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El 19 de octubre de 1986, explotó el reactor de la central nuclear de Chernóbil. Hoy, 33 años más tarde, tenemos una serie en HBO y viajes turísticos a la zona. Entonces, los bielorrusos que vivían cerca de la central solo tenían desinformación. Asistían con incredulidad a las noticias que llegaban de Moscú y decían que todo era normal, que allí no pasaba nada. Una de las 'Voces de Chernóbil' que desgrana la premio Nobel Svetlana Alexievich muestra su indignación por aquella manipulación salvaje:
«De pronto empezaron a aparecer esos programas por la tele. Uno de los temas: una mujer muñe una vaca, lo echa en un bote, el periodista se acerca con un dosímetro militar y lo pasa por el bote. Y le sigue el comentario siguiente: «Ya ven –te vienen a decir–, todo es completamente normal», cuando en realidad se encuentran a solo diez kilómetros del reactor. Te muestran el río Prípiat. La gente bañándose, tomando el sol. A lo lejos se ve el reactor y las volutas de humo que se alzan sobre él. Comentario: como pueden comprobar, las emisoras occidentales siembran el pánico, difunden descarados infundios sobre la avería. Y de nuevo con el dosímetro: ahora junto a un plato de sopa de pescado, luego con una pastilla de chocolate, y después sobre unos bollos en un quiosco al aire libre. Era un engaño. Los dosímetros militares de los que entonces disponía nuestro ejército no estaban preparados para medir alimentos, solo podían medir radiación ambiental. Un engaño tan increíble, semejante cantidad de mentiras asociadas a Chernóbil en nuestra conciencia, solo había podido darse en el 41. En los tiempos de Stalin».
Desinformación, bulos, mentiras, que tenían un objetivo: hacer creer a la población soviética que allí todo estaba controlado. Aunque fuera a costa de enviar a la muerte a 'héroes' que no sabían a qué se estaban exponiendo en realidad.
Los bulos siempre tienen un objetivo. Por eso es incorrecto llamarlo 'fake news', un término que Donald Trump ha popularizado y cuya traducción sería «noticias falsas». Los bulos no son noticias. Y las noticias, las de los medios de comunicación que cumplen con su función, no son falsas. Pueden ser erróneas -los periodistas pueden cometer errores-, pueden tener un enfoque partidista, o contar con una relevancia mayor o menor en función de la línea editorial del medio. Pero no son falsas. Porque publicar noticias falsas es un delito.
Hay bulos que pueden parecer graciosos porque, en realidad, son simples bromas que se han salido del tiesto. Ocurrió con este tuit de mayo de 2018:
Esta chica es Montaña García y es vecina de Cáceres. Acaba de ganar las Olimpiadas de Física y Química 2018, pero como no es futbolista y no se dedica a los realities no la verás la noticia en ningún medio de comunicación. pic.twitter.com/V8nnwQ1pNv
Jorge (@jperyim) May 26, 2018
La estudiante en cuestión era Mia Khalifa, actriz porno, pero hubo quien retuiteó el mensaje, con sus buenas dosis de postureo para dárselas de preocupado por la educación.
Otros, sin embargo, buscan incitar a quien lo recibe a actuar de una determinada manera. Por ejemplo, a votar a favor del Brexit. O a dejar de votar a Hillary Clinton. Y con una diferencia significativa respecto a esa manipulación masiva, centralizada y burda de Chernóbil: esta vez los bulos pueden dirigirse de manera individualizada, atacando al punto débil de cada uno de nosotros.
¿Cómo es esto posible? Pues porque la tecnología lo permite. Los miles de datos que plataformas como Facebook, Amazon, Apple o Google almacenan de nosotros hacen que sea posible segmentar a los ciudadanos en función de una serie de parámetros. Veamos unos ejemplos.
En Google, dentro de la pestaña «Gestiona tu cuenta» que aparece cuando iniciamos sesión, podemos acceder a una serie de cuestiones relacionadas con Privacidad y Personalización. Si mantenemos activada la ubicación de nuestro terminal Android -si prueban a desactivarla enseguida aparecerán mensajes del tipo 'para que la aplicación x funcione mejor, active la ubicación'- comprobaremos que Google guarda celosamente todos nuestros desplazamientos. El siguiente pantallazo está tomado de la cuenta del redactor y se corresponde con el 19 de mayo de 2019.
El periodista salió de Ponferrada, llegó a Zamora, luego a Toro y finalmente a Salamanca. No solo eso. En el Mirador del Troncoso, en Zamora, permaneció dos horas. Fue durante el mitin del candidato socialista a la Junta de Castilla y León, Luis Tudanca.
Luego pasó 21 minutos en una gasolinera.
¿Demasiado tiempo? ¿Qué hacía allí durante 21 minutos? Pues en realidad, esperar. Se había concertado una entrevista de campaña con el equipo de Luis Tudanca, pero no había un hueco libre en la agenda para realizarla. Se quedó en la gasolinera para subir al vehículo en el que viajaba el candidato y realizar la entrevista de camino a Toro, donde había una comida con alcaldes y ediles socialistas de la provincia de Zamora. Un responsable de prensa cogería, al mismo tiempo, el coche del periodista para llevarlo hasta Toro.
Pero es que Google también nos acompañó en Salamanca. Y allí discernió entre el trayecto realizado en coche (línea azul oscuro) y los paseos a pie (líneas azul claro).
Es solo un ejemplo. Pero es que Google tiene nuestro correo electrónico, sabe qué vídeos vemos en Youtube, cómo utilizamos Drive, o el traductor, qué buscamos en Internet y cuándo, desde dónde nos conectamos, qué dispositivos utilizamos para hacerlo... Y si además pagamos con Google Pay, le diremos cuánto gastamos y en qué tiendas.
Todo, para segmentarnos. Para saber quiénes somos y qué nos interesa.
Con Facebook ocurre otro tanto. Si vamos a la pestaña Registro de actividad podremos comprobar qué sabe Facebook de nosotros. Qué datos guarda. Y son muchos y muy variados. Llegó a tener un sistema de sincronización de fotos que le permitía tener acceso a todas las imágenes tomadas con el móvil, aunque no se subieran a la red social, por ejemplo. Pero es que también almacena todos los vídeos que hemos visto en la plataforma. Todas las búsquedas que hemos realizado en ella. Los productos que queríamos comprar.
Y, por supuesto, tiene todos nuestros 'me gusta', todas nuestras reacciones a publicaciones, nuestros posts, nuestros comentarios.
Y qué rostro tenemos.
Porque Facebook no es solo Facebook. Es Whatsapp, que compró en octubre de 2016. Es Instagram, que adquirió en 2012. También es Face.com, compañía que absorbió en 2012 y que se dedicaba al reconocimiento facial en las fotos. Y Atlas Advertiser, que indaga en los gustos de los usuarios y los conecta con las empresas que venden productos que encajan con esos gustos. Hay muchas más, pero todas están enfocadas a lo mismo: adquirir cada vez más conocimientos sobre sus usuarios.
Esos usuarios permiten que Facebook conozca todo de ellos. Puede interpretar sus comentarios y sus «me gusta» y otras reacciones, ponerlo en contexto con lo que sabe de sus amigos en la red social y con sus aficiones, sus viajes, los contactos de Whatsapp… Analiza con algoritmos millones de datos que tú le ofreces y deduce, con más certeza que tú mismo, tus opiniones sobre los inmigrantes, la homosexualidad, los vientres de alquiler…
En esta pestaña puedes comprobar qué guarda de ti Facebook. Te sorprenderá conocer, si no has tocado las condiciones de privacidad o seguridad, todos los datos que ha registrado.
Guarda también tus interacciones de voz (y aquí no solo cuentan las del móvil y las de Facebook, recuerda que Google tiene a Home; Amazon a Alexa y Echo; Apple a Homepod con Siri, y que están empeñados en meter esos aparatos con micrófono en nuestras casas). El reconocimiento facial le sirve a Facebook para detectarnos cuando alguien sube una foto en la que figuramos, aunque sea de refilón.
Después de todo esto, vuelta al principio. Las empresas tecnológicas tienen todos estos datos de nosotros. Más datos cuanto más grandes son esas empresas. De acuerdo, pero, ¿y qué relación tiene todo esto con los bulos? Pues la tiene toda.
Porque los bulos ya no se difunden al modo soviético de Chernóbyl, desde un discurso oficial manipulado. Se basan en la personalización. Sea un bulo o un anuncio, su efecto es mayor cuanto más se segmenta. Según Bloomberg, Donald Trump invirtió más dinero que Hillary Clinton en los anuncios de Facebook, pero no solo hizo eso. Además, generó «5,9 millones de versiones diferentes de anuncios durante la campaña», mientras que Clinton creó 66.000 en el mismo periodo de tiempo.
Puede que te suenen las palabras 'Cambridge Analytica', aunque quizá no sepas muy bien de qué. Recordarás que Zuckerberg fue a juicio, que alguien dijo o insinuó que Donald Trump no hizo una campaña precisamente limpia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016.
En este reportaje de la BBC tienes las claves más completas, pero en resumen, Cambridge Analytica utilizó uno de esos juegos habituales en Facebook, un test de personalidad, para obtener el permiso de los usuarios para acceder a sus datos y a los de sus contactos. Entre esos datos y los obtenidos por el test, Cambridge Analytica, que se dedica entre otras cosas a las campañas electorales, consiguió saber de qué forma llegar a los votantes norteamericanos. Y no a unos pocos. A 87 millones de ellos.
Y ahí es donde entran en juego los bulos. Resulta muy complicado que un votante demócrata convencido apoye a Donald Trump, un republicano del ala más conservadora de su partido. Por tanto, el objetivo no es convencer a ese demócrata de que vote a Trump, sino desmotivarle para que no acuda a votar a los suyos. Aquí tienes algunos de los que más se difundieron, entre ellos el presunto apoyo del Papa Francisco a Trump. Raúl Magallón, autor del libro 'Unfaking news', contaba en el podcast Acampañados de El Norte de Castilla que «a los demócratas negros de Estados Unidos les comenzaron a llegar unas declaraciones poco afortunadas de Hillary Clinton en los años 90 sobre la comunidad negra cuyo objetivo era que no fueran a votar a los demócratas».
Es cierto que existen discrepancias sobre la relevancia final de esos bulos y su incidencia en el resultado final, pero también lo es que en campañas como la del Brexit o incluso en las últimas elecciones nacionales en España las noticias falsas han sido multitud.
Próximo episodio: Los bulos (II): Cómo se difunden. El poder del algoritmo y los bots. Fecha: 11 de diciembre de 2019.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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