa que algo que hacía su padre y nunca le gustó es herrar a los caballos. «Como él herraba, yo tenía que herrar pero lo hice muy poco, lo dejaba para cuando estaba él».

Los dos herreros junto a uno de los remolques fabricados en su taller. S. G.

Los encargos de hoy, para ayer

La parte menos agradecida de su trabajo, al menos para este padre y este hijo, es la presión a la que se ven sometidos en no pocas ocasiones. «La gente te mete mucha prisa, lo encargan hoy y lo quieren para mañana o para ayer y a nosotros nos toca andar corriendo», dice Juan Ramón con una sonrisa, al que le toca tirar en no pocas ocasiones, de la paciencia de la que carecen otros.

Los trabajos más laboriosos a los que se enfrentan depende, en buena medida, «de los dibujos que te mandan hacer, hay rejas de ventana muy laboriosas, puertas muy complicadas, y otras que son de chapa lisa pura y dura, la historia está en las figuras».

De momento en esta casa, la continuidad está asegurada, el oficio, aunque con las matices de los tiempos actuales, tiene continuidad.

El porqué

Algunos oficios tradicionales de nuestros pueblos y localidades están en peligro de extinción. Por eso, y a lo largo de seis entrevistas, pondremos cara y ojos a esas personas que, pegadas a la tierra, intentan que estos trabajos no desaparezcan. Su día a día, sus esperanzas y sueños de la mano de Reale Seguros y su compromiso con territorio y las personas que mantienen la vida en el entorno rural.

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