El escaño 82: Padilla no es Mel Gibson

Villalar ha hibernado bajo el luto lógico del drama por la pandemia, en un año marcado por el cuestionamiento del 23 de abril que prendió el propio presidente de las Cortes de Castilla y León

Susana Escribano

Valladolid

Sábado, 25 de abril 2020

(*Cada semana, Susana Escribano -experta en los entresijos políticos y conocedora de los protagonistas de la actividad parlamentaria en la comunidad- escribe sobre las claves políticas de Castilla y León. Si eres suscriptor, apúntate aquí a esta newsletter.)

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El luto y el dolor que un día tras otro suma el coronavirus en fallecidos, enfermos, suspendidos de empleo y despedidos, por ese orden, alcanzó al 23 de abril, Día de Castilla y León y se llevó por delante la fiesta de Villalar de los Comuneros. Como una de esas heladas de marzo del 'Canto de esperanza' que arrasan los brotes del cereal. El ánimo colectivo no está para fiestas. Era lo adecuado, lo correcto, lo decente. La pandemia suma en Castilla y León 3.177 fallecidos. Se dice pronto. Como si borráramos del mapa Cebreros (3.120), o casi Olmedo (3.643) o Cantalejo (3.523).

Villalar de los Comuneros, bullicio y reivindicación política y ciudadana cada 23 de abril, vivió el de este año en silencio y soledad, y la ofrenda simbólica en memoria de los capitanes comuneros incorporó un recuerdo respetuoso a los muertos de la covid y sus familias. Bajo ese luto que ha suspendido los actos del Día de la Comunidad, Villalar afrontaba desde hace meses un cuestionamiento renacido.

No es nuevo, con la fiesta no comulgan el leonesismo ni los sectores más conservadores. Y hay ciudadanos que no encajan en ninguna de esas etiquetas a los que no les gusta o les es indiferente. En esta ocasión prendió la espoleta anti 23 de abril el presidente de las Cortes, Luis Fuentes, en octubre, al calificar el día de la fiesta de Castilla y León como «San Ikea», cuestionar su celebración y plantear algo itinerante.

Ni siquiera es novedoso. Lo patentó José María Aznar. El desapego hacia Villalar iniciado durante su breve presidencia autonómica –trampolín hacia la política de los madriles– y continuado en la etapa de Juan José Lucas contribuyó a alimentar el desafecto de la derecha hacia la fiesta popular y a que grupos radicales se creyeran dueños de la campa.

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Juan Vicente Herrera decidió cambiar ese rumbo y las Cortes, a través de la Fundación Villalar, se hicieron cargo del programa. No hay constancia de que Manuel Estella, José Manuel Fernández Santiago, Josefa García Cirac, Silvia Clemente o Ángel Ibáñez, presidentes de las Cortes con el PP (la segoviana hasta cuatro días antes de intentar su aventura con Cs) bebieran los vientos por disfrutar de Candeal y comerse un bocata de tortilla en las eras de Villalar. Casi me atrevo a decir que no. Pero se aplicaron a la fiesta desde el deber institucional.

¿Quién gana si desaparece el 23 de abril? Creo que nadie, y en la supresión pierde la gente que se identifica con Villalar, que no es poca. Y surge un conflicto. Puede que la opción planteada por CCOO de incorporar una fecha ligada al leonesismo pacifique el asunto. También había leoneses en la revuelta comunera. Y salmantinos, zamoranos, madrileños, conquenses o murcianos...

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Lo que ha aguantado y aguanta Villalar. Superó la identificación con disturbios de grupos de extrema izquierda y soporta a todos aquellos que critican que se conmemore una derrota, pero que vibran con Mel Gibson embadurnado de azul dando vida al derrotado Wallace en Braveheart. Escocia debe tener otro encanto. Los comuneros simbolizan el levantamiento contra el abuso de un gobernante autoritario y así lo entendieron los liberales del siglo XIX. Fue la primera revolución burguesa de entidad. Si lo pillan en Cataluña...

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