Consulta la portada del periódico en papel
Coronavirus

10.024 muertos en Castilla y León en una pandemia que mantiene su amenaza

La bajada de la incidencia no contiene el avance letal del virus, que suma 1.983 fallecidos en la tercera ola

Antonio G. Encinas

Valladolid

Viernes, 19 de febrero 2021, 18:40

Del primer fallecido por covid en Castilla y León se sabe que era de Salamanca, que se contagió por un familiar llegado de Madrid. Que tenía 81 años. Que ya presentaba patologías previas. Que cuando murió apenas había 99 casos confirmados en la comunidad ... autónoma. Este viernes, 344 días después, el contador de fallecidos por la pandemia alcanzó y rebasó los 10.000 muertos en Castilla y León.

Publicidad

10.024.

Nada se sabe de la última víctima. Ni de la anterior. Ni de las 24 que siguieron al atroz «diez mil» de luto. Lo más dramático de la tragedia llega cuando se vuelve rutina.

Castilla y León ha enterrado de media cada día, desde aquel 12 de marzo en el que falleció el hombre de Salamanca, a 29 personas. Cada semana, 210 vidas truncadas. Más de ochocientas cada mes.

Por contextualizar el drama, en 2019 fallecieron en las carreteras de Castilla y León 98 personas. Antes de la pandemia, fallecían por cáncer, al año, unas 7.400-7.500 personas en la comunidad. Unos 1.600 ciudadanos fallecían al año por enfermedades del corazón.

Todas esas causas juntas no alcanzan la magnitud de esta pandemia sin fin.

Solo 17 municipios de toda la comunidad, de los 2.248 que tiene, cuentan con más de 10.024 habitantes. Y lo peor es que algunos de los que están por encima de esa cifra también quedarán pronto por debajo. Porque la pandemia ha demostrado ya, sobradamente, que las matemáticas no mienten. Que con una letalidad de entre un 1% y un 2% y sin tratamientos válidos a la vista, mil positivos confirmados equivalen, a las pocas semanas, a entre 10 y 20 muertos más. La Bañeza tiene 10.290 habitantes, dice el Instituto Nacional de Estadística. Astorga llega a 10.741. Y la peste del siglo XXI aún avanza, con 262 personas en unidades de críticos, 889 hospitalizados y otros 406 casos más.

Publicidad

406 casos. Pocos, si se tiene en cuenta que hace poco, cuatro semanas, se rondaban los 2.500 diarios. Muchos, si se vuelve a ese negro 1-2% que anticipa los muertos que vendrán. 406 positivos equivale a anunciar 4 u 8 muertes.

El mecanismo mental que trata de protegernos de tanto dolor, dicen los psicólogos, lleva a convivir con estas cifras con un protector de normalidad. Un escudo. El mismo que empezó a agrietarse cuando cayeron, la primera semana de estado de alarma, un guardia civil joven, 39 años, sin patologías, y una enfermera de cincuenta y pocos del País Vasco. Demostraciones de que este virus, aunque tenía víctimas preferidas, era traicionero casi a cualquier edad.

Publicidad

La masacre que la covid-19 perpetró en las residencias de mayores se ha prolongado fuera de ellas. La mortalidad es mucho mayor conforme avanza la edad de los afectados. Las cifras son contundentes.

De los 10.024 fallecidos, 7.684 tenían más de 80 años. Son la generación que vivió la guerra y la posguerra. Vidas duras, en muchos casos, de trabajo a destajo para salir adelante, que concluyeron con un adiós solitario, inmerecido. «Ya tendré tiempo de bajar al cementerio a despedir a mi padre», decía Conchi, hija de Jesús Herrero, mientras vigilaba que su madre se mantuviera en condiciones y sin síntomas, aquejada también de la covid.

Publicidad

Los números de pronto se empequeñecen, como si la muerte fuera cosa de otros, hasta que la realidad te traduce números por nombres

Entre los 70 y los 79 años han fallecido 1.438 castellanos y leoneses. Muchos recién jubilados. O con nietos pequeños. Santiago Rodrigo, profesor retirado, se quedó a días de cumplir los 75 años. Maestro recordado con cariño por tantos ex alumnos de la provincia de Palencia, donde ejerció, ni sus nietos pudieron darle un adiós digno. «Fueron corriendo al hospital a despedirse y no pudieron entrar. La situación fue tan dura que su padre les tuvo que agarrar para que no entraran», explicaba su hermano Maximiliano.

De 60 a 69 años, cuando la letalidad de la covid desciende ya bruscamente, aunque no su peligrosidad y su capacidad de crear secuelas dañinas y persistentes, han muerto 598 personas. Hombres y mujeres con proyectos vitales, con sueños tantas veces pospuestos para cuando hubiera tiempo, y finalmente truncados. Vicente Ferrero, de 69 años, conoció a su mujer en La Granja. Ahora tenía una casa allí, para poder visitar con frecuencia y por puro placer una tierra que siempre le atrajo. «La pena es que no ha podido disfrutar de su casa de La Granja», lamentaba su yerno.

Publicidad

Entre los 50 y los 59, la covid se ha llevado a 215 personas. Celsa Rafael Nieto dejó dos familias tras de sí. La de sangre, que acababa de enterrar a su madre pocos días antes, y la del centro de salud de Alaejos, donde era auxiliar administrativa. «Para nosotros es como que se ha muerto tu amiga y, en parte, tu hermana», decían sus compañeras.

Y los números, de pronto, se empequeñecen. Y es como si la tragedia mermara, como si la muerte fuera cosa de otros. Porque de 40 a 49 'solo' hay 66 fallecidos, y de 30 a 39 'apenas' se contabilizan 13. Hasta que, una vez más, la realidad te traduce números por nombres. Y te pone ante los ojos a Dinko, de 43 años, cocinero ilusionado con su nuevo proyecto, que dejó viuda a Daniela y huérfanos a David y a Silvia. Tras unos días con síntomas, un amigo le escribió un mensaje de 'whatsapp' de ánimo. Le contestó con un «gracias, un abrazo muy fuerte». El amigo insistió. «Ánimo, pelea, dinos lo que sea'. Esa noche le sedaron. Murió una semana después.

Noticia Patrocinada

Aún hay gente a salvo, parece. Y uno se conforta con el vistazo a la estadística, que muestra por debajo de los 30 años una decena de víctimas mortales. Diez de entre más de diez mil. Que casi da por pensar que quizá sea solo un error estadístico, como un mal sueño. Entonces, sin embargo, la memoria trae a Sara Bravo, médica zamorana de 28 años, a sus profesores de la Universidad de Valladolid consternados, a su madre recogiendo un Premio Princesa de Asturias que lloraba a todo un país. Que trataba de honrar, con el recuerdo a una joven que la muerte convirtió en símbolo, a los 10.024 muertos que hoy, maldita pandemia, serán algunos más. Porque la amenaza sigue viva.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad