De todo ello se deduce que el botellón genuino requiere alcohol y aire libre. Por eso es muy discutible lo que alegan los adolescentes de ahora a su favor: que beben en la vía pública porque les sale más barato.
La culpa de las borracheras no es del alcohol, sino de no saber beber y de usarlo como refugio o para «colocarse» cuanto antes para desinhibirse y ser divertido. Chesterton, aconsejó «¡bebed porque sois felices, pero nunca porque seáis desgraciados!».
Ya tenemos una primera respuesta al interrogante «por qué el botellón resiste a las prohibiciones». No es un problema que se resuelve prohibiendo, sino educando. Las prohibiciones suelen estimularlo, sobre todo en la etapa de la rebeldía, la adolescencia. Para los adolescentes seguir haciéndolo a escondidas es un aliciente añadido, un reto y una hazaña que denotaría ingenio y valentía. Actualmente es uno de los nuevos ritos de iniciación en la vida adulta, más agradable y menos peligroso que cazar un león sin armas, como ocurría en pueblos primitivos del tipo de Samoa.
¿Por qué han fracasado hasta ahora las medidas basadas en la mera prohibición adoptadas por el gobierno y los ayuntamientos? Porque con ellas se criminalizaba a los adolescentes sin escucharlos y sin contar con la colaboración de sus líderes naturales. Pienso que algunos jóvenes de unos 25 años pueden influir en los adolescentes para bien más que algunos adultos.
Lo único que los mayores solemos atribuir al botellón es las molestias que ocasiona a los vecinos, sobre todo los ruidos que les impiden dormir y la suciedad y malos olores que quedan cerca de sus casas. Ciertamente, es un comportamiento incívico reprobable que atenta contra la salud, pero algo más habrá cuando ha existido siempre y sique existiendo de forma imparable, a pesar de las leyes anti-botellón y las multas.
Una buena iniciativa fue la de la Comunidad Autónoma de Extremadura, que aprobó en 2.003 una «Ley de Convivencia y Ocio». No se proponía perseguir al botellón, sino regularlo, evitando los excesos habituales.
Otra iniciativa similar fue la del Ayuntamiento de Córdoba en 2.005. Consistía en la creación de espacios específicos conocidos como «botellómetros». Permitía evitar molestias a los vecinos y disponer de elementos de higiene y sanidad, como suficientes urinarios públicos y contenedores de basura. Este planteamiento fue imitado por otros ayuntamientos.
¿Por qué el botellón «engancha» tan fácilmente, no a todos, pero sí a la mayoría de los adolescentes (entre 12 y 17 años)? ¿Cómo suelen entrar en ese mundo?
Los adolescentes tienen necesidad de encuentro con sus iguales, y entre ellos suele haber alguno con experiencia en el tema; sienten inquietud por probar sensaciones nuevas; no ven el riesgo; son especialmente vulnerables e influenciables; ceden ante la presión del grupo de compañeros y/o amigos.
Creo que el mejor instrumento para acabar con el botellón es la educación preventiva. Implica educar para el auténtico ocio (muy diferente de la ociosidad); educar para la convivencia, el civismo, el autocontrol y la autodisciplina, tanto en la familia como en la escuela. Incluye también aprender a divertirse de forma sana.
Ante la aparente falta de alternativas al botellón, sugiero algunas que están sirviendo a muchos adolescentes: hacer ejercicio físico y deporte a cualquier hora: si es durante el día estarán cansados por la noche, pero también existen gimnasios abiertos hasta muy tarde; quedar con los amigos y/o amigas en casa de uno de ellos para conversar, oír música o participar en videojuegos comunes.
En situaciones sociales excepcionales, como la de la actual pandemia del covid-19, sí es necesaria la prohibición acompañada de sanciones, invocando un valor que entienden muy bien adolescentes y jóvenes: la solidaridad.
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