![El escaño 82: 'Menos y más mayores'](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202301/28/media/cortadas/fermoselle-knZF-U1903481083180AE-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Resta y sigue. En tres palabras queda resumido el achique del padrón de Castilla y León. Somos menos en cada recuento del Instituto Nacional de Estadística (INE). El último fija el dato definitivo de población empadronada en la comunidad a fecha de 1 de ... enero de 2022 y da otro mordisco al padrón: 10.499 habitantes perdidos en un solo año.
¿Son muchos? Como si hubiésemos convertido Astorga en una ciudad fantasma al haberse esfumado en doce meses sus 10.392 vecinos, huérfana de cocido maragato. El boquete de 2022 en el padrón de Castilla y León tiene ese tamaño, el de Astorga. Si la cosa se quedara ahí... Pero no. El roto del 2021 fue de 11.779 habitantes. Casi como Ciudad Rodrigo, con 11.979 empadronados hoy. Y el desgarrón del padrón en 2020 fue de 4.630 bajas. ¿Ven Medina de Rioseco? A eso era equiparable, a borrar de golpe una localidad que tiene hoy 4.493 residentes de derecho y dejar mudos los soportales de su Rúa Mayor.
Cada vez menos y a la vez más mayores. El único tramo de edad que crece en efectivos es el de los que superan los 65 años. Gana 8.590 ciudadanos hasta situarse en 622.101 residentes en Castilla y León en una población total de 2.372.640 habitantes. Eso implica que adelgazan los tramos de jóvenes que son los que pueden aportar nuevos nacimientos e invalida las teorías de que podemos atajar la despoblación con pobladores autóctonos.
Podría haber surtido efecto con medidas eficaces años atrás, pero esa idea es hoy una quimera, porque nuestros jóvenes autóctonos han emigrado y lo siguen haciendo. Si deciden tener hijos, lo hacen en otros lugares de España (que sí crecen en población) o allende nuestras fronteras. Solo hace falta leer entre líneas los datos del INE. Tan tozudos que dejan en cueros, desde un punto de vista ético y de eficacia de gestión, a aquellos que atizan polémicas políticas.
El Consejo de Cuentas fiscalizó el dinero empleado por la Junta en la lucha contra la despoblación y constató el fracaso de ese gasto. «Por cada persona que viene a la comunidad con una titulación superior, se van dos», se lee en esa auditoría, de 2020. Ahí está el meollo del enorme desafío, imposible de esconder, que vive Castilla y León como sociedad. ¿Quién no tiene un hijo, nieto, sobrino convertido en emigrante 4.0? Eso solo lo ataja una economía que genere trabajos de calidad, de los que no compiten con salarios a la baja, viviendas accesibles y luego ya, facilidades para conciliar el cuidado de los hijos y la vida laboral. Ahí es un acierto, por ejemplo, la gratuidad de la enseñanza de 0 a 3 años, pero si no hay trabajo de calidad y techo asequible, la batalla está perdida.
Por eso resulta casi una burla disfrazar de medidas de lucha contra la despoblación en Castilla y León un protocolo antiabortista para implantar la escucha del latido fetal y el registro cardiaco, ecografías 4D o el blindaje de la objeción de conciencia de los médicos. A las cosas, por su nombre. El drama de la despoblación exige seriedad, un enfoque honrado, generosidad en acuerdos de Comunidad y de Estado, y ocurrencias cero.
Las últimas sobran y, además, hieren. Como decir que se lucha contra la despoblación mandando la sede la Agencia Espacial Española a Sevilla, cuando Andalucía gana 27.780 habitantes en el recuento del INE. Y Soria se lleva la palma. Cuando el Gobierno ha podido rebajar costes para incentivar a las empresas que apuestan por una tierra despoblada, lo ha hecho tarde y se ha quedado en mínimos. Y la Junta infla su Plan Soria con obras cotidianas que hace igual en todas las provincias.
El envejecimiento del padrón empieza a notarse en capitales y cabeceras de comarca, pero es un grito en el medio rural. Si uno tiene pueblo, solo hace falta atisbar el día que más gente hay, que no es ya el de la patrona. Es el de los Santos. O contar las casas cerradas que se suman cada verano en los paseos cuando cae el sol.
A quien no lo quiere ver, le abre los ojos el INE.
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