![Andrés Vázquez, en su domicilio de Villalpando, con un cartel en el que aparece con Antonio Bienvenida en una corrida homenaje en mayo de 1977.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202103/06/media/cortadas/andres1-kykD-U130722371966Z1E-624x385@El%20Norte.jpg)
![Andrés Vázquez, en su domicilio de Villalpando, con un cartel en el que aparece con Antonio Bienvenida en una corrida homenaje en mayo de 1977.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202103/06/media/cortadas/andres1-kykD-U130722371966Z1E-624x385@El%20Norte.jpg)
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He aquí una leyenda del toreo. Andrés Vázquez. A la puerta de su casa de la villa zamorana de Villalpando, un azulejo de Talavera indica que dentro vive el 'Maestro de maestros'. A sus 89 años, acaba de recibir el Premio Tauromaquia Castilla y León ... 2020. Mantiene una lucidez selectiva y una agilidad corporal que para sí quisieran muchos adultos. Y una fuerte contundencia para sentenciar sobre la fiesta en el siglo XXI digna del torero que entusiasmó a las plazas de toda España en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo y que llevó a grandes referencias de otras artes, como el cine (Orson Welles) o la pintura (Pablo Picasso), a compartir con él mesa, mantel, amistad y confidencias.
–Le acaban de operar de cataratas. ¿Lo ve todo mejor ahora?
–Hace muchos años, muchos, en Sevilla un toro de Peralta me pegó una voltereta tremenda y me llenó de arena los ojos. En el izquierdo, a raíz de aquello, tuve un traumatismo, que no me ha dejado recuperar bien la vista nunca. Total, que me han operado de los dos ojos y con el derecho es con el que voy a ver mejor. Por ahora me voy manejando, me voy manejando.
–¿Cómo se apoderó de usted la afición por el mundo de los toros?
–Me venía, digo yo, de familia. ¡Mi padre! Él llevaba siempre la chaqueta en el brazo izquierdo, recogida. Le venía el toro o la vaquilla, en las muchas capeas que había por la zona, movía el brazo, le decía a la res 'quiá' y se metía bajo los palos. Le llamaban el Tío Chaquetas porque siempre iba con la chaqueta en el brazo.
–¿Viendo a su padre se le removió el gusanillo por los toros?
–Pero desde que nací yo creo que ya me gustaban los toros. Igual que cantar. Iba yo por el pueblo a ver si aprendía a cantar y mi padre me reñía.
–Usted nació en 1932 y cuando empezó a aficionarse al toreo ya había pasado la Guerra Civil, pero eran los años del hambre. ¿Es el exponente de que más cornadas da el hambre?
–Claro, claro. Nosotros éramos labradores con vacas, mulas, caballos... Me tocó muchos años cuidar las vacas de ordeño. Eran años de trabajar muy duro, más que de sol a sol, mucho trabajo, mucho esfuerzo... Se pasaba mucha hambre y necesidad.
–¿Se acuerda de la primera vez que tuvo un capote en las manos?
–¡Lo he tenido todos los días de mi vida! La primera vez ante un novillo, que no tendría yo ni 14 años, fue aquí en Villalpando, en lo que se llama El Palacio, que es donde se montaba la plaza de toros, donde el Palacio de los Condestables de Castilla. ¡Ahí maté yo mi primer novillo! Y unos días después me marché a Madrid.
–¿Por qué le apodaban El Nono?
–Porque era muy nonín, muy pequeño. ¡Y muy castizo! Mucho.
–Se marchó con 14 años a Madrid. ¿Se escapó de casa o le dejaron irse?
–Antes de que llegara un día el coche de línea, yo ya le estaba esperando. Estaba conmigo mi tío Segundo. Llegó el coche, tiré la maleta a lo alto y salté detrás. Me vio el conductor y me preguntó que qué hacía. Le dije que me iba a Madrid, a la Escuela de Tauromaquia. Aquí ya estaba todo taurinamente visto. Así que me tiré al autobús. Al único que le había dicho que me iba a Madrid fue a mi tío Segundo. «¡Yo no quiero saber nada, ¿eh, no quiero saber nada!», me repetía. Y el conductor del autobús, que le oyó, le dijo: «Segundo, déjale; si va a Madrid como si va a Bilbao».
–Y usted, para Madrid.
–De Villalpando a Valladolid, a hacer transbordo, y de allí, a Madrid. Mi tío me había dado 110 pesetas; diez me las gasté en la taberna de la estación y a la mañana siguiente me compré el billete para Madrid.
–Y una vez allí, ¿qué?
–Bajé del coche de línea con mi maleta y me encontré ante una subida que me parecía inmensa. Había una taberna y a la puerta, varias mujeres. Una me llamó, porque le debí parecer muy indefenso. Me fijé en un cartel que ponía 'Pensión Zamorana' y allí que me dije de quedarme. «Tendrás que pagarlo», me soltó una señora mayor. Le dije que, claro, que sí. Y al preguntarme que de dónde era y decirle que de Villalpando, me invitaron a quedarme. Empezó allí todo, todo. Pero mi interés estaba en Vista Alegre, en la plaza de toros, donde me habían dicho que se aprendía a torear. Allí fuí y allí rompí.
–Vida complicada en Villalpando y es de imaginar que no menos difícil en Madrid.
–El conserje de Vista Alegre, el señor Teodoro, no tenía hijos y me acogió. Me dio sitio para dormir. Allí trabajaba y el poco tiempo que me quedaba lo dedicaba a entrenar, a aprender. Trabajo y escuela taurina.
–Le acaban de dar el Premio Tauromaquia de Castilla y León. De aquellos años de El Nono en Vista Alegre, al Premio de Tauromaquia 2020. Toda una vida. ¿A qué le sabe ese premio?
–Estoy satisfecho. ¡Si es que ese premio solo se le da a los hombres importantes del mundo del toro! Me lo han dado y estoy muy, pero que muy agradecido.
–Para darle ese premio han valorado su «impecable trayectoria profesional» y de la personal, «la generosidad». Y también temerario, ¿no? Por que torear y estoquear un Victorino con 80 años tiene tela.
–Leí un día que hace muchos años llegó a hablar con el Rey de España un torero de Ronda, Pedro Romero. El Rey le llamó porque le quería ver torear, pese a tener tantos años. Con todo y con eso, Pedro Romero se puso a ello. Así que cuando lo leí, pensé: Pero bueno, a ese le dejo yo atrás. Y con 80 años, toreé y maté un Victorino en una corrida, venciendo a todos los que ha habido en el toreo. ¡Con 80 años! Lo maté a la primera y le corté el rabo.
–Lo suyo con los Victorinos es para estudiar. En 1969 se metió solo en una plaza con seis astados de Victorino Martín. ¿Qué tienen esos toros para usted?
–Lo único malo que me ha dado a mí Victorino Martín fue un toro en Salamanca que me metió una cornada de los pies a la cabeza. Fue exagerado. Pero nada más.
–¿Pero son...?
–...¡Los mejores toros que me he encontrado en mi vida! Los de Victorino Martín son toros muy hechos y peligrosos, pero si tú les quieres, si les sabes llevar... Yo les adoro y ellos me adoran a mí.
–¿Alguno de la dejado más recuerdo que otros?
–Al toro Baratero le puse siete u ocho puyazos pero le corté dos orejas en Madrid. Baratero me puso en el camino de los Victorinos. Yo había entrado en esa corrida de Baratero en sustitución de Antoñete. Ese mismo año, meses después, en septiembre, se anunció la corrida con seis Victorinos y yo solo en el cartel. Pero echaron para atrás, por falta de peso, tres de los seis toros. Yo dije que tenía que matar seis victorinos, no tres y otros tres de otra ganadería, y me negué en aquel momento a hacerlo. Me acusaron hasta de alteración de orden público.
–Vamos, que la lió...
–No se suspendió aquella corrida porque la mataron otros tres, pero me comprometí a encerrarme con seis victorinos en cuanto estuvieran listos. El 3 de mayo de 1970, maté los seis Victorinos. De la tanda de seis, corté dos orejas a Violeto, el tercero de la tarde, y al sexto, Pajarero, se las tenía cortadas también, pero pinché con la espada. Eso sí, la faena a ese sexto fue la mejor de la tarde.
–Usted ha protagonizado tres películas: 'Yo he visto la muerte' (1969); 'Tu solo' (1984) y 'Sobrenatural' (2013). ¿Esa querencia por la cámara de dónde le surgió?
–¡Pues que estaba muy hecho, muy chico, pero muy hecho! Y Juan Figueroa (director de 'Sobrenatural') se enteró de todas esas cualidades que tenía. Me llamó un día. «Que digo que si tu eres capaz...». Ya le dije: «Yo soy mejor que todos los que has conocido, así que vamos a hacer la película». Y la hicimos, una maravilla. Por ahí está danzando.
–En la película se habla de que «el torero siempre camina en la oscuridad hacia su toro interior». ¿Su toro interior cuál es?
–Siempre lo fue el hacerme dueño de la situación en la plaza, de hacerme con la corrida.
ANDRÉS VÁZQUEZ
–De sus tiempos de mayor fama, en los 60 y 70 del pasado siglo, aparece su nombre ligado al de Orson Welles.
–Yo ya había hecho cine con la Escuela Taurina de Madrid. Y en ese ambiente, vas conociendo gente, te presentan, presentas... En esos ambientes del mundo de los toros, del arte, de la música, de la canción, unos conocen a otros, te van conociendo a ti... De ahí surgió.
–Le trajo un día a Villalpando. ¿Le llegaron a decir que en su pueblo alguno pensó que era un picador de su cuadrilla?
–No creo, no creo. Formábamos unos líos... Yo me reía con él y él conmigo. Hay fotos con él, y está con nosotros su hija Beatriz.
–Amigo de Orson Welles, amigo de Picasso, amigo de Marcelo Mastronianni...
–Sí, sí, de todos esos y más. Deborah Kerr... Ahí están las imágenes, en muchos sitios.
–Orson Welles dejó escrito un guión para una película, que nunca se rodó, cuyo protagonista era un torero de nombre Luis Pando. ¿Blanco y en botella que se trataba de usted?
–Mi nombre de pila es Luis Andrés, soy de Villalpando, luego no hay que deducir mucho. Era para hacer una película sobre Juan Belmonte y que la protagonizara yo. Mi toreo se basó bastante en Belmonte y muchos dicen que mi físico se asemejaba mucho al del gran maestro sevillano.
–¿Qué piensa usted ahora cuando ve el rechazo social que generan las corridas de toros? ¿Qué le produce a usted el movimiento antitaurino?
–Saben poco de toros, saben poco.
–¿Por qué?
–Porque ni admiten ni respetan al toro. Antes, cuando los ganaderos, todos, eran sensacionalmente respetuosos con el toro, porque querían mucho a la fiesta, había muchas cosas buenas. Ahora no se respeta nada a los toros.
–¿Corren peligro de desaparecer las corridas de toros tal y como las conocemos?
–¡Ya han desaparecido!
–¡¿Qué dice?!
–Ya no le dan valor ninguno al toro.
–¿Veremos desaparecer la fiesta?
–No lo sé, no lo sé. ¿Quién lo sabe? Pero va cada vez a menos. Si no la cuidamos...
–¿Qué ofrece hoy la tauromaquia a un chaval joven?
–No sé lo que hay que hacer con los toros de hoy, pero lo que está claro es que hay que ponerlo de manera atractiva.
–Y puestos a buscar atractivos, ¿cuáles?
–El toro tiene que defenderse y tiene que tener defensores para que la gente de la plaza se entusiasme. Hay que seleccionar el toro, hay que mejorar el toro, hay que darle casta al toro, que vea al caballo y se quede con él. El toro tiene que defenderse.
–Si usted volviera a nacer, ¿decidiría dedicarse a los toros?
–Haría lo mismo que hice. ¡Lo mismo! Y que me pegaran más los toros para que espabilara más. El que vea lo contrario... ¡A mí, el toro! Cuando yo remataba una faena bien, la gente me gritaba ¡'Olé los toreros buenos'! ¡'Pequeño'!, porque a mí me decían 'Pequeño'. Pero he demostrado que de pequeño nada y que cuanto más grande y más casta tenían los toros, mejor. Me acuerdo en Pamplona, con un toro de Juan Pedro Domecq, que le dimos Mario Coello y yo... ¡Le corté el rabo! Pocos se han cortado allí después de aquello y han pasado años.
andrés vázquez
–Si llamase a la puerta de su casa un chaval diciéndole que quiere ser torero, ¿qué le diría?
–Le pondría delante de un toro y cuando saliera corriendo, porque lógicamente saldría corriendo, le diría que se fuera de aquí.
–¿Pero animaría a ese joven a ser torero o no?
–Claro, claro, pero lo primero que coja un capote, una muleta y una espada y a entrenar de salón durante muchos meses. Y si es un chaval que tiene afición, venga, vamos al toro, que se ponga delante y a ver qué hace. Hay que trabajar mucho para ser figura del toreo. ¡Mucho! He visto a bastantes que querían ser toreros y que a la hora de la verdad no llegaban ni a picapedreros.
–Desde su retiro de Villalpando, ¿echa mucho de menos su etapa de esplendor taurino?
–No, creo que no. Triunfamos los dos, los toros y yo. Ya está. Ya les dije en su momento: «Os he dado todo lo que he podido». Y ellos a mí. Es una especie de decir, «yo soy bueno; tú, toro, también». Toro y torero. Los dos. Nadie más.
–¿Cuál ha sido su torero?
–Estuve con Juan Belmonte en su casa, como estoy ahora con usted.
–¡En casa de Juan Belmonte!
–Fui en un camión hasta su finca y, en un momento dado, me encontré con él, junto a otros muchos muchachos que se habían metido en el tentadero. Después me crucé otro día con él. Iba el maestro con el padre de Luis Miguel; «Hola, buenas» y se me quedó mirando como nunca olvidaré que lo hizo. Pero en su finca de Utrera, Gomezcardeña, estuve en una tienta. Y en la última vaca, le dijo Belmonte a un chaval que le dejara. Se acercó a la vaca despacio y fue impactante verle. Me vio, me llamó y me dijo que torease. Le dije que no.
–¡Pero si habría sido lo más!
–Me pidió la muleta y se puso él a torearla. Le pegó ocho o diez muletazos que ¡madre mía! Belmonte toreando y yo al lado, en un burladero. ¡Madre mía! Un pie más adelantado que otro... Uno, dos, tres... diez muletazos. Volvió donde yo estaba y me dijo que, venga, a torear yo. Y le dije que, después de haber visto lo que había hecho, yo no podía ponerme estando él delante porque lo que acababa de hacer él había sido grandioso. Insistía Belmonte en que por qué me negaba...
–¿Y por qué se negaba?
–Porque Belmonte era muy buen torero y había dado unos muletazos tan espectaculares, que cualquiera se ponía delante de la vaca después. Fue sensacional. Estuve en su finca cuatro días. Cuando luego en Madrid me crucé con él y el padre de los Dominguines, se paró y me preguntó: «¿Nos sigues?». Le dije que no y siguieron su paso. Juan Belmonte, Juan Belmonte... Ese sí que fue un matador de toros. El más grande.
–Con 80 años toreó y estoqueó un Victorino y con 89 le acaban de conceder el Premio Tauromaquia Castilla y León del año 2020. ¿Sabe ya qué quiere ser de mayor?
–¡Torero!
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