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He aquí el cuidador de la memoria histórica más reciente de los habitantes de Castilla yLeón. Más reciente y conflictiva. Ignacio Fernández de Mata, decano de Humanidades de la Universidad de Burgos (UBU), doctor en Historia, doctor en Antropología Social por la Universidad de Deusto ... y profesor investigador por las universidades de Bucaramanga (Colombia), Wisconsin-Madison (Estados Unidos), Kent and Canterbury (Reino Unido) y Puerto Rico-Mayagüez. Ha asumido el encargo de la Junta de Castilla yLeón de elaborar un mapa de las fosas comunes de la Guerra Civil en la comunidad autónoma. Goza de un más que acreditado prestigio personal y profesional, ganado a base de muchos años de trabajo universitario, de investigación académica, de contacto con las familias de los fusilados por el Franquismo y, sobre todo, del esfuerzo y la dedicación por dignificar a las víctimas que yacen en las fosas desperdigadas por toda la geografía regional.
–¿Cómo saber dónde hay fosas de la Guerra Civil en España? Solo lo sabrían quienes fusilaron, que muchos ya no viven, y quienes fueron fusilados.
–En algunos casos hay alguna información escrita sobre este tipo de actuaciones, pero fundamentalmente nos basamos en fuentes orales. Es muy importante en ese sentido la labor que se ha hecho, sobre todo de 2000 para acá, que es cuando se produce lo que algunos han llamado el estallido de la memoria.
–¿Estallido de la memoria?
–Existe mucha memoria hablada sobre esto, pero hay que tratarla con mucho cuidado, aplicándole una buena metodología. En muchos pueblos se conservan historias sobre la localización de las fosas, en algunos casos porque no solamente están implicados los asesinos y los fusilados, sino porque a veces se obligaba a muchos particulares a abrirlas. Lamentablemente ya estamos en unas fechas en las que cada vez es más difícil encontrar a testigos directos porque han ido falleciendo. Hasta la fecha, con este tipo de historias y datos, en las fosas que se han tratado de exhumar ha habido un 75% de acierto, pero también hay un 25% de casos fallidos, a los que se ha ido con las pistas que se tenían y no se han encontrado. Es una tarea que no es fácil y en la que conviene contrastar todos los datos.
–¿Es evidente que hay que tratar de hallar todas las fosas, exhumar los restos y enterrarlos en un lugar digno?
–Sí, claro. Las fosas del Franquismo son una ignominia cultural. Suponen un tratamiento deshumanizador. Esto es lo primero que tenemos que entender. Y yo creo que para quienes se acercan por primera vez a esta cuestión y a estas reclamaciones lo primero que tienen que entender es que esto son profundos dramas culturales, dramas además que se transmiten internamente en las familias de generación en generación. Entienden ellos que es que no se ha cumplido su ciclo como personas y muchas veces escuchas la expresión «Están por ahí tirados como perros».
–Muerte sin entierro, ¿verdad?
–Culturalmente, nosotros tenemos definido que el fin del ciclo de una persona ni siquiera acaba con la muerte. Tenemos espacios definidos, los cementerios, donde a esa persona se le entierra y, además, en la plenitud de su identidad: lápida con su nombre y fecha de nacimiento y muerte. Se convierten en lugares a través de los cuales podemos reconducir nuestro duelo.
FERNÁNDEZ DE MATA
–Algo que no tienen las familias de los fusilados en el Franquismo.
–Nos hemos encontrado en muchos casos con que las demandas de muchas familias están afectadas por un estrés postraumático: son personas que no han podido cerrar un duelo. Están en una especie de duelo permanente. Recuerdo que en una reinhumación en Aranda de Duero, una mujer que había perdido a su padre, después de enterrar la caja con los restos, me dijo: «Es que esta ha sido una muerte que ha durado tanto...». Hemos de entender que estas no son cosas pasadas, viejunas, que están gobernadas por el rencor o no querer pasar página; es un drama cultural, íntimo, familiar sobre todo. Todos entendemos que hay un tratamiento finalizador de la vida y eso es lo que subyace en esta cuestión.
–¿En la Transición no se pudo haber hecho más por la exhumación de restos de los fusilados y por dignificar su figura?
–No es fácil pronunciarse. Yo, desde luego, pienso que hubiera sido deseable, sin lugar a dudas: estábamos más cerca en el tiempo de las personas que más habían sufrido de manera directa. A veces es que contamos la Transición como que hubiera habido una especie de inmensa ola de acercamiento y bonhomía entre las gentes y eso no es verdad: hubo mucha tensión.
–¿Desaconsejaba eso impulsar las exhumaciones de fusilados?
–La administración con la que se inauguró la democracia venía plenamente de la dictadura, con todo lo que eso significa. La administración civil, por un lado. La burocracia militar y las fuerzas armadas pasaron en bloque a la nueva democracia. Y la burocracia religiosa, el gran apoyo del Franquismo desde el minuto cero, pasó igualmente. Sin hacer ninguna autocrítica por parte de ninguno de estos tres grandes bloques. Quiere esto decir que en manos de este tipo de cuerpos de gestión y administración que organizan la vida colectiva no fue fácil acometer tareas de atención a las lógicas y justas reclamaciones de las víctimas. Pero hay que recordar que desde el momento que muere Franco hasta bien entrados los años 80 hubo exhumaciones por parte de particulares y de familiares.
–¿Cómo pudieron realizarlas?
–En nuestra región, sobre todo hubo bastantes casos en Palencia y Soria, fundamentalmente. Son exhumaciones faltas de sistematicidad. Ahí no había ningún arqueólogo ni antropólogo forense al frente. Eran las familias y hay algunas fotos impresionantes de grupos familiares que se acercan al lugar de la fosa, con esas historias orales que sabían, y sacan los huesos. Recuerdo algunas en las que se ve cómo los introducen en cuatro o cinco ataúdes; como no saben y seguramente la forma de excavar provocó algunos destrozos, en un ataúd había varios cráneos, en otro varios fémures, en otro muchos costillares... Pero lo importante es que lo llevaron a los cementerios.
–¿El hecho de que el féretro del dictador haya sido exhumado del Valle de los Caídos anima a pensar que las fosas puedan llegar algún día a estar todas vacías?
–Sacar a Franco del Valle de los Caídos, ese inmenso mausoleo, con todas esas características de la ideología totalitaria que está hecha para impactar una serie de sensaciones, yo creo que es importante. En cuanto a que puedan salir todas las personas que están en las fosas comunes, que sería un fin en sí mismo, sería deseable. En algunos países en los que esto se ha hecho con más proximidad a las muertes ha sido más fácil. En el caso de España es deseable hacerlo lo máximo que se pueda para cerrar los dramas culturales de las familias y por una cuestión de salud democrática, porque esto es algo que, además, no se debe descansar en las asociaciones.
–Entonces, ¿en quién?
–Es algo que el Estado, con sus cuerpos oficiales forenses, debería asumir como una tarea propia, como se ha hecho en Alemania y otros sitios.
–¿El Estado?
–En realidad fueron los aparatos del Estado los que acabaron con estas personas sin razón ni justificación alguna.
–¿Qué impide que el Estado asuma esa tarea?
–En parte, la dimensión del propio trabajo. Son muchos, cientos de miles de personas, y por las muchas implicaciones que hay. Espero que la próxima Ley de Memoria Democrática muchas de esas cosas las solucione. Pero claro, hay ahí todo un problema que tiene mucho que ver con que entre esos asesinatos y el presente hubo 40 años de un régimen, que es una generación entera, con lo que supone de legislación, de organización, de acaparación de bienes, etc. Si las cosas se llevaran hasta donde deberían llevarse, incluso estamos hablando de muchos millones de euros.
FERNÁNDEZ DE MATA
–Si a usted le preguntara el Gobierno de España qué hacer con el Valle de los Caídos, ¿qué le respondería?
–El Gobierno tiene muy buenos asesores en esta materia, pero sí discrepo en algunas cuestiones. Me parece muy bien que se hayan sacado los restos de Franco de allí. Sé que lo que hay de fondo es una propuesta de resignificación del monumento, de darle otro contenido. Ahora bien, a veces no es fácil esto de la resignificación.
–Resignificación significa...
–Los académicos a veces proponemos cosas que suenan muy bien sobre el papel o con términos que parecen muy sólidos en cuanto a lo que se pretende con ellos, pero luego hay que tener claro cuál es la vivencia de la gente. Aunque esto suene un poco a barbaridad, yo tiraría la cruz del Valle de los Caídos.
–¡Tirar la cruz! Sí suena fuerte.
–No digo volarla ni destruirla: la cortaría y la pondría tumbada allí, de manera que, si alguien se quiere acercar a ver el valle, la contemplara desde el suelo y que si quiere admirarse de su tamaño... No propongo su destrucción, pero en cierta medida sí su deconstrucción. Hay que entender que este tipo de espacios, como el Valle de los Caídos, son concebidos desde el punto de lo que se denomina arquitectura brutalista o totalitaria. Están hechos para impactar.
–¡Y vaya si impactan!
–Mucha gente, como es lógico, cuando visita el Valle de los Caídos sale profundamente concernida de la sensación con la que ha sido concebida esa arquitectura para generar, precisamente, ese efecto. Por eso, tiraría la cruz como una manera de evitar justamente esa propaganda con la que fue creada: esa es una cruz de la victoria, en realidad, es una cruz de parte, no es una cruz integradora ni reconciliadora.
–Pero entonces, ¿la resignificación en qué consistiría?
–Hay que explicar mucho qué fue aquello, cómo se construyó, qué se buscaba y eso no es fácil por el propio impacto del monumento. Además de eso, habría que detener la conservación del monumento.
–¿Que se estropee?
–En cierta medida, dejarlo que se fuera deteriorando, que de una manera lenta se fuera cubriendo de musgo y líquenes y que en su propio envejecimiento se pudiera ver también lo trasnochado de esa ideología, como una situación ya superada. A mí me cuesta mucho leer que en las estadísticas de visita de monumentos de Patrimonio Nacional el Valle de los Caídos es uno de los más visitados: no deja de ser un monumento que incluso producirá ingresos al Estado por la vía de las entradas que venden, pero yo preferiría que entrara en una sensación de decadencia no peligrosa, que no supusiera un peligro, pero sí que diera a entender lo que esa ideología trataba de trasladar.
–En su contacto con los jóvenes, por su actividad docente, ¿cómo ve que perciben ellos lo que fueron la Guerra Civil y sus posteriores represalias?
–Hay de todo. Lamentablemente sí que me he encontrado mucha ignorancia sobre ese periodo, porque el propio sistema educativo es bastante poco eficaz en lo que es trasladar la historia y, por lo tanto, tienen unas inmensas lagunas. Y unas conclusiones...
–¿Por ejemplo?
–Algunos a veces hablan de Franco como que fuera coetáneo de Fernando VII. Sin embargo, cuando han asistido a alguna reunión en la que ha habido testimonios de familiares contando estas historias de los asesinatos de sus allegados, cuando han visto las imágenes de las fosas comunes en las exhumaciones y se les ha explicado lo que contienen, lo entienden perfectamente. Pero como están tan lejos, digámoslo así, de los sucesos emocionalmente y con conocimientos tan flojitos, lo curioso es que lo que les viene a casi todos son comparaciones con elementos que proceden del cine de tipo histórico.
–¿Películas de guerra?
–Lo relacionan mucho con películas de nazis, de la Segunda Guerra Mundial. No tienen otros recursos para describir ese horror.
FERNÁNDEZ DE MATA
–De su tesis doctoral surgió el libro 'Lloros vueltos puños, el conflicto de los desaparecidos y vencidos en la Guerra Civil española'. ¿Lloros vueltos puños?
–Quería resaltar con ello la importancia de la lucha callada, de la resistencia, por un lado, y de la lucha callada y a la vez portentosamente eficaz, al final, que es justamente el sufrimiento de las familias. Esos lloros que han sido íntimos, en silencio, escondidos. Es un luto callado, silencioso, interior y, por lo tanto, escondido; son lloros que se tragan, que se han vivido de puertas adentro, pero que sobre todo a partir de la exhumación de los trece de Priaranza del Bierzo...
–En octubre de 2000...
–Es la que dio origen a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. A partir de esa exhumación esto se vuelve público y las familias que antes estaban solas y perdidas en sus pueblos o en las ciudades a las que emigraron, empiezan a contactar entre sí o a través de las asociaciones, y eso lleva a la culminación en 2007 de la Ley de la Memoria Histórica del Gobierno de Zapatero y hoy, a la de Memoria Democrática. Se hacen públicas, se sacuden el miedo y el temor se vuelve reivindicación: eso es lo que quería mostrar con la reivindicación del puño, de darle fuerza, convicción, visibilidad y no el carácter del lloro, que es íntimo.
–Lleva diez años como decano de Humanidades de Burgos y ha desarrollado una notabilísima actividad en docencia e investigación académica. ¿Tiene ya claro qué quiere ser de mayor?
–Quiero poder seguir haciendo lo que hago ya que me parece una bendición, un privilegio absoluto. Me gustaría, eso sí, tener un poco más de tiempo y dedicarme a escribir otras cosas más creativas, más literarias. No sé cuándo lo podré hacer, pero desde luego no tengo motivos para quejarme.
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