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Gabriel Villamil
Luz de esperanza al final de un año de angustia y muerte

Luz de esperanza al final de un año de angustia y muerte

Coronavirus en Castilla y León ·

Las primeras vacunas contra la covid-19 dan paso a un 2021 que arranca con el objetivo de vencer por fin a la pandemia. En el camino han quedado más de 8.000 fallecidos en la comunidad, una gran parte mayores que se fueron en soledad, además de 136.000 infectados

Antonio Corbillón

Valladolid

Viernes, 1 de enero 2021, 08:22

Ha sido sin duda el año más angustioso que ha vivido la sociedad castellano y leonesa y española en muchas décadas. El 2020 asomó al almanaque con cierto aire optimista. Primero por su propia simetría de números pares. Después, porque dejábamos atrás una década de lucha contra la gran crisis mundial de 2008. Y todos los dígitos nos decían que habíamos vuelto a los mismos parámetros económicos de diez años atrás. Queríamos dar el portazo a un tiempo perdido en el deseo de prosperidad colectiva. Lo que nadie sospechaba es que se iba a abrir, sin solución de continuidad, otra puerta: la de la lucha, también colectiva, por algo mucho más elemental que la economía: la pura supervivencia humana.

Como un amargo regalo tardío de los aún cercanos Reyes Magos, asomaron a nuestra realidad a partir del 15 de enero de 2020 las palabras que nos han acogotado hasta la extenuación durante este año: coronavirus, covid-19 o pandemia. Solo entonces supimos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertaba a los hospitales del mundo por el nuevo coronavirus instalado en China.

A lo largo del siglo XXI habíamos conocido otros similares, que habían mutado de animales a humanos, pero nunca habían traspasado un área concreta. Siempre a miles de kilómetros. Siempre en el Sudeste asiático.

Ramón Gómez

Aquí, entre nosotros

Por eso, el nuevo enemigo todavía nos sonó lejano cuando, una semana después, China aisló a 21 millones de personas en el área de la ciudad de Wuhan. Mientras, la sanidad española, como la del resto del mundo, se ponía en guardia.

Pero todo se precipitó en febrero. El día 1 llegó a España el primer positivo, un turista alemán en la isla de La Gomera. Y el día 10 pudimos pulsar el grado de psicosis en las propias calles de Valladolid con la búsqueda de una mujer china que acabó dando negativo. El nuevo protocolo anticovid llevó a la portada de El Norte de Castilla los primeros trajes de aire galáctico. Parecía el vestuario de una película de marcianos. Después se convertirían en rutina diaria.

Hubo todavía tiempo para algún simulacro más (un joven procedente de Milán) antes de enfrentarnos a los primeros positivos en Castilla y León. Con el final de febrero los casos se confirmaron: un ingeniero iraní de visita en la firma Cidaut de Boecillo y un estudiante italiano de Erasmus en Segovia.

La Sanidad de Castilla y León (Sacyl) empezó a diseñar cuarentenas domiciliarias y activó un teléfono (900 222 000) que empezó a recibir miles de llamadas y consultas. El miedo se instaló entre nosotros.

Y dio paso al pánico sin transición. Salvo para celebrar el Día de la Mujer, 8 de marzo, la última oportunidad ciudadana de ocupar las calles. Fueron varias decenas de miles de personas en la región (Valladolid reunió a más de 4.000). Después sabríamos que, de haber suspendido esta celebración, el país habría evitado miles de contagios.

El 12 de marzo se conoció la primera víctima mortal cercana, un salmantino de 81 años. Junta y Gobierno central empezaron a tomar decisiones drásticas. En la comunidad se decretó el cierre de centros educativos. Docentes, padres y alumnos se adaptaron como pudieron a las clases a distancia.

El 14 de marzo comenzamos el primer Estado de Alarma de la historia moderna española. La vida se congeló en una foto fija. Todo suspendido o parado. La Semana Santa, las plantas de Renault y otras factorías y negocios. Hoteles cerrados, bares con la persiana echada. Las familias se acostumbraron a salir de casa solo a pasear al perro, a la compra o a citas ineludibles.

Descubrimos de golpe y por necesidad que el teletrabajo, la teleeducación o la teleasistencia, no eran un futuro que asomaba sino la nueva forma de comunicarnos en los entornos sociales y profesionales.

Lo que no evitó que 35.000 trabajadores fueran incluidos en Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) para evitar despidos.

El primer día de aquella distópica realidad, de alarma colectiva, se asomó a la portada de El Norte un Valladolid irreal. Vacío.

Y el 18 de marzo se confirmaron las primeras dos muertes en la capital vallisoletana (31 en las nueve provincias). Tres días después, el coronavirus ya se había cobrado el primer centenar de víctimas mientras el Sacyl ultimaba su primer hospital de campaña y el Ejército irrumpía en las calles para limpiar los lugares infectados por el enemigo invisible.

Con la población atemorizada en sus casas, el drama se desató en las residencias de ancianos. El 72% de las víctimas mortales vivía en un geriátrico. Muchos no tuvieron ni una mano amiga que les acompañara en la despedida.

Tampoco había tregua en los hospitales que, al borde del colapso, luchaban además contra la falta de medios sanitarios. En algunos casos eran equipos rudimentarios fabricados por voluntarios con impresoras 3D o que procedían del reciclaje de otros materiales.

En apenas tres semanas de entrega sin cuartel, cerca de 1.500 profesionales se habían infectado. Sus testimonios y entrega los convirtieron en nuevos héroes.

Para tener algún lugar donde depositar sus esperanzas, también los castellanos y leoneses se asomaron cada tarde a sus balcones, siempre a las 20:00 horas, a aplaudir a sus sanadores. Descubrimos que trabajos hasta entonces poco valorados como el de los que nos llenan las estanterías del súper todos los días, los que reparten a domicilio o los basureros merecían su propio reconocimiento. Y, seguramente, mejores condiciones laborales.

A mediados de abril, con un mes oficial de pandemia, la región ya era la segunda con más mortalidad: casi 3.500 personas. Triplicaba a la media española. Con el tiempo la ciudadanía se acabaría acostumbrando a un constante baile de cifras y una sospecha a la que después pondrán cifras los Registros Civiles: los casos conocidos solo son la punta del verdadero 'iceberg'.

Además, a la sociedad le costaba creer las previsiones de los virólogos respecto a la duración del combate contra el virus. Grandes expertos mundiales nacidos aquí, como Mariano Esteban (CSIC) o Adolfo García Sastre (Hospital Monte Sinaí, Nueva York), avisaban de que el problema se prolongaría durante todo el 2020 y parte del año siguiente. La vacuna, si llegaba, necesitaría al menos un año.

Calles vacías por el confinamiento, homenaje a los sanitarios desde los balcones y los militares de la UME desinfectando las principales zonas de las ciudades. Gabriel Villamil
Imagen principal - Calles vacías por el confinamiento, homenaje a los sanitarios desde los balcones y los militares de la UME desinfectando las principales zonas de las ciudades.
Imagen secundaria 1 - Calles vacías por el confinamiento, homenaje a los sanitarios desde los balcones y los militares de la UME desinfectando las principales zonas de las ciudades.
Imagen secundaria 2 - Calles vacías por el confinamiento, homenaje a los sanitarios desde los balcones y los militares de la UME desinfectando las principales zonas de las ciudades.

Nueva normalidad

Al menos, el temido colapso médico no llegó a concretarse, mientras los suministros y los equipos de protección aliviaron a los hospitales. La televisión mostró a finales de abril a la consejera de Sanidad, la doctora Verónica Casado, llorando al leer los nombres de sus compañeros fallecidos. A finales de 2020, la cifra de sanitarios fallecidos alcanzó las 114 personas en todo el país.

El paso de las semanas, con sus altas y bajas en la brutal derrama de víctimas, fue abriendo sitio a la necesidad de recuperar espacios. En el diccionario de urgencia del drama aparecieron conceptos como 'desescalada' o 'confinamiento', elegida a final de 2020 como palabra del año por la Real Academia de la Lengua.

Para conjugarlas, más de 300.000 niños de la comunidad volvieron a pisar los parques (23 de abril) mientras el Gobierno central se daba ocho semanas para un imposible: que las cosas se parecieran a la vida que vivimos hasta los Reyes Magos.

Con el arranque de mayo (día 2), y después de 48 días encerrados en casa, paseantes y deportistas volvieron a tomar las calles. Ylos comercios, bares, gimnasios o peluquerías intentaban adaptarse a un futuro lleno de incógnitas y restricciones.

Sobre todo para los 214.000 parados, récord histórico en la comunidad. «En un mes arruinó tres años de recuperación laboral», resumieron los expertos.

Los cambios de criterio, los adelante y atrás, se convirtieron en una constante que enfrentaba a los poderes públicos y envenenaba el debate político para mostrar la capacidad para el conflicto de los partidos incluso en las peores circunstancias. El 23 de mayo, Vox sacó a las calles a miles de vehículos al grito de ¡Libertad!, un día antes de que arrancase la Fase 1 de la primera desescalada de la crisis.

No dejaba de abrirse un tiempo de esperanza. El 12 de mayo fue el primero en 55 días en el que no hubo ni un solo muerto en Valladolid. Se implantaron nuevas formas de lucha para tratar de ir delante del virus (gracias a cientos de rastreadores) y no detrás, como había ocurrido hasta entonces.

Con la llegada de junio y las prisas por reactivar la economía, las alertas volvieron a sonar. Pero los centros comerciales y restaurantes reabrieron y la Administración regional tomó el mando. La llegada del verano (21 de junio) trajo el primer día sin Estado de Alarma. Las mascarillas se impusieron en los lugares públicos sin excepciones.

La separación de las familias, sobre todo entre abuelos y nietos, es una de las mayores facturas emocionales. Gabriel Villamil

El verano más triste

El (falso) relax duró poco. La covid repuntó en 17 zonas de salud y la Junta empezó los confinamientos en localidades como las vallisoletanas Pedrajas e Íscar. En la primera semana de agosto, los contagios crecieron el 42%, en parte gracias a la mayor capacidad de detección y a los primeros cribados masivos.

Se hizo familiar la imagen de los seres embutidos en una escafandra escarbando con un palito en la nariz de los usuarios. Nos acostumbramos definitivamente a las PCR o pruebas de detección. Se confinaron otras ciudades como Aranda de Duero.

Mientras el Sacyl recuperaba los hospitales de campaña, como el que se instaló en el viejo edificio del Río Hortega (Valladolid), se volvió a cerrar el ocio nocturno. El estío se convirtió en una sinfonía sorda de pueblos sin verbena y piscinas cerradas. Valladolid, pero también el resto de las capitales y pueblos, vivieron sus fechas en rojo del calendario con la tristeza de la suspensión de fiestas, conciertos y reencuentros. La cultura, tocada y hundida por la inactividad, reclamó su derecho a las ayudas oficiales.

En su vuelta al cole, los niños han mostrado ser muy disciplinados. Gabriel Villamil

Vuelta al cole

A pesar de la evidente mejoría en medios sanitarios, la segunda ola de la pandemia ya estaba entre nosotros. En agosto, los hospitales multiplicaron por diez sus ingresos. La lucha contra las fiestas ilegales, botellones e incumplimientos contrastaba con los llamamientos de las autoridades para evitar contagios. Además los enfermos y familiares contaban sus desgarradoras experiencias en El Norte (el diario ha publicado más de 100 testimonios de afectados este año).

Hasta la vuelta al cole de septiembre empezó a llenarse de dudas. Al final, los geles y mascarillas se incorporaron en las mochilas como un material escolar más. También las universidades apostaron por la presencialidad. Las semanas posteriores mostrarán que el concienzudo trabajo de preparación les ha permitido conquistar una normalidad sin grandes sobresaltos.

Pero el cambio de estación solo acrecentó la percepción de que el enemigo estaba lejos de ser dominado. El otoño llegó con récord de contagios en Castilla y León: más de mil el 20 de septiembre. Los centros de salud, en los que se había suprimido durante meses la atención personal, se asomaron otra vez al colapso. Afloró así otra realidad terrible: pacientes como Lidia González (22 años) que falleció de cáncer tras dos meses de espera para una cita médica que nunca llegó.

Mientras los laboratorios del mundo aceleraban sus pruebas para que la pesadilla dure lo menos posible, las Administraciones practicaban un continuo tira y afloja con las restricciones ciudadanas.

Los efectos directos de una actividad congelada tuvieron su incidencia en la economía, que ha perdido en la región un histórico 18,8% de su producción en el Estado de Alarma. Y ha tenido su reflejo en otros efectos colaterales. Las colas del hambre, con docenas de familias esperando para recoger alimentos en las ONG no han dejado de crecer.

El calendario siguió avanzando. A la vez que el deseo colectivo de pasar año y ciclo era cada vez más evidente. Las escapadas tradicionales como el puente de la Hispanidad (12 de octubre) mutaron en confinamientos para 300.000 habitantes de la meseta (León, Palencia, Miranda de Ebro, Íscar o Pedrajas). El presidente del Gobierno regional, Alfonso Fernández Mañueco, lo justificó por el «riesgo extremo» que le llevó, por enésima vez, a cerrar las barras de bar y limitar las reuniones a un máximo de seis personas.

Manuel Ángel, 72 años, es atendido en la UCI del Clínico de Valladolid. Sandra Santos

Más oleadas

La 'segunda ola de la segunda ola' volvía a cebarse con Castilla y León, con niveles de infección cercanos a los 1.500 casos diarios. El confinamiento municipal y provincial llegó a afectar al 25% de sus habitantes y puso nuevamente en peligro de saturación a 9 hospitales. La jerga de aires marciales de este combate nos trajo nuevos conceptos como el de 'toque de queda'. El Gobierno central impuso un nuevo Estado de Alarma que durará seis meses, hasta el 9 de mayo.

A partir del 24 de octubre, las calles permanecieron vacías entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Otra vez, la imagen de un Valladolid (y resto de capitales) huérfano de viandantes recordó la que se vio el 14 de marzo del primer Estado de Alarma. El país al completo parecía volver a la casilla de salida. Pero en el camino, la comunidad había pagado un tributo de más de 5.000 muertos y cerca de 130.000 contagiados.

Gobierno central y comunidades autónomas han ido pactando que los gestores regionales tuvieran una progresiva mayor capacidad de gestión. La Junta de Castilla y León se ha mostrado partidaria de abrir la mano lo menos posible, lo que se ha traducido en las últimas semanas en cierres perimetrales de toda la comunidad (no se podía entrar ni salir) y, en los casos más graves (Burgos alcanzó las mayores cotas de riesgo del país), cierres provinciales e incluso municipales.

Fernández Mañueco lo resumió en el siguiente puente festivo, el de Todos los Santos (1 de noviembre) con un aviso de aires apocalípticos: «Trabajamos en la peor de las hipótesis».

La pandemia nos hizo caer en la peligrosa rutina de acostumbrarnos al goteo diario de fallecidos. El 7 de noviembre la cifra global superó los 6.000. Por eso, El Norte de Castilla se acercó a las 'Trincheras de la Pandemia', las UCI de los hospitales y las residencias de ancianos, para recordar a todos la crueldad y los efectos de un enemigo que nunca había bajado la guardia.

Aúreo López, de 88 años, fue el primer vacunado en Castilla y León en Cevico de la Torre (Palencia). JCYL

'Annus horribilis'

El último mes de este angustioso 2020 arrancó con el mayor pico de contagios en un solo día: 2.026. Lo que nos enfrentó al vértigo de cumplir con las regulaciones de Navidad y Fin de Año para no entrar en la 'tercera ola' que ya auguran muchos expertos.

Se permiten reuniones de 10 personas que convivan, pero sigue el toque de queda. Después se reducen a seis personas... En los días clave de las fechas navideñas resulta complicado asumir las normas que cambian casi a diario y mezclan términos o generan nuevos como 'convivientes' o 'allegados'. El vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, llegó a preguntarse la semana previa a Nochebuena cuantas «chorradas» tendremos que hacer antes de entender los riesgos que supone incumplir las normas de distancia social. Algunas comunidades, entre las que no está Castilla y León, han acabado exigiendo un justificante para poder entrar en sus territorios.

Entre tanta desolación, las primeras vacunas que vimos en los brazos de jubilados británicos a principios de diciembre, se extenderán también a la península con el inicio de 2021. Algunos afortunados han recibido el pinchazo como regalo navideño, caso de Aúreo López (88 años), el primer vacunado en una residencia de Palencia. Es la luz que todos queríamos ver. Pero antes aún habrá que superar el largo túnel de este 'horribilis 2020'. Porque, junto a estas nuevas vacunas, nos llegan noticias de que el virus ha comenzando a generar variantes cada vez más agresivas. Y aún así, no queda más remedio que mirar hacia 2021 con esperanza.

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