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sara borondo
Miércoles, 19 de febrero 2020, 07:39
La vida privada está mucho más expuesta a la sociedad en general que hace unos años. Con las redes sociales (en las que se suben estados de ánimo, celebraciones y momentos cotidianos), las nuevas generaciones no dan importancia a la intimidad y cada vez saben ... menos lo que es crecer sin que cualquiera pueda acceder a su vida. Pero no es solo una tendencia de los jóvenes; para los más curtidos en la vida, que sí vivieron una adolescencia o juventud de la que no queda más rastro que algunas fotos guardadas en los álbumes familiares, también se va diluyendo ese sentido de proteger información personal. El concepto de privacidad está en peligro de extinción.
La mayoría de aplicaciones de Google Play y App Store son gratis: muchos desarrolladores obtienen beneficios simplemente con los anuncios o las compras que hay dentro de la app, pero también hay otras que recogen una buena cantidad de información de los hábitos del usuario y les dan un uso que no tiene nada que ver con la findalidad de la aplicación en sí.
Una de las primeras aplicaciones en pedir una gran cantidad de información innecesaria para poder utilizarla fue la linterna. Ahora los móviles traen una linterna de serie, pero hace diez años había que descargar una aplicación para encender la luz del móvil. Ésta pedía el acceso a la geolocalización del teléfono, algo «que no tenía mucho sentido» explica Ana Santos, responsable del Área de Menores y Ciudadanos del Instituto Nacional de Ciberseguridad de España (Incibe). En efecto, no se entiende demasiado bien qué relación tenía la geolocalización con el encendido de la luz del dispositivo.
Ahora se tiende a pensar que no sucede nada porque datos importantes de cómo vivimos y cómo usamos el teléfono pasen a manos de cualquier empresa, y poca gente se plantea el uso que se le da a esa información, que puede ser muy variado y no siempre lícito. Si la aplicación pide conocer la geolocalización del dispositivo sin que sea una información necesaria para su funcionamiento, probablemente trata de conocer los hábitos de consumo de los usuarios para otras aplicaciones o servicios futuros. Si quiere acceder a los contactos, podría ser para luego enviarles publicidad utilizando los correos de la ficha de contactos o el propio teléfono…
Desde la linterna han sido multitud las apps que piden más de lo que necesitan. Casi siempre la utilidad que ofrece la aplicación constituye algún tipo de 'gancho'. A principios del verano pasado se hizo muy popular FaceApp, que tomaba una foto de una persona y la mostraba envejecida. No tardó en surgir la polémica porque la empresa que había desarrollado los filtros era la rusa Wireless Lab, que utiliza imágenes para entrenar sistemas de inteligencia artificial. Pese a que la susceptibilidad social respecto a las empresas rusas está a flor de piel tras las elecciones americanas de 2016, el mayor problema con FaceApp no venía de su origen, sino de los permisos que demandaba.
FaceApp, al igual que otras muchas aplicaciones, pedía acceso a la cámara, al almacenamiento y a las fotos del teléfono. En sus Condiciones de Privacidad aclaraba que las imágenes que escogiese el usuario eran subidas (encriptadas) a las nubes de Google y Amazon, donde se almacenaban entre 24 y 48 horas. También se indicaba que la aplicación podía recoger los metadatos de la foto (como el lugar donde se tomó la imagen); todo lo relacionado con el uso de la aplicación (dónde y cuándo se instaló) y los datos del teléfono (sistema operativo, fabricante, modelo, actividad online del usuario…). Dicha información era remitida entonces a empresas de terceros.
La recolección de información del usuario era todavía mayor si se vinculaba la aplicación a las redes sociales para, por ejemplo, mostrar el resultado de su imagen envejecida en Twitter. En ese caso, FaceApp podía acceder a sus datos en esa red social: saber cuántos amigos o seguidores tenía un perfil y quiénes eran.
«La gente no se lee nada», dice la experta, «y lo mismo si supiese lo que están aceptando sería más comedida. Yo quiero que accedas a notificaciones para que me mandes las novedades, pero no que accedas a fotos, contactos ni mi geolocalización, porque eso es mi privacidad», apunta. Santos hace referencia a ese tipo de aplicaciones que realizan un uso inapropiado de la información personal sin ser 'malware', como juegos que piden acceder a las fotos, los SMS o la geolocalización. La experta del Incibe explica que está todo indicado con tantas configuraciones y posibilidades «que el usuario se hace un poco 'vago' y deja todo por defecto» pero hay que mantener una higiene digital y revisar a qué se da permiso al instalar una aplicación en el móvil: «Esos juegos gratuitos divierten pero nos tenemos que preocupar por los datos que queremos compartir con las empresas, porque luego los van a utilizar con fines comerciales para hacer otro tipo de aplicaciones; para que terceros nos ofrezcan publicidad adaptada o hacer crecer su red a través de nuestro listado de contactos», explica Santos.
Uno de los permisos más polémicos es el acceso al micrófono. Concederlo implica que la empresa desarrolladora puede incluso escuchar las conversaciones de quienes estén cerca del dispositivo. No es necesario que el dispositivo sea 'hackeado' para ello, ya que los propios usuarios pueden dar acceso al desarrollador y, a través de este, a otras empresas, aceptando el permiso de marras al instalar una aplicación. No hay más que recordar que la Agencia de Protección de Datos ha impuesto a la Liga de Fútbol una multa de 250.000 euros por utilizar el micrófono de los teléfonos móviles que tienen instalada su aplicación oficial (para detectar si el usuario estaba en un bar que retransmitía fútbol sin pagar). La Liga tuvo que eliminar dicha opción.
Al instalar una app hay que ver si realmente necesita acceso a ciertos datos:
● Almacenamiento o memoria: La aplicación puede escribir datos en la memoria del teléfono, pero tambíen se le da acceso para leer y escribir los datos guardados en el teléfono.
● Calendario: Puede servir para crear nuevos eventos, pero también para leer las citas que hay apuntadas en el calendario.
● Cámara: En las aplicaciones y juegos que sirven para hacer fotos o usan realidad aumentada, por ejemplo, es un permiso necesario, pero hay que tener en cuenta que la app puede realizar fotos y grabar vídeos en cualquier momento.
● Contactos: Supone dar acceso a información sensible, ya que se ponen en manos del desarrollador las direcciones y números de teléfono de otras personas.
● Micrófono: Es necesario en dictáfonos, asistentes virtuales… pero supone que quien tenga acceso al micrófono puede escuchar (en cualquier momento) lo que sucede alrededor del teléfono.
● SMS: La aplicación puede leer los mensajes guardados, pero también enviar otros nuevos, lo que puede suponer algún susto con la factura.
● Teléfono: El desarrollador conoce el modelo, el estado de la red, la operadora e incluso el histórico de llamadas.
● Ubicación: El fabricante de la aplicación conoce en todo momento dónde está el terminal.
Por mucho que una aplicación sea atractiva, conviene -antes de instalarla- revisar qué permisos necesita y analizar si son necesarios para lo que se le pide. También es recomendable mantener la higiene digital a la que hace referencia Santos en el apartado Ajustes > Aplicaciones > Permiso de aplicaciones en Android y Ajustes > Privacidad en iOS.
No obstante, Santos indica que tampoco hay que ser alarmista y que las tiendas de aplicaciones cada vez controlan más estos accesos abusivos a los datos del usuarios: «Preguntan a los desarrolladores para qué necesitan que la aplicación tenga algunos accesos, pero sí es verdad que, al final, depende del usuario revisar qué aplicaciones tiene instaladas y qué permisos tiene activados para cada una. La gente tiene que ser más consciente de lo que tiene en el móvil y por qué».
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