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Un bebé se esconde en los brazos de su madre. Fotolia
«Un niño de acogida es una caja rota que hay que reparar despacio»

«Un niño de acogida es una caja rota que hay que reparar despacio»

El programa de acogimiento de Castilla y León cumple 30 años: el año pasado, 785 menores en situaciones de desprotección recibieron los cuidados de familias 'complementarias'

Miércoles, 30 de octubre 2019, 07:20

Manuel es un bebé desconfiado.

Un juez dictaminó que no podía volver con sus padres, pero mientras los tribunales hablaban, él seguía siendo un bebé.

Como su caso hay muchos: familias desestructuradas, problemas, juicios pendientes que se topan con niños. ¿Dónde acaban los menores, dónde van los niños en situaciones de desprotección? ¿Son realmente la única solución los centros sociales, o la mejor para ellos? Ojo, no se habla aquí tanto de pequeños que hayan perdido a su familia, sino de niños y niñas que crecen en una situación inestable porque, por ejemplo, esperan a que se decida si sus padres pueden mantener la custodia. Si la decisión se hace de rogar, se plantea la acogida. En Castilla y León, estos menores dependen en ese tránsito de la Junta, que colabora con Cruz Roja para, como solución temporal, buscar familias que cuiden a los niños en sus propios hogares. En 2018, la suma de toda la comunidad revelaba que hasta 785 niños recibieron acogida en familias, mientras que otros 539 estuvieron en centros residenciales.

Nuria y su marido viven en una localidad burgalesa y tienen dos hijos biológicos, pero además acumulan un historial de hasta 11 acogidas. A día de hoy han acogido permanentemente a dos de ellas, dos niñas a las que quieren con locura. «Un hijo biológico», explica esta madre, «es como una caja vacía, en la que vas poniendo cosas desde el principio; pero cuando te dan a un niño de acogida es una caja rota que hay que reparar despacio», advierte. No hay autopistas, soluciones mágicas ni llaves universales para llegar hasta cada uno, necesitan tiempo, referentes y hogar.

En virtud de un convenio entre la Junta y Cruz Roja, este programa de acogida familiar se implantó primero en Valladolid, en 1989, y de ahí se llevó al resto de la comunidad. En su treinta aniversario, el proyecto ha crecido considerablemente, con un número de acogidas creciente que contempla tanto el cuidado de los niños en familia extensa (abuelos, familiares lejanos...) como en familia ajena. La provincia 'más acogedora' es León, con 275 acogidas en familia en 2018; mientras que en Soria se mantenían las cifras más escuetas el último año, con 24 menores. Valladolid contaba con 104 acogidas en 2018.

No obstante, es necesario mejorar las marcas actuales. La acogida es un «recurso de protección», según describen los Servicios Sociales en un documento. La adopción es irrevocable, la acogida es una alternativa al 'limbo institucional', un mecanismo para que los menores, sean bebés o adolescentes, tengan acceso a un contexto de cariño, cuidado y normalidad en el que desarrollarse. El objetivo es que de entrada puedan volver con su familia y evitar, cuando es posible, que los menores rompan con su entorno, tal y como explican desde la Junta. Por si alguien lo ve como un paso intermedio, la idea no es que desemboque en adopción por parte de la familia acogedora.

Este resorte institucional, este programa, supone una celosa protección de datos. Nada de fotos en redes ni menciones de nombres reales –mucho menos los apellidos- en lugares como este reportaje. Por ello, se usarán aquí nombres ficticios para los menores. Manuel es un bebé que no se llama Manuel. Hay que disfrazarle la historia para darle estabilidad familiar, para dejar que él mismo la cuente un día.

Las exigencias de guion tienen su porqué, y es que, aunque no tienen por qué cortar lazos con la familia de origen, y se cuida especialmente una continuidad en la relación con los hermanos 'de sangre', algunos procesos son conflictivos, sobre todo si finalmente se le retira la custodia a los padres biológicos. Si además Internet se mete de por medio, es mucho más complicado controlar en qué términos se desarrolla esa relación.

Cada niño tiene asignado un técnico que controla su proceso y puede servir de enlace en los 'puntos de encuentro', los pisos en los que los menores se ven o se dan cita con sus familias biológicas durante las visitas. «Cuando se va a dar una reunificación las visitas se intensifican y si la situación va a peor pueden llegar a suspenderse», afirman Mónica Monge y Raquel Lozano, del Programa Familiar de Acogida de Valladolid (Cruz Roja).

El regalo del ofrecimiento

Las familias que acceden al programa reciben una formación y orientación para ayudar a los menores a integrarse, además de apoyo durante todo el proceso y una pequeña subvención para mantener a los acogidos. «Se les da una información completa, luego se les forma y por último se les valora», explica Lozano. Ella y su compañera lo definen como un proceso en fases diferenciadas, destinado a comprobar la idoneidad de las familias y si su decisión es firme. Insisten en que en todo caso siempre se trata de un ofrecimiento de la familia, que no 'escoge', y puede ser más indicada para un niño que para otro.

Los menores se dividen en tres grupos: de 0 a 6 años, de 7 a 18 y un tercer grupo que englobe a aquellos con necesidades especiales o bien a grupos de hermanos. «Se trata de hacer un encaje adecuado en cada caso, ver qué familia es la mejor para cada niño», cuentan Mónica Monge y Raquel Lozano. «Una familia se puede ofrecer para recibir a niños hasta un año y es tan válido como cualquier otro ofrecimiento».

Vera y su marido, que son de Madrid pero viven en una ciudad de Castilla y León- su proceso está tan judicializado que es necesario usar un nombre falso también para ella, además de para el bebé, y mantener al máximo el anonimato- tienen en acogida al pequeño Manuel desde hace año y medio. Ella explica el modus operandi del programa: el acogimiento temporal dura un máximo de dos años, y partir de ahí se plantea el acogimiento permanente si la situación del menor no está resuelta o el juez dictamina que no puede volver con sus padres. Este tipo de sentencia es el punto de partida para comenzar otro proceso, el de adopción. De hecho Manuel está en lista ahora mismo, pero el proceso es independiente. «El acogimiento no es un camino a la adopción para que no se convierta en una puerta de atrás para acceder a ella», afirma Vera. «Eso te lo explican 40 millones de veces, y nosotros lo sabemos y lo aceptamos», asegura.

Para Óscar y Nuria lo de la acogida llegó de casualidad. Ella trabajaba en un comedor escolar y había una niña que delataba una situación terrible: al escucharla descubrió que no recibía más comida que esa en todo el día, que su madre no le hacía caso... intentó ayudarla, a ella y sus hermanos. «Era una niña que vivía a dos manzanas y me dejó tan impactada que lo comenté en casa». La familia espontáneamente decidió ayudar e invitaba a los niños a comer o se ocupaba de ellos -incluso desarrolló buena relación con la madre de los menores- hasta que llegó un punto en el que los Servicios Sociales se pusieron en contacto con ellos para pedirles que se ajustasen a los procedimientos.

Las opciones son muchas: se puede acoger a tiempo completo o parcial -por ejemplo, durante los meses de vacaciones-; a uno o varios niños. Pueden entrar en el proceso todo tipo de familias, sin que importe si son monoparentales, el sexo de los tutores, su estado civil o la edad de los acogedores. No hay criterios sobre la estructura familiar que invaliden esta opción para diferentes modelos, siempre que se formen y superen la valoración.

La historia más visceral que puede relatar Nuria, que pone palabras a la experiencia del matrimonio, empezó hace 7 años, cuando Sara y Lara -nombres ficticios, recuerden- entraron en sus vidas. Ahí comenzó un recorrido particular, lleno de recovecos, matices, pasos adelante y hacia atrás. Las pequeñas tenían 6 y 4 años, respectivamente. «Al principio eran un poco 'salvajitas'», recuerda la mujer. «Las acogidas deben ser cortas porque crece demasiado el apego», reconoce, «de hecho a nosotros nos llegaron a echar en cara que lo estábamos haciendo demasiado bien». Aunque la convivencia y la educación planteaban retos, Sara y Lara comenzaron a estar cómodas. «Nos empezaron a llamar papá y mamá y nosotros les decíamos que no lo hicieran, pero Sara contestaba con naturalidad que aunque tuvieran otra mamá yo era su «mamá Nuria»».

Al año y medio surgió la posibilidad de que una familia las adoptase (¡a las dos!) y empezó un proceso de «acoplamiento» para que las niñas se acostumbrasen a la que iba a ser su familia definitiva, de la misma manera que se habían familiarizado con sus padres de acogida en el centro que hay en Palencia. Pero la solución duradera se reveló bastante más efímera de lo esperado. «Al principio veía a los nuevos padres ilusionados, luego empezaron a quejarse y las niñas volvían tristes», relata Nuria. Le mandaron una carta a la Junta -proponían quedarse, en tal caso, con la pequeña, con Lara- y las devolvieron a los 15 días.

«Los niños nunca son moldeables, solo tienen menos vivencias que hacer compatibles con las propias»

Vera

Las instituciones acudieron a aquella familia en la que tan felices habían visto a las niñas. «Habíamos pasado por el 'duelo', que es algo normal; dolía, pero lo habíamos celebrado y hecho una fiesta de despedida», explica. «Y entonces nos llamaron para preguntar si las acogeríamos de nuevo, y fue duro porque a pesar de que lo habíamos hablado, ellas habían sentido abandono por nuestra parte», reclama.

Incertidumbre y desconfianza

Que Manuel sea un bebé desconfiado, con dificultades para aceptar el cariño, puede resultar insólito. ¿Se puede construir una coraza en apenas unos meses? «Los niños nunca son moldeables, solo tienen menos vivencias que hacer compatibles con las propias», asevera la que es, a estas alturas, la madre más duradera que el niño ha conocido. Ella cree firmemente que el carácter está marcado de nacimiento, y el bagaje vital de una persona empieza a contar desde el mismo hospital.

«Una de las cosas más angustiosas del acogimiento es no saber si le tienes que comprar ropa para el invierno», ejemplifica Vera, «al ser tan incierto te impide plantear un proyecto para el niño, al final haces el proyecto y si se interrumpe, se interrumpe».

Las profesionales del programa cuentan que para las familias no siempre es fácil entender las decisiones que se toman a nivel técnico. «Es especialmente difícil lidiar con la incertidumbre, tienen que saber trabajar con ella y por eso trabajamos mucho ese aspecto», concluyen entre Raquel y Mónica. Insisten en que el objetivo final es, a pesar de dificultades como esa, darle al niño seguridad emocional y protección a todos los niveles.

Estas realidades están hambrientas de respuestas. Sara solía preguntarle a Nuria, al principio, si se iban a quedar juntas siempre. «No lo sé», le contestaba su madre, incapaz de mentirle.

Amor y dolor: por qué acoger

A pesar de ser expresiva, fuerte y alegre, esta mujer habla de dolor, de sensibilidad. Habla de su propio sufrimiento somatizado, de las enfermedades que ha tenido que superar a nivel particular, en las que no sabe hasta qué punto pudo pesar la preocupación por Lara y Sara. No obstante, a pesar de que cuenta que han tenido que reconducir conductas sexualizadas y agresivas en las pequeñas y de que había veranos que se los «programaba la Junta»; a pesar de los fallos que pueda tener el sistema y la dificultad de ejercer de padres, Nuria no lo cambia. «Fíjate, cada vez las quiero más y me siento más identificada con ellas», confiesa.

«Ellas tienen claro que no somos sus padres biológicos pero también que las queremos igual», pone de manifiesto Nuria. Poco a poco, acorde a su edad, los padres de acogida explican a los menores de dónde vienen y qué ocurre. Después del intento fallido, ¿las adoptarán? «Probablemente seguiremos en acogimiento permanente hasta los 18-21, para que ellas puedan preguntar libremente sobre sus padres, mantener sus apellidos si lo desean o decidir cuando crezcan si quieren que las adoptemos», reconoce la madre.

«Cada vez las quiero más, ellas tienen claro que no somos sus padres biológicos pero que las queremos igual que si lo fuéramos»

Nuria

Nuria no puede dejarse en el tintero el trauma que supone una devolución, y por ello se detiene en la necesidad de reafirmación de los niños de acogida, de su sensación de que «no les quieren porque tienen algo malo». «Cuando corrijo a las niñas les digo...«No te preocupes, todos cambiamos y nos equivocamos siempre, yo también, te queremos mucho»», cuenta. Cada caso es un mundo y ella realza la importancia de la humanidad en el trato desde las instituciones, advierte que no pueden mirarse los «casos resueltos» como meros números o se corre el riesgo de «dejar escombros». Eso sí, tampoco le tiembla la voz para alabar los aciertos del programa, y en concreto a su técnico: «Está siempre ahí», admite con orgullo.

«No todo el mundo tiene un concepto de amor incondicional», apunta Vera, que desearía que se impusiese siempre ese interés del menor, no solo sobre el papel, y sobre todo que el proceso fuese más ágil. «Las leyes están hechas para que los amores no sean incondicionales ni para siempre», lamenta, y concreta que eso es algo vital que tiene que poner cada uno.

Los testimonios de Nuria y Vera estarían incompletos sin aspectos como la felicidad que les transmite la acogida y la generosidad con que la viven. «Mérito, ¿yo?» se sorprende Vera. «Esto es un privilegio». Nuria se sorprende parecido cuando le dicen que la admiran por acoger a las que son sus hijas.

Ambas gastan carácter, y relatan que llegan a irritarse si salen a la luz- casi siempre de modo ligero y por suerte poco a menudo- estigmas y prejuicios para con los menores y para las parejas que acogen. Estigmas como esperar una mala conducta de estos menores, o colgarles el sambenito culpable de que sus padres biológicos no puedan cuidarles, así como, entre padres, deslizar la idea de que a un niño en acogida se le mantiene 'por interés'.

Nuria recomienda la acogida, ante el individualismo imperante: «Todo en esta vida exige una renuncia, yo cuando me casé con mi marido renuncié al resto de hombres», ríe. «Esta es una acción social preciosa, yo puedo decir que recibo mucho cariño. Amor, con amor se paga. He tenido la suerte de una familia preciosa, gracias a Dios, ¿cómo no voy a querer que el resto tenga algo así?», resalta.

«¡Necesitamos familias!», recuerda Raquel cuando Mónica y ella se despiden de la entrevista. A pesar de las campañas y del éxito de muchos 'encajes', la complejidad de la acogida no se puede solucionar solo con cifras. Además, el número de familias que se interesan por el programa es muy variable: 66 nuevas familias en Castilla y León en 2017, 45 en 2018 y un repunte en 2019, pues hasta octubre 52 familias se han sumado. Sin duda, sería el mejor regalo de cumpleaños para el programa, crear más hogares para niños y niñas como Sara, Lara o Manuel. Si pueden, tomen nota.

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