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Se acaba el año escolar y, tras la satisfacción del deber cumplido, padres y niños se enfrentan de nuevo a las típicas preguntas de cada final de curso: ¿quién será el profesor que me corresponde el año que viene? ¿Estaré con mis amigos o ... les habrá tocado en la clase de al lado?
En casi todos los casos esa duda no se resolverá hasta el próximo septiembre. Rumorología y 'radio-patio' empiezan a funcionar pero ¿es en verdad tan importante? Tras unos cuantos años viendo este tema desde los dos lados de la barrera (padre y educador) puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que los que menos sufren estos cambios son los niños. Su capacidad de adaptarse a diferentes modelos y ritmos de enseñanza no deja de asombrarme, por no hablar de su capacidad de disfrutar de cada pequeño detalle del día a día. Está claro que todos tenemos en la memoria ese profesor que nos retó a disfrutar del colegio y, por desgracia, al que nos hizo odiar esa asignatura. Ahora que las metodologías educativas cada vez están más marcadas desde los centros, los padres siempre vamos a buscar el 'maestrillo de librillo especial', aquel que nos devuelva a nuestros pequeños con una sonrisa. Pero no debemos olvidar que somos responsables directos de que ese triángulo (alumnos- familia-colegio) funcione a la perfección. Está comprobado que cuando los padres respondemos sin fisuras a las demandas del tutor y existe una relación fluida, se materializa en: una mayor autoestima, un mejor rendimiento escolar y en unas relaciones sociales más auténticas y fluidas por parte de los pequeños.
Ante todas estas ventajas ¿qué podemos hacer si en un momento determinado no conseguimos esa relación sana con el tutor de nuestro hijo? Creo que es clave tener presente dos premisas fundamentales: la primera es que los docentes, pero sobre todo los padres somos el modelo en el que nuestros hijos se fijan constantemente y por supuesto, que los adultos somos nosotros. Con esto quiero decir que dando por supuesto que el objetivo es el desarrollo integral del niño, debemos evitar delante de los mismos las famosas frases de '¿otra vez te ha puesto deberes?'; '¿te ha castigado por esa bobada? Seguro que la culpa no es tuya es de…'.
Las críticas entre adultos, siempre, fuera del radio de escucha de los niños. Son pequeños, pero se enteran de todo y son capaces de jugar con esa información para que redunde en su propio beneficio. Con ello no quiero decir que no pueda existir un debate sano sobre ciertos aspectos educativos, pero siempre dentro de los límites que marca la educación y con la confianza en el otro como punto de partida.
Hoy en día las metodologías activas que se están implantando en casi todos los centros hacen que el rol del docente cambie. Ya no es esa persona que aglutina todos los conocimientos, sino que cada vez más, nuestro trabajo es el de ser un guía y apoyo. Si fomentamos que nuestros alumnos trabajen en equipo y predicamos con el ejemplo, a lo largo del curso conseguiremos muchos momentos en los que los alumnos de las clases se mezclarán de manera natural. Cada vez los niños pierden más ese sentimiento de pertenencia a una clase y crece el de ser un gran grupo. En la escuela será donde realmente el niño encuentre el grupo de pares, algo que le permitirá aumentar los entornos en los que se desenvuelve y que incrementará progresivamente hasta la inclusión total como ciudadanos que aportan a la sociedad.
Esto se puede observar fácilmente en los recreos. Casi han desaparecido aquellos famosos partidos de 'A contra B', ahora generan equipos que varían a lo largo de los cursos en base a como evolucionan sus amistades. Mediante la mezcla de clases y grupos, conseguimos ofrecer a nuestros alumnos muchas más opciones de seleccionar a sus amigos. Si nosotros como adultos de este mundo cada vez más globalizado, a cualquier comercio que vayamos demandamos una gran variedad de productos para lograr la 'compra perfecta', ¿por qué no vamos a ofrecer a nuestros alumnos la oportunidad de enriquecer su vida social?
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