Ya no oí la campana del recreo. Tú enseñabas/que una pobre loba muerta/sería la juventud perdida (...)/Sí, he vuelto a soñar caminos de la tarde./Y he llegado a las calles del pueblo/donde una a una caen las ciruelas/como rojas y ... maduras campanadas/del reloj del verano, por donde lentamente pasa/conducido por el fantasma del primo ferroviario/el tren que el Año Triste te llevaba/por yermos y escolariales/en su máquina a vapor de tos ferina.(...)/Quien escucha tu voz oye hoy la propia./Caminemos hasta vencer la niebla. ('Para Antonio Machado, al leer de nuevo sus poemas'. Jorge Teillier. 1974).
Para los momentos más jodidos, Machado, ya sea de su producción propia o de lo que esta inspira a terceros, como en este caso al enorme poeta chileno de La Frontera. Y para los momentos duros como este, en los que es difícil entender por qué esto y por qué especialmente a nosotros, a este país, que a ratos dan ganas de comérselo y a ratos de vomitarlo sin ni siquiera haberlo mordido, Machado más aún. «Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo», dejó escrito el poeta sevillano que creía «más útil la verdad que condena el presente, que la prudencia que salva lo actual a costa siempre de lo venidero», según recuerda Simone Renn en la-politica.com.
Machado siempre está ahí, especialmente en las situaciones en que toca mirarnos a nosotros mismos, como humanidad pero también como país. «En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva». El poeta que murió en el exilio, por neumonía y de pena, encorvado, avejentado, arrastrando los pies, era también un analista certero, capaz de bajar con soltura de las musas para descubrirle las costuras, también los zurcidos, a un país de secular ciclotimia, que pasa de imperio donde no se pone el sol a leyenda negra de una escena a otra de la película de la historia del mundo.
Ha sido comparando esa especie de carrusel deportivo con la estadística por países de contagios y muertes por 'la' Covid-19 –como con todo lo que tiene que ver con la pandemia, hemos tardado en reaccionar. La recomendación de la Fundeu de nombrar la enfermedad así es del 12 de febrero. A ver si de una vez nos damos cuenta de que el virus, este sí, SARS-CoV-2, en cuestiones de velocidad siempre nos pinta la cara– cuando he tratado de imaginar que si los datos de España, 170.000 contagios y 17.756 muertes sin contar la incidencia de ayer, no fueran los datos de España y sí, por ejemplo, los de otro país de la Europa soleada y mediterránea, como Grecia, otro de los estados 'back row kids', de los del último pupitre del aula europea, cuyas cifras son 2.145 contagios y 99 muertes, o el de nuestro vecino que de nosotros no recibe jamás ni buen viento ni buen casamiento, Portugal, con 16.934 casos y 535 muertos. Y ya no me atrevo a citar otros ejemplos como el de Marruecos, tal vez por cuestiones de credibilidad, 1.763 casos confirmados y 126 fallecidos.
¿Alguien se puede imaginar el barullo? «Oééééé, oé, oé, oé coronaviruuuuus, que te den», todos y todas, tomases ronceros de la exaltación patria con las bufandas, cuando no los gayumbos, en la cabeza... bajando con urgencia al trastero en busca de la vuvuzela que le trajo de Sudáfrica al niño su padrino, tu cuñao –no está ahí, la tiré yo, ¿quién quería guardar esa mierda?–. ¡Nadal! ¡Gasol! ¡Contador! ¡Márquez! ¡Iniesta! ¡Casillas! ¿Balcones a las ocho? Vale, pero para sacar las banderas y aplaudirnos todos. ¿Que hay recortes en la sanidad? Ya ves tú qué problema para una raza de superhombres. El inquilino de turno en La Moncloa mirándose goloso en las encuestas. El aspirante frustrado, alertando sobre que lo peor está por llegar... Abascal, como Putin, a caballo (cuesta imaginarlos de otro modo). Todo muy humano pero también muy mezquino. Una pandemia, como ya casi nada en un mundo globalizado, tampoco la pobreza, no puede medirse por países, sino por seres humanos. Os cuidais, ¿vale?
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