Entre el sonido de una máquina recreativa vomitando monedas y una celda hay menos distancia de la que socialmente se intuye. Ese recorrido lo ha cubierto ya Daniel a sus 35 años. Camarero, albañil, ahora preso en el centro penitenciario de Valladolid, cumpliendo desde 2015 ... nueve años de condena por robos con fuerza. Todo para conseguir dinero con el que seguir jugando ante las máquinas tragaperras que acababan devorando el botín logrado en robos en casas, coches, atracos. Pulsando la tecla de colores una y otra vez ante una melodía que para él era una ruta hacia el abismo. «Empecé muy pronto, jugando en bares con 13 o 14 años; primero con amigos, después solo. Iba siempre con gente mayor que yo, quería aparentar que estaba a su altura pero no era así», cuenta en la sede de la Asociación de Jugadores PatológicosRehabilitados de Valladolid (Ajupareva), durante su segundo permiso penitenciario.
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Sentado frente a dos grandes cartelas que anuncian el Día Nacional del Juego sin Azar , recordado cada 29 de octubre, Daniel contempla los lemas estampados en ellas: 'No te la juegues' y 'La apuesta siempre sale cara'. Todo eso lo sabe por vivido y sufrido y ha venido a contarlo a esta asociación en agradecimiento a sus desvelos por sacarle del pozo. Por ello ha abandonado la celda por unas horas, ofreciendo su testimonio de alerta a los más jóvenes que se dejan deslumbrar por el azar y sus promesas de euros fáciles. «Pisé la cárcel por primera vez con 19 años por robo con fuerza y conducción temeraria; desde entonces he pasado once años entrando y saliendo, la última vez en 2015, con una condena de nueve años que no termina hasta 2024», revela haciendo cuentas de las hojas de calendario que verá caer desde la ventana de una celda.
Por el camino, dos recaídas desde que en 2004 se decidió a pedir ayuda a su familia y a la asociación Ajupareva. «Una vez enganchado al juego necesitaba dinero a diario. Con el que sacaba trabajando no me daba para seguir echando a las máquinas. Llega un momento que necesitas 1.000, 2.000, 3.000 euros para jugar cada día... no tenía límite, lo que ganaba lo gastaba, y cuando se me acababa me dedicaba a delinquir más, robaba para jugar más».
Tiene muy presente que con su familia tiene una deuda pendiente de saldar. «Porque lo han pasado muy mal, mis padres sobre todo. La primera vez que decidí acudir a un tratamiento estaba hundido, me gasté muchísimo dinero, toqué fondo y vi que no podía seguir así, tuve que tirar de mis padres y empezamos a venir a terapias; le debo mucho al doctor Blas Bombín, a la psicóloga, al equipo técnico... fui saliendo y les doy las gracias por la persona que soy ahora gracias a su ayuda».
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En el testimonio de Daniel aflora tanto dolor como desquite contra la adicción. Y ganas de dar esquinazo al vicio de la musiquilla y los guiños de coloridas imágenes que emiten las máquinas recreativas. Cada una de ellas genera 3.600 euros anuales en impuestos a la administración regional. Por el camino, vidas como la de Daniel, intentando escabullirse de los tentáculos del juego. Piensa en ello cada día en la soledad de la celda, mientras coge fuerza para cuando salga y vuelva a ver a sus padres y a su pareja. Hasta entonces encara el paso de los días trabajando en el comedor del penal, se mantiene en forma gracias a los partidos de fútbol en el recinto carcelario y al deporte, a la vez que adquiere fortaleza mental y destrezas psicológicas en terapias en grupo e individuales. «Lo voy llevando, pero es muy duro. Fuera (de la cárcel) tengo la familia, mi mujer... pero hay que tirar para adelante para estar bien. Por ellos tengo que seguir con esto». Más que miedo siente respeto por volver a fallar a quienes sin desfallecer permanecen incondiconalmente insuflándole fuerza. «Gracias a las herramientas que me ofrecen en las terapias voy cogiendo confianza», se desahoga con un punto de esperanza.
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Lo que más cuesta arriba se le hace, confiesa, es entablar conversación con las personas. «Siempre he estado en círculos tóxicos, robos, drogas, ese es el pánico que tengo y he de afrontar. He pasado once años entrando y saliendo de prisión, me da miedo volver a fracasar».
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Aunque no ha probado el juego 'on line', sabe que está en auge, que entre sus víctimas predominan chavales jóvenes. «Con esos años no ves que eso es un problema, pero según va pasando el tiempo, si no se pide ayuda, al vicio luego ya no lo maneja nadie. Pensamos que el juego es divertido, que está de moda porque lo anuncian estrellas del deporte, pero trae consecuencias muy graves. En mi caso, la delincuencia, la prisión, perder a la famlia, que es lo más duro... ojalá pidan ayuda y no se dejen manipular por nadie, ni por las salas de juego, ni por el deseo de ser el más guay del grupo».
La falta de visibilidad social del drama de los ludópatas que acaban delinquiendo y la idea de que la adicción al juego es algo pasajero ha espoleado también a Daniel para hacer pública su historia. «Tengo ganas de abandonar todo esto para estar con mi famlia, el tiempo con ellos es lo más valioso. Si no es por su apoyo y por la asociación seguiría en la cárcel, sin horizontes, muerto o no sé. Vivir la vida con mi familia, tener una existencia tranquila... no pido otra cosa; mi trabajo, mi mujer, formar una familia y vivir. Vivir tranquilo y no volver a jugar. Eso quiero».
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