Y aunque hipótesis sobre el resultado final de esa transformación del mundo en algo diferente a lo que conocemos habrá tantas como cabezas, es innegable que lo que nos encontraremos al final del túnel, cuando rompamos la cápsula de crisálida del confinamiento, será un escenario nuevo en el que, tal vez, también nos toque transformarnos en seres distintos, nuevos, ojalá mejores. Pero si bien la reflexión de García Ortega –como siempre, sensible y afinado observador del mundo que le rodea– va más allá de este punto, ahora me interesa detenerme aquí, para jugar a imaginar cómo va a afectar a los escritores una experiencia tan distinta y traumática como la que estamos viviendo ahora. Volviendo a la metáfora de unas líneas atrás, lo que quiero es centrarme en los capullos de los literatos.
Y en este sentido, sostenía hace unas semanas el escritor y profesor de Literatura gijonés Jesús del Campo en el suplemento 'Territorios' de El Correo que Francia asienta su memoria cultural sobre su Revolución de 1789; EE UU, en la Conquista del Oeste, mientras que España mantiene como mito fundacional la Guerra Civil, como muestra literatura y cine. Ahora bien, ¿cómo afectará a los creadores de la aldea global que es hoy el mundo un acontecimiento universal cuyos efectos, también sus medidas para combatirlos, saltan de uno a otro continente?
Es previsible que surjan en todo el mundo y no precisamente en número escaso obras que, con rigor y verosimilitud unas, con más fantasía otras, apuesten por describir los estados de ánimo, los procesos mentales por los que pasan las personas obligadas de un día para el siguiente a romper con sus rutinas, a aislarse físicamente de su entorno para salvar el pellejo. Otros, aprovecharán la veda que abre un fenómeno que debería de haber sido no tan imprevisible –a todos nos llegaron los indicios, a todos nos pillaron en nuestras cosas y no les prestamos atención– para darle una vuelta de tuerca al asunto e imaginar otros 'fines del mundo' inusitados, unos y otros harán hincapié en la vulnerabilidad del hombre contemporáneo (que no blandengue, que decía el Fary), e incluso describirán la nostalgia de lo pasado y perdido ¿para siempre? Una arcadia de bares abarrotados, abrazos confiados, teatros que cuelguen el cartel de 'sin entradas', festivales musicales apretujados y colas compactas en Zara.
De ese proceso surgirá un universo de expresión artística que, como ha ocurrido a lo largo de la historia, –no se olvide nunca más de que esto es vital, señor ministro y si no va a tener nada importante que decir, mejor se calla– dejará constancia de la visión particular de un periodo en el que el mundo dejó de ser de la forma que acostumbraba, quién sabe si para no volver a ella jamás. Unas obras nuevas fruto de un tiempo nuevo que tal vez en el caso de las que precisen de un escenario para su difusión, música, teatro, danza, cine..., exija también, al menos en un primer momento, nuevas fórmulas que las hagan compatibles con la necesidad de restringir aforos para evitar contagios. Una nueva realidad que actualice la cartelera cultural de las ciudades, que se quedó anclada en la oferta de un fin de semana de mediados de marzo.