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Laura González
Miércoles, 21 de octubre 2020, 08:07
Llevarse el dedo pulgar a la boca es para muchos niños y niñas un acto casi involuntario, que les aporta placer y seguridad y que les retrotrae al periodo intrauterino. En muchas ecografías se ha podido 'cazar' al bebé antes de nacer, con apenas ... 20 semanas, chupándose uno de sus dedos de la mano o incluso de los pies. Es lo que los expertos llaman 'succión no nutritiva', lo mismo que ocurre con los chupetes, y es un hábito que por norma general se mantiene durante los primeros meses de vida y tiende a desaparecer solo.
Se trata de un reflejo primario que les ayuda a relajarse y que algunos ponen en práctica con tantas ganas que incluso llegan a nacer con ampollas en los dedos por su continua repetición. No hay que olvidar que para los recién nacidos la boca es uno de sus principales órganos sensoriales, junto con el olfato, por lo que intentarán al principio explorar el nuevo mundo que se abre ante ellos llevándose todo a la boca, incluso sus propias partes del cuerpo.
El pediatra inglés Donald Winnicott, fallecido en la década de los setenta, fue el primero que estudió este comportamiento, asegurando que se trata de un «mediador simbólico de la presencia materna durante su ausencia», reconfortando al pequeño en momentos de soledad. Algunos lo prefieren antes que la tetina artificial del chupete. Hay otros que incluso pueden empezar a chuparse el dedo, o a retomar el hábito tras haberlo dejado, en medio de una situación de cambio importante en su vida, como la separación de sus padres, el comienzo de la etapa escolar o la llegada de un nuevo miembro a la familia.
Según algunos estudios, es un hábito que adquieren en torno al 60% de los niños y niñas, y que desaparece entre los 2 o 3 años de edad, o incluso antes. Pero también hay pequeños que lo mantienen como costumbre más allá de los 5 años, en torno al 5%. ¿Hay que preocuparse si esto esto último sucede?
Según apuntan distintos pediatras, solo debería activar las alertas si el hecho de chuparse el dedo va acompañado por otras claras conductas de dependencia o si se puede constatar que su evolución no corresponde con la que es habitual para su etapa de crecimiento. De todas maneras, como también afirman, es conveniente que se intente quitar pronto ese hábito ya que pasados los 5 o 6 años puede conllevar problemas tanto físicos como emocionales.
Entre los primeros está la posibilidad de producir una mala oclusión y problemas mandibulares, así como una mala alineación de los dientes, deformidad del paladar y de los propios dedos, mala dicción... Luego está el hecho de que para muchos este impulso de llevarse el dedo a la boca es como una especie de droga prematura y son incapaces de contener el impulso, llevándoles en algunos casos a aislarse para no ser reprendidos por ese acto y no llegar a sufrir críticas o burlas. Además, según apuntan desde la Sociedad Española de Odontopediatría (SEOP), entraña más peligros chuparse el dedo que el chupete, ya que se multiplica el riesgo de infección, tanto en los propios dedos como en la boca.
¿Qué se puede hacer para que esta costumbre se abandone a tiempo? Lo primero, identificar el motivo por el que el niño o la niña se chupa el dedo, y tratar de ponerle freno incluyendo un elemento de sustitución. Es decir, si el pequeño tiene esa manía cada vez que tiene sueño, lo suyo sería darle siempre su muñeco preferido antes de ir a la cama para que le acompañe durante la noche. Si lo hace cuando está intranquilo o tiene miedo, podría repetirse esta misma acción, además de hablar con él, darle un abrazo y hacerle sentir arropado. Si se chupa el dedo por puro aburrimiento, se le deberían de proporcionar distracciones que implicaran el uso de sus manos, para que así sus dedos estén ocupados.
Además de esto, también se pueden fijar pequeños objetivos, como premiar el hecho de aguantar un día entero sin llevarse el dedo a la boca, e ir aumentando la exigencia. Asimismo, se le pueden explicar directamente los posibles efectos que ese gesto continuo pueden producirle en su boca, mencionados más arriba, incluso por parte de un dentista, ya que a veces el mensaje de las personas fuera del entorno familiar llegan a calar más hondo. Luego también están los 'remedios' caseros como colocar vendas o tiritas, e incluso esmaltes amargos, pero lo principal es no obsesionarse en exceso, ya que por norma general todo acaba pasando.
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