Confinamientos en primera línea de playa
Diario de un confinamiento. Día 20 ·
No solo han sido madrileños invadiendo las costas de Murcia o Valencia. También neoyorquinos, milaneses y parisinos han exhibido conductas de egoísmo irresponsableSecciones
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Diario de un confinamiento. Día 20 ·
No solo han sido madrileños invadiendo las costas de Murcia o Valencia. También neoyorquinos, milaneses y parisinos han exhibido conductas de egoísmo irresponsableA ver cómo les cuento yo esto sin que parezca un alegato con más demagogia que enjundia. Todo viene de aquella verdad irrebatible según la cual y aunque a veces resulte difícil de creer, «todos somos humanos»... Si bien es verdad que la ... experiencia demuestra que «...algunos más humanos que otros».
Como ocurre con las guerras, con los desastres naturales, con los cracks bursátiles y sus consecuentes periodos de recesión, y ahora con una pandemia mundial que nos tiene guardaditos en casa, las desgracias se ceban en los de siempre, los más, mientras los del otro siempre, los menos, tratan de esquivar la bala haciendo valer los amplios recursos de su bienestar material.
¿Cómo? a través de un fenómeno que ha vivido Italia primero, España después, Francia también... y ahora le ha tocado a los Estados Unidos. En los Hamptons, en Long Island, lugar de descanso predilecto de los millonarios neoyorquinos, las agencias de la propiedad inmobiliaria de alto standing no daban abasto para atender las demandas de opulentos de la Gran Manzana que buscaban alquilar mansiones junto al mar previamente desinfectadas para pasar lo que ellos entienden como confinamiento – o 'con refinamiento'–. Otros neoyorkinos, más de montaña que de mar, buscaban acomodo en sus casas en propiedad o en alquiler de las montañas de los Catskills, escenario recurrente de las novelas policiacas de John Verdon, protagonizadas siempre por el agente retirado Dave Gurney. Pero también se han dado éxodos similares en una zona turística entre los estados de Nevada y California, o en Florida.
En Francia, los apenas diez mil habitantes de la isla de Noirmoutier, próxima a Nantes, en la costa atlántica, unida al continente por una carretera sobre un puente y con un suave microclima, confirmaron en pocos días su temor a que la orden de reclusión provocase la llegada de hordas de parisinos a pasar allí un confinamiento poco ortodoxo, a juzgar por las tablas de surf que incluían en su equipaje. De nada sirvió que las autoridades locales decretasen el cierre del puente que da acceso la isla, el gobierno adujo que tal medida era ilegal y Noirmoutier duplicó hasta las veinte mil personas su población y empezaron a confirmarse los primeros casos de contagio del coronavirus. Los problemas llegan cuando además de elevar el riesgo de que la enfermedad se propague, justo lo contrario a lo que pretende una medida tan excepcional como el confinamiento, esos destinos vacacionales no están preparados y mucho menos fuera de temporada para asumir con sus recursos ni la demandas de asistencia sanitaria de un censo duplicado de la noche a la mañana ni de garantizar el abastecimiento de productos de primera necesidad a tanta gente.
En Italia, con la que competimos por el dudoso honor de ser el país europeo con mayor cantidad de infecciones y muertes, muchos huyeron al sur desde la norteña Lombardía, la región cerrada en primer lugar. A esta diáspora se le atribuyen, sin que haya datos en que apoyarse, las nuevas infecciones en la zona meridional del país. Un responsable sanitario de Sicilia aseguró hace unos días que muchas de los contagios en la isla –846 en un día– fueron causados por la afluencia de casi 40.000 personas desde otras regiones.
No hemos sido ajenos a ese fenómeno. Dirigentes autonómicos de Murcia o la Comunidad Valenciana mostraron su indignación por la irresponsabilidad de muchos madrileños que huyeron del confinamiento de la gran urbe en busca de refugio en sus segundas residencias vacacionales, provocando un incremento de los contagios entre la población residente en esas zonas de destino. Este fenómeno tuvo hasta su meme personalizado, que advertía «Madrileños, que es pandemia, no 'pa' Denia», una ocurrencia que tiene mucha gracia. Hasta que deja de tenerla.
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