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He aquí un joven que le sonríe a la vida. Eduardo Gómez Pisonero. Nacido, criado y residente en la localidad segoviana de Olombrada. Su propia cosechadora le segó la pierna izquierda en junio de 2017. En ese momento, nació una referencia para los suyos y ... los ajenos: su ánimo, su permanente sonrisa, su manera de encarar la vida y sus firmes convicciones agrarias han hecho de él un espejo en el que mirarse para saber cómo afrontar las desgracias, cómo apechugar con las adversidades, cómo resistir en tiempos de incertidumbre, cómo mirar al cielo con optimismo esperando la esperanzadora lluvia y, sobre todo, cómo ser y estar en la vida queriendo a los tuyos y ganándote su afecto día a día. Y todo ello, sin perder la sonrisa.
–Los padres, sobre todo cuando las profesiones que tienen son duras, y la de agricultor vaya si lo es, no suelen querer que los hijos sigan sus pasos en el mundo laboral. ¿Cómo convenció usted a su padre de que sería agricultor?
–Siendo cabezón.
–¿Cabezón? ¿Así de simple?
–De siempre me ha gustado la agricultura y me han tirado las tierras. Siempre lo he querido. Aunque me decían de estudiar, yo quería estar en las tierras. ¡Desde pequeño! Y siempre hay alguien que te enseña a estar, un tío, tu padre... Yo, desde pequeño, al tractor. ¡Me tiraba el volante!
–Forma parte de la quinta del 90, que en su pueblo, Olombrada, la forman seis chicos y tres chicas. ¡Y usted el único de los nueve que se dedica al campo!
–Pues sí, el único, yo. De los demás, que si uno militar, que si otro ingeniero aeronáutico, que si otro topógrafo, que si otra farmacéutica... Ahora que lo dice, es verdad, el único agricultor de los nueve, yo.
–¿Y cómo se siente único entre nueve?
–Más orgulloso que ninguno y que todos juntos.
–Le pueden llamar exagerado...
–¡Qué va! ¿No ve que soy el único que está en el pueblo y ellos no? Ellos tiene que venir el fin de semana o en vacaciones... ¡Y yo estoy todos los días en el pueblo! Eso es mejor que estar enMadrid o en donde usted quiera decir. Esto no se paga con dinero.
–La de agricultor, explíqueme, ¿es una profesión en peligro de extinción, hay que ser un quijote para dedicarse a ella o está reservada para gente con principios sólidos como los de cualquier otro profesional en cualquier otra actividad?
–Si te gusta desde el principio, no te hace falta ni ser un quijote, ni ir obligado ni nada de nada. Si te gusta puedes vivir igual que los demás o incluso mejor.
–¿Su vocación agraria no ha flojeado nunca? ¿Ni cuando el accidente?
–No, ni en ese momento. Creo que hasta me ha unido más todavía al trabajo como agricultor. Hombre, depende del lugar en el que trabajes...
–Depende del lugar, pero también del accidente. Fue una situación suficientemente traumática...
–Ya, pero como es tuyo y te ha pasado en algo tuyo, lo ves diferente. Es que lo vives de otra manera. Si no fuese tuyo, lo podrías pensar, pero si donde te pasa es tuyo, no. Depende también de cómo te lo tomes.
–¿Me cree si le digo que no sabía cómo entrarle con el asunto del accidente?
–Pues no veo por qué. A mí me da igual.
–¿Vuelven a menudo a su cabeza aquellas horas del 17 de junio de 2017, cuando sucedió?
–¡Anda! Cuando hablamos de ello, que puede ser cada día, pues todos los días. No hay problema porque lo viví en todo momento. No perdí el conocimiento, no me quedé inconsciente y, por tanto, no me tuvieron que contar nada: lo viví en primera persona.
–Usted se hizo el torniquete, llamó por teléfono para que le auxiliaran. La tecnología, la conectividad, que en campo sigue siendo utopía, hay que reconocer que jugó a favor suyo.
–El teléfono hace mucho a la hora de ayudar. Pero si no me hubiese hecho el torniquete, me hubiera dado igual haber tenido teléfono que no, porque con lo que tardaron y demás ya le digo que no sé yo. Fíjese, ¡llegó mi padre antes! Sí, es verdad que la tecnología te ayuda: en cualquier momento puedes llamar al 112, te pueden buscar incluso por gps si quieren...
–¿Quién le enseñó a hacer torniquetes? ¿Había seguido algún curso de primeros auxilios?
–Qué dice, de eso nada.
–Entonces, ¿se impuso el instinto de supervivencia?
–Tuvo que ser eso. Hice cursos cuando tenía el camión, en los que te asesoran de este tipo de situaciones, pero la verdad que esto de los primeros auxilios no fue en lo que más me fijé.
–¿A raíz del accidente perdió en algún momento sentido su vida como agricultor? Quedarse sin una pierna tiene más cosas se supone en contra que a favor.
–Está claro que lo ves peor porque te cuesta más hacer las cosas, pero luego vas tirando. Y si te haces a ello bien, no tiene por qué haber ningún problema.
–Dos años y medio largos después del accidente, ¿cómo ve la vida?
–Pues igual con más sentido y, de una manera muy especial, viendo mejor a las personas que me han apoyado siempre desde el accicente.
–Dos años y medio largos después del accidente, ¿cómo cree que le ven los demás?
–No lo sé, la verdad. Algunos me han dicho que si soy un héroe... ¡Ya ve! Pero no lo sé. Eso sí, lo que es cierto es que la gente me ha apoyado y me apoya mucho.
–¿Sigue viendo miradas comprensivas, de esas que parece que dicen 'Pobre Eduardo', o ya está plenamente reintegrado otra vez en su espacio habitual, el de toda la vida?
–Me considero reintegrado plenamente.Pero sí es verdad que todavía alguno que me ve se queda medio cortado. Pero no me puedo quejar. Todo lo contrario.
–¿Su apuesta por vivir y trabajar en el campo sigue inalterable?
–Siempre, siempre voy a estar en el pueblo, en el campo. Es mejor que vivir en la ciudad. El medio rural es lo mejor, estar en el pueblo es lo mejor.
–Pero, una cosa: ¿Eso lo dice después de haber probado la ciudad?
–Es que la ciudad no me ha gustado nunca. Cuando estudiaba, que no hubiera un día libre, que me volvía al pueblo. Siempre que podía, al pueblo. Para algo relacionado con el ocio, como ir al cine, pues sí. Pero para todo lo demás, la ciudad no me gusta, no me gusta.
–¿De qué considera que puede ser usted ejemplo? Antes decía que algunos le ven como héroe. Otros muchos, como espejo en el que mirarse los jóvenes, por afán de superación, por saber vivir en el campo... ¿Se ve ejemplo de algo? ¿De qué?
–¡Yo qué sé! Es que vaya lo que me va a decir. Yo qué sé. Alguna persona sí me ha dicho que soy un ejemplo de superación, de poder saber cómo volver a vivir tras un accidente como el que tuve. Pero... luego es verte en el día a día, actuar jornada tras jornada. Hay mucha gente que me ve mejor que antes, pero para mí es muy difícil decirlo ¿No le parece?
–Hay una escritora, Carmen MartínGaite, que decía que «hoy es tan tiempo como ayer». Usted si algo no ha hecho es perder el tiempo en lamentos.
–No, ahí no. Hay que seguir para adelante. ¡Nunca te quedes mirando atrás! Siempre a más, a más, a más. Siempre para adelante. Para atrás, nunca.
–¿Esa filosofía se aprende en la vida, se la han enseñado sus padres,...?
–Sale de uno, no puede salir de otro. Lo contrario, imposible.
–Entonces, ¿en su vida no hay espacio para el lamento?
–Vamos a ver: pues claro que sí. Hay días malos y momentos complicados...
–¿Basados en qué?
–Momentos malos en los que te ves sin pierna, te ves más limitado... Pero al poco, lo que digo, adelante, adelante.
–¿Quiénes son los que siempre están en esos momentos malos?
–Ahí, siempre mi novia, María. Siempre. Ella es la que siempre está conmigo. En todo momento.
–¿Desde cuándo están juntos?
–(Unos instantes para pensar...) ¿Esto también va a salir en la entrevista?
–Podría no llegar a decir lo que está tardando en acordarse...
–(Ríe a carcajada) Desde junio de 2012. Siete años y medio. Y resulta que lo pondrá en la entrevista... (Vuelve a reír)
–Pero, vamos, que ella siempre ha estado junto a usted, ¿verdad?
–Siempre, siempre, siempre. María, siempre. Los días del hospital, no falló: la primera. Y siempre que puedo estar mal, siempre está ahí. Siempre, siempre ella.
–Oiga, tiene que ser duro lo de pasarse la vida mirando al cielo. Porque eso hacen los agricultores, ¿no? Siempre mirando al cielo.
–Sí, constantemente mirando al cielo.
–En sus 29 años de vida pegado al campo, ¿le ha respondido bien el cielo?
–Algunos años sí, otros no. El año que me pasó el accidente, no, porque vino muy malo, muy malo, muy malo.
–Se le juntó a usted el hambre con las ganas de comer entonces...
–Así fue. Además del accidente, la sequía. Este año se va presentando bien con lo que anda lloviendo.
–Algunos ven al campo herido de muerte. ¿Usted no o sí?
–¿Herido de muerte? Pues puede que sí, porque se lo andan cargando mucho.
–¿Quiénes?
–Entre que no suben los precios de lo que producimos los agricultores y después que nos están dando caña por la PAC, por el agua, por mil cosas... ¡Sí, sí: se lo cargan poco a poco!
–¿A su juicio qué habría que cambiar para que, además de poder seguir viviendo del campo, se pueda seguir viviendo en los pueblos?
–¡Que se vayan todos a la ciudad!
–Pero, ¡qué dice, hombre!
–Claro, todos esos que critican los pueblos y que se quieren ir a la ciudad, ¡pues que se vayan! En el pueblo, si hay mucha gente, se está muy mal. Y cuando hay pocos, estamos bien. Claro que de lo que se trata es de que tengas tu trabajo en el pueblo o cerca de él, que puedas tener una mínima vida social y que haya más servicios para la gente mayor, como tiendas, por ejemplo. Seguro que si hubiese más cosas de este tipo en mi pueblo y en los pueblos, se quedaría más gente en ellos.
–¿Qué suele pensar usted cuando oye a los políticos decir que van a apoyar a los pueblos y resulta que cada vez hay menos médicos en los consultorios rurales, por poner un caso de servicio público esencial.
–¡Es todo mentira lo que dicen, todo mentira! Si de verdad tratasen más a los pueblos... Pero si cada nada de tiempo te cambian el médico en el pueblo, cada vez hay menos escuelas abiertas en los pueblos... No hay nadie, no hay nadie.
–Y, sin embargo, dice usted que está a gusto en el pueblo. ¿Cómo entender esa contradicción, que lo es?
–Yo digo que cuanta menos gente en el pueblo mejor porque cuando hay mucha, te acabas saturando. Me pasa a mí y a todos los que estamos siempre en el pueblo. Cuando estamos en el pueblo los del pueblo, divinamente. Cuando empieza a venir mucha gente... ¡Uff!
–¿Mientras haya subvenciones en el campo habrá esperanza?
–Casi si las quitan, habría más. Porque de las subvenciones, como las de la PAC, se benefician muchos que no son agricultores. Gente que trabaja en otra cosa y, sin embargo, cobra la PAC. ¡Pues no!: la PAC debería ser o para los agricultores que están todo el año en el campo o para ninguno.
–¿Usted podría vivir del campo sin la PAC?
–Me resulta difícil responderle, pero creo que sí que podría. Creo que sí, sí.
–Un mantra de los políticos actuales es que hay que ayudar a la industria agroalimentaria y al sector primario porque no se deslocalizan. ¿Usted lo cree?
–Sí que es verdad. Los ganaderos lo pasan muy mal ahora; ahí están los precios de la paja y del pienso, que son muy caros. Al agricultor no se le pagan sus productos tan bien como deberían; los que más ganan son los intermediarios.
–Supongamos que el día de mañana tiene usted un hijo, una hija, y le dicen que quieren quedarse en el campo. ¿Qué?
–¿Con mi pensamiento de ahora? ¡Claro que sí! Y yo les ayudaría.
–¿Le ayudaron a usted en su momento?
–Al principio no les gustaba a mis padres que me quedara en el campo, pero luego sí, me ayudaron. Si había que comprar esta o aquella máquina, la comprábamos.
–Siendo joven, gustándole vivir en un pueblo, trabajar en el campo... es usted carne de cañón para un sindicato agrario o para un partido político en una candidatura.
–(Ríe) Ya me tentaron varios, pero no es lo mío. La última vez, para la comunidad de regantes y les dije que no. A mí esas cosas no me gustan. Te pones a la gente en contra, vas a tener siempre quien te critique... Que no, que eso no es para mí.
–Tras el accidente, ¿buscó usted ayuda en profesionales o asociaciones, se la ofrecieron...?
–Estaba yo en redes sociales en un grupo de agricultores y ellos me empezaron a ayudar, a animarme con aportaciones de un euro, de cinco... Yo me quería poner la pierna ortopédica y me ayudaron mucho en todos los sentidos. Fueron un apoyo importante. La gente te ayuda mucho. Y en ese grupo que éramos todos agricultores, más aún.
–De su experiencia, ¿con qué lección se queda?
–Con la de que se puede salir adelante, que puedes encontrar gente para apoyarte, si no es uno es otro... Si no es un amigo es otro el que te echa siempre un cable para que puedas salir adelante.
–¿Hay algo que le haga sentir más feliz que estar en el campo?
–¡Estar con mi novia! Y con los amigos.
–¿Tiene ya claro qué quiere ser de mayor?
–Llevo ya muchos años teniéndolo claro: agricultor. No hace falta decir más, agricultor.
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