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He aquí uno de los máximos exponentes en España de la trascendencia de la investigación universitaria y de la aplicación del Análisis Geográfico Regional en la vida cotidiana de los individuos que conforman una sociedad. Eugenio Baraja, catedrático de la Universidad de Valladolid, en la ... que lleva más de tres décadas. Vallisoletano de Mota del Marqués, el profesor Baraja es en estos momentos quien mejor conoce las claves por las que pasa el futuro desde el punto de vista de las energías renovables y las consecuencias que tendrán no solo en la modulación del paisaje que nos rodea, sino incluso en cómo influirán en la mentalidad humana y en los hábitos de los consumidores.
–¿Estamos ya en el mundo de las energías renovables o esa era tardará en transitarla el ser humano?
–Estamos de lleno en el proceso de implantación de tecnologías que aprovechan recursos renovables. Pero todavía tenemos muchísimo recorrido.
–¿Pero es el anticipo de lo que vendrá?
–Para hacerse una idea: se está acelerando el desarrollo de la política de descarbonización y, consecuentemente, los objetivos que estaban previstos para 2050 van a ser mucho más ambiciosos.
–¿Cómo de ambiciosos?
–España se había comprometido a implantar del orden de unos 89 gigavatios (y hay instalados ahora unos 39) en energías renovables, fundamentalmente fotovoltáica y eólica. En la próxima década tiene que acelerar todo este proceso para que la implantación pueda cumplir con el objetivo.
–Da la impresión de que ese cambio estructural en las fuentes no va acompañado de un cambio de mentalidad.
–Efectivamente, este cambio estructural es lo que se llama transición energética, un cambio de un gran calado, cuya manifestación más evidente es la modificación en el mix de producción de energía. Vamos a sustituir unas fuentes por otras.
–¡Pero no es la primera vez que se hace en la historia!
–Lo que ocurre es que esta es muy acelerada por la urgencia de lo que ya se llama crisis climática. El foco se ha puesto en las emisiones de CO2, luego la clave va a ser descarbonizar, cuya vía más evidente va a ser la electrificación de la economía. Pero, claro, la transición energética no es solamente el cambio en el mix, el sustituir fósiles por renovables, sino que también implica poner al consumidor en el foco.
–¡Ah! ¿Pero no lo está ahora?
–Con el modelo precedente, que era básicamente industrial, el consumidor se limitaba a pagar todos los meses el recibo de la luz y a quejarse cuando este subía mucho, pero realmente tenía muy poca capacidad para actuar.
–¿Y va a dejar de ser así?
–Ahora se quiere volver a poner el foco en lo que se llama prosumer, productor y consumidor. La transición energética tendrá muchas dimensiones: tecnológica, regulatoria, y por lo tanto política, ética, por supuesto, y democrática: la democratización energética. El consumidor, por tanto, debe tener la capacidad para producir su energía, para consumir parte de ella, para suministrarla, etc.
–Las transiciones energéticas han llevado asociados procesos socialmente traumáticos. Castilla y León lo sabe bien por el cierre de las minas de carbón. ¿Hay que temer episodios tanto o más complicados que éste?
–Hasta ahora ese modelo industrial era fuertemente centralizado y unidireccional, apenas un centenar de instalaciones hasta hace una década producían la mayor parte de la energía eléctrica, en los sistemas hidroeléctricos, térmicos, tanto tradicionales de carbón, de fuel, como nucleares. Esa energía que se producía se trasladaba por redes eléctricas de alto voltaje para que con sus correspondientes subestaciones, bien de transporte, bien de consumo, llegase al consumidor final, que también estaba concentrado. Por lo tanto, en el momento que se habla de descarbonización, lo primero que va a ir fuera, en el sistema de producción energética, en este caso de electricidad, va a ser aquellas que emitan más CO2, en este caso, las térmicas de carbón. Como tiene una implantación muy localizada (El Bierzo, La Robla, Compostilla, la Montaña de Palencia...) el impacto es muy fuerte tanto por el consumo de carbón como por todo lo que conlleva su transformación en electricidad.
EUGENIO BARAJA
–Castilla y León se supone que lo tiene todo para ser gran productora de energía eólica, fotovoltáica, de biomasa... Y sin embargo, ¿por qué parece que no destaca más como tal en el panorama español?
–Castilla y León siempre ha sido líder en la generación energética y particularmente en eléctricas. Y con un mix muy diversificado. Lo que ocurre es que de repente le hemos dado a ese mix un mordisco, por así decirlo, en el sentido del cierre de las centrales térmicas de carbón. Con lo cual, aproximadamente un veintitantos por ciento que era lo que efectivamente tenía Castilla y León ahora se ha mermado. Pero somos líderes en potencia eólica, tanto instalada como de producción, a la par con la hidroeléctrica. Estamos hablando aproximadamente de que un 22% de lo que se produce en Castilla y León es energía eléctrica de origen eólico. En fotovoltáico estamos ampliamente superados por comunidades como Andalucía, La Mancha, Extremadura, pero aún así hay un altísimo potencial. Como también en biomasa y otras fuentes renovables.
–Da la impresión de que lo que sucede es solo una lucha de las grandes empresas productoras por controlar el mercado y la distribución.
–Uno de los rasgos de la producción eléctrica es que siempre han tenido un gran protagonismo muy poquitas compañías que se encargaban de la producción y la distribución. Fuerte concentración empresarial, consustancial a las grandes inversiones que había que realizar, movilizando capital esencialmente privado. Como consecuencia de la dependencia que existía de estos recursos se generó un gran negocio, que ha ido derivando en un grado de concentración empresarial muy potente. Ahora llegan las energías renovables y, en teoría, son más asequibles, con lo que empiezan a aparecer nuevos productores. Eso se ve muy bien en el caso de la fotovoltáica...
–¡Los huertos solares!
–Cuando se empezó a hablar de productores nuevos, aquí teníamos empresas punteras, incluso un cluster solar muy potente. Lo que hace es democratizar la generación y la inversión; son pequeños inversores que se comprometen. ¿Qué está ocurriendo con todo eso? Ya sabemos el pinchazo que tuvieron las energías renovables, especialmente la fotovoltáica, a partir de la crisis de 2008, con los decretos que cercenaban la rentabilidad de las inversiones...
–Pero eso es historia.
–Con el nuevo boom de las renovables a raíz de los pactos europeos, sobre todo con el famoso Pacto Verde, está claro que lo verde es el futuro y ahí entran de nuevo las grandes compañías, en forma de sus divisiones renovables, es decir, las compañías convencionales que de repente se reconvierten y entran en el capítulo de las subastas energéticas, junto a los actores tradicionales. Pero el pequeño productor ha ido desapareciendo directamente, de tal manera que ahora ya son fondos de inversión nacionales e internacionales, con mucha experiencia en el sector. Las subastas, muchas veces, la mayor parte están copadas por este tipo de agentes.
–¿Y el pequeño consumidor donde queda?
–Le quedan las facetas más vinculadas al autoconsumo, comunitario o individual.
–A lo largo de la historia, las distintas fuentes de energía han alterado el paisaje. ¿Todo serán ahora placas solares y molinos de viento?
–Ahora se pone de relieve lo que Brücher, geógrafo alemán, destacaba a propósito de los cambios en los patrones energéticos: poner todo el espacio en producción, la energía desde el territorio. El impacto paisajístico hasta ahora era muy potente, pero muy puntual: una mina de carbón, un embalse, una central térmica y lo que veíamos eran unas instalaciones de transporte que en ciertos puntos y nodos (La Mudarra, Tordesillas...) hacían evidente la concentración. Pero las habíamos incorporado a nuestra visión del paisaje. Cuando todo eso empieza a cambiar, el paisaje se nos llena de torres para producción eólica, de grandes campos para producción fotovoltáica y, de repente, somos conscientes de que la producción de energía tiene un impacto. Tenemos que asumir que si queremos energías que aprovechan un recurso renovable muy difuso el impacto en el paisaje es notable.
–Y con contaminación lumínica, ¿se han acabado en Castilla y León las noches estrelladas con la irrupción de miles de intermitentes rojos y blancos?
–¡Las famosas balizas de los aerogeneradores! Tienen un impacto muy importante; se hacen visibles a decenas y decenas de kilómetros. No sé si se acabarán las noches estrelladas, pero esas balizas van a perturbar la visión nocturna tradicional.
EUGENIO BARAJA
–El consumidor de a pie lleva meses golpeado con el recibo de la luz, que ve impotente cómo sube y sube sin parar...
–Y tiene visos de ser una cuestión que se convierta en estructural.
–¡Qué dice!
–No es sencillo. Intervienen diferentes componentes. Por un lado, hay un mercado libre, desde 1997, en el que cualquier consumidor puede contratar el suministro con las compañías que lo ofrecen y, por otro lado, hay mercados que están regulados. Pero dentro de esos diferentes componentes, muy diversos y muy complejos, hay productores, hay suministradores y está también el marco regulatorio que introduce diferentes formas de compensación a los productores, de compensación a los consumidores, de bajadas y subidas de impuestos... La clave es una cuestión de oferta y demanda de tal manera que la mayor parte del precio se va a fijar conforme a la demanda...
–Y cuanta más demanda hay...
–Pues lógicamente la oferta tiende a encarecer los precios. La cuestión es que ahí entra también la regulación de las diferentes tecnologías que producen. La más baratas son el viento, el sol, el agua... Y son las que tienden a abastecer la mayor parte de la demanda. Pero cuando esta empieza a dispararse entran otras tecnologías, fundamentalmente las que consumen gas, las de ciclo combinado, las que se han generado como soporte de las renovables. Eso significa que al quemar gas tienen que pagar por esa materia prima. Y el gas ha subido mucho y tiene que pagar también derechos de emisiones de CO2, que se han multiplicado por diez en los últimos meses. Nos hemos comprometido con la descarbonización, los derechos son cada vez más caros y las plantas que emitan tienen que pagar más. Todo eso se le repercute al consumidor y la factura de la luz sigue subiendo.
–Usted, estudioso del paisaje y de los cambios que ha generado en él la acción humana, ¿puede explicar por qué somos incapaces de valorar el rico entorno medioambiental de estas tierras?
–Es la cultura del territorio. Como un aspecto más de la cultura, tiene que ver no solamente con la capacidad para observar lo estéticamente bello sino también para tener una sensibilidad con el carácter de los paisajes. Estos no los hemos de medir solamente en términos de calidad estética. Todo paisaje tiene su carácter. De la misma manera que una persona puede ser más o menos bella, pero tiene su carácter, igual sucede con el paisaje. La clave es apreciar ese carácter. Y no es fácil que la sociedad valore ciertos tipos de paisaje.
–En esta región prima el que se pierda la vista en el horizonte...
–En Castilla y León es verdad que sucede con nuestras llanuras, que tienen una lectura más complicada y posiblemente sean los paisajes más trascendentes y con mayor significado de tal. Son paisajes que no necesariamente tienen que ser bellos, pero tienen una notable personalidad, nos definen, nos identifican. Y cuando de repente aparece una actividad nueva como la energía renovable, con tanta presencia, genera estas lecturas y problemas. «Es que altera el paisaje», se dice, pero claro, siempre va a a alterarlo, cualquier actividad lo altera. Y ahí viene el fenómeno que estamos viendo mucho últimamente: «No, aquí no porque esto tiene más calidad paisajística». Eso habría que medirlo muy bien.
–Empezando por definir qué es calidad paisajística.
–Claro. ¿Qué es calidad paisajística? ¿Es confundirlo con la biodiversidad? ¿Es confundirlo con la dimensión ambiental? Sí, eso lo es, pero el paisaje es también cultura, ha sido modelado por la acción humana a lo largo de la historia. Por tanto, no se pueden ponderar solamente los impactos en virtud de una calidad estética o que efectivamente incluya solo valores ambientales. Son aspectos muy importantes, pero ojo, que hay otras dimensiones.
–Algunos han descubierto los paisajes ambientales cuando los agricultores han sembrado colza, que tiñe el campo de rabioso amarillo, o lavanda, que lo pinta de llamativo morado.
–Los grandes modeladores del paisaje han sido los agricultores y los ganaderos y las gentes que trabajan los montes. Nosotros, los urbanitas, nos hemos acostumbrado a ponderar los paisajes en virtud de determinadas características estéticas, como el verdor, que es más fácil de leer que el de un paisaje árido. Sin duda. Si además le damos unos tonos en primavera, cuando aparecen la colza, la lavanda o el girasol, los paisajes son mucho más amables y no tan difíciles de leer como el resto. El paisaje terracampino, tan fuerte, no es fácil de leer. Es como leer una novela densa, que te exige un grado de reflexión alto. Pero cuando entras en ella, y vas destilando la lectura, aparecen los matices, que son tan gratos...
–¿Hay cantera universitaria para el análisis geográfico regional que usted desarrolla y protagoniza desde hace tantos años?
–Lamentablemente no hay muchos estudiantes de esto. Los que tenemos se manifiestan muy contentos, enamorados del trabajo, porque esto va mucho más allá de la dimensión práctica aplicada y tiene que ver con un compromiso y una sensibilidad con el territorio. Luego tiene otras dimensiones aplicadas muy importantes, en la ordenación del territorio, por ejemplo, uno de los capítulos esenciales de nuestra ciencia, como también las diferentes ramas y salidas profesionales que tiene la Geografía. Pero no son los mejores tiempos, desde luego, y, lamentablemente, es cuando más demanda hay de profesionales que sepan entender el territorio.
–Usted protagoniza una trayectoria académica de lo más diversa: ha llegado a ser defensor de la comunidad universitaria.
–Claro, la gestión es una faceta más de la actividad universitaria. Y en la gestión hay que implicarse con la institución. Durante ocho años estuve vinculado con la Oficina del Defensor de la Comunidad Universitaria, que juega un gran papel para encauzar los conflictos, para evitar que haya desatenciones que a veces se producen hacia los estudiantes, hacia el personal de administración y servicios o hacia el propio profesorado.
–¿Alguna vez en estos 34 años de profesión universitaria se ha parado a pensar qué quiere ser de mayor?
–Sí, sí: ¡Geógrafo!
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