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Un lobo avanza por uno de los parajes boscosos de la Sierra de la Culebra, en Zamora. Fotos de Pedro Uribarri
Zamora: Así era la Sierra de la Culebra antes del incendio

Cámara en mano por la Sierra de la Culebra

La vida antes del incendio ·

«Sacas una foto de un pino desgastado por los ciervos cuando se frotan en el tronco. El árbol conserva la gran cicatriz rojiza año tras año. En este santuario natural los animales viven tranquilamente el curso de la vida»

PEDRO URIBARRI

Zamora

Sábado, 25 de junio 2022

Durante el transcurso de los años no ha sido una, sino muchas, las veces que me he adentrado en el corazón de la Sierra de la Culebra cámara en mano. Habitualmente por su parte más oriental. En ocasiones solo, en otras acompañado, para enseñar a otros el paraíso que aparece dentro de la sierra. No hablo de esa sierra que nos muestran en las noticias, ni la que se atisba desde la carretera o las vías del Ave. Hablo del corazón de la Sierra de la Culebra, ese corazón ahora calcinado.

A lo largo de mi vida he recorrido con el equipo de fotografía diferentes montañas por varios puntos del país, sobre todo por el norte, pero la naturaleza salvaje de la Sierra de la Culebra es única. Hay poca documentación cartográfica actualmente en comparación a otras zonas y eso le otorga, además, cierto misterio.

Adentrarse en ella, bien por el norte, desde Litos o desde Ferreras de Abajo, o bien desde el sur, desde Aliste, supone trasladarse a otra dimensión. Una vez en ella sientes que has sido desplazado en el tiempo y el espacio. El reloj se detiene ante la magnitud de sus enormes bosques. La mayoría, de pino resinero. Pinos que plantaron nuestros mayores cuando eran jóvenes, o casi niños, como mi madre, que iba a embarrar las raíces allá por los años cincuenta. Aquellos pequeños pinos son ahora los gigantes que marcan alineados extensas zonas arbóreas en las que se esconden otras especies como encinas y robles. Cuando ves esto desde la cámara con cualquier focal, ya sea un gran angular o un teleobjetivo, te das cuenta que esos guardianes son una gran parte del pulmón de Zamora.

Niebla sobre el frondoso escenario de la sierra.

Según penetras en la Sierra, a pasos por entre sus peñas, notas que allí donde te envuelve el entorno el lugar es muy diferente a la meseta castigada por el sol que asoma solo unos kilómetros más al este, en esa Tierra de Campos compartida por Zamora, León, Palencia y Valladolid. Cuando sigo caminos en busca de sitios para fotografiar, contemplo los enormes cortafuegos junto a senderos creados por los animales o bien los espacios que hay entre los pinos. La magnificencia del paisaje y la paz que se respira te dejan encuadrar esas vistas hasta el punto que no solo fotografías el entorno, sino que disfrutas sin pensar en el tiempo, simplemente con contemplar la vida en esta reserva natural.

Cargado con el equipo fotográfico, con tan solo el ruido de tus botas al pisar, notas el silencio, roto en ocasiones por algún ave o por las pisadas de los cérvidos moviéndose entre las sombras del bosque. El aire te roza la piel ofreciéndote el frescor en el verano y llevando consigo aromas únicos, una exquisita armonía de olores provenientes del pino resinero, de la encina y del roble melojo. Todo ello envuelto por las plantas de porte bajo como el brezo y la jara, tan presente en nuestra tierra junto con otras plantas aromáticas silvestres.

Un cérvido cruza el sendero al fondo, entre árboles.

Cuando recorres las peñas interiores, desde El Bufo hacia la Peña el Águila cruzando todos sus caminos, este paraíso zamorano te regala momentos inolvidables. En cada estación del año encuentras experiencias únicas, con una completa armonía con la naturaleza salvaje que allí te espera. Cambian los colores, los matices, según el clima de la estación en la que vayas, ya sea primavera, verano u otoño. Con las primeras lluvias se oye la berrea incluso desde los mismos pueblos que están dentro del área de la Sierra de la Culebra. En verano, muchos de los ciervos que he encontrado se quedan observándote sin ningún temor. Se respira paz. Solo a veces el sonido del obturador de la cámara rompe la magia de ese momento.

Entre los bosques notas que la presencia de la vida te observa, al igual que tú sabes que están ahí, ellos te observan. Sacas una foto de un pino desgastado por los ciervos cuando se frotan en el tronco. Tiene una gran cicatriz rojiza sin corteza que el árbol conserva año tras año. Pasas al año siguiente y ahí está, pulido y desgastado, nada cambia. En ese santuario natural los ciervos viven tranquilamente el curso de la vida.

El pino desgastado por los ciervos, con su cicatriz rojiza.

Recuerdo en una ocasión que por la zona de Peñaquebrada, mientras sacaba unas fotografías de pequeñas plantas, por un breve lapso de tiempo el sonido de las aves se detuvo. Dejé la cámara y me quedé contemplando el horizonte desde la mitad del camino. Este silencio fue roto por un pequeño ciervo que cruzó corriendo de un lado hacia el otro. Cuando me vio, el animal se detuvo un instante antes de adentrarse de nuevo hacia el bosque. Sin tiempo para poder coger la cámara, apareció un lobo que iba detrás de él siguiendo su rastro. Aquella estampa fue cuestión de segundos. No pude hacer la fotografía, pero el momento quedó inmortalizado para siempre en mi memoria y en mi corazón. Esa experiencia no la olvidaré nunca. Eso solo se vive en la Sierra de la Culebra, un tesoro natural que Zamora no puede perder.

En zonas como El Casal o Peña Raposo hacia El Carbajalico, o en la vertiente más occidental, como la Peña de la Campana, el entorno se transforma en un auténtico paraíso forestal. Descubres cientos de especies de plantas que nada envidian a cualquier bosque del norte de la península. Una auténtica isla en medio de la meseta. En cada estación encuentro estampas diferentes, entre el contraste del duro invierno de la sierra con el cálido verano suavizado por sus grandes superficies de árboles.

Una cierva con sus crías.

Durante el otoño el corazón de la sierra es un contraste de colores, donde los verdes se pierden entre los ocres con las rojizas hojas. Las neblinas que allí se posan crean una atmósfera que no solo maravilla en las fotos que puedas sacar, sino que junto a ese abanico de colores de la vegetación te enseña a respetar, cuidar y amar el entorno de la Sierra.

En el interior, entre cortafuegos y caminos, subiendo las pequeñas cimas de las muchas peñas que forman el interior de la sierra, verás que su mayoría están coronadas por crestas rocosas que te regalan unas maravillosas vistas y un refugio para descansar. Muchas de estas peñas, sobre todo por la parte exterior de la sierra, están acompañadas por coluviones, lo que provoca un paisaje que sorprende por su contraste con los bosques.

Niebla en la Sierra de la Culebra.

Una de mis mayores satisfacciones fue cuando llevé a un pequeño grupo de jóvenes de Litos por el interior de la Sierra. Ver sus caras de sorpresa y satisfacción cuando se toparon con esos parajes, con los grandes pinares y la niebla baja colándose entre los árboles cuando partimos al amanecer... Tuvimos de compañía una cierva que nos observaba con curiosidad. Mirando ahora mi cuaderno de campo recuerdo como si fuera hoy cuando hicimos aquellos treinta y cinco kilómetros por el corazón de la Sierra. Y estoy seguro que hoy en día, como adultos, lo recordarán.

«La Sierra no te defrauda, te da más de lo que tú le puedas dar, es más, siento que me llama»

Entrando a la Sierra de la Culebra por la zona norte más alta está Ferreras de Arriba. Desde allí se puede comprobar que la vida de nuestros antepasados no fue fácil. Ya al mismo pie de la Sierra o dentro de ella se ven algunos castros rodeados de fantásticos bosques de castaños, muchos de ellos centenarios. Fue maravilloso el día que, mientras estaba allí con la cámara camino al interior de la sierra, oí el sonido de la gaita. Una gaita en armonía con aquel paisaje. Un hombre estaba ensayando dentro de uno de aquellos castros. Aquel momento de charla con él y aquel sonido de la gaita emergiendo del castro en medio del bosque de castaños fue una de las cosas más gratificantes dentro de mis rutas por el interior de la Sierra.

Un castro en la zona.

Siempre que me adentrado en la Sierra de la Culebra me he sorprendido. La Sierra no te defrauda, te da más de lo que tú le puedas dar, es más, siento que me llama. Siento que, con la edad, tarde o temprano no podré regresar. Y eso me apena.

Sobre el autor

  • Pedro Uribarri Hijo de María Martín, nacida en Litos, y de Mariano Uribarri, de Bermeo. Los abuelos de Pedro eran ambos de Litos. María emigró a Bilbao, como tantos zamoranos en los años del éxodo. Su padre, Mariano, pese a sus raíces vascas, «estaba enamorado de Litos», asegura el autor de este texto. Pedro Uribarri, perfumista, está afincado en Bilbao, pero pasa largas temporadas en esta pedanía de Ferreras de Abajo situada en las estribaciones de la Sierra de la Culebra, que ha recorrido a pie y a caballo, siempre con la cámara de fotos a mano, en innumerables ocasiones.

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