Pablo Garcinuño
Jueves, 28 de mayo 2015, 21:19
Cada visitante que ha pasado por cada una de las ediciones de las Edades del Hombre recuerda su pieza o sus piezas favoritas y los que han recorrido la exposición de Teresa de Jesús, maestra de oración, que cumple hoy sus dos meses de apertura al público, no iba a ser menos. Son más de doscientas las obras de alta calidad artística que alberga esta última edición de Las Edades, distribuidas en cuatro sedes, tres en Ávila y una cuarta en Alba de Tormes (Salamanca)pero hay un puñado de estas creaciones artísticas en las que se detienen especialmente las miradas de los visitantes que han pasado por la exposición desde su inaguración, que ya superan con mucho los 50.000.
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El recorrido comienza en Ávila, en el convento de Nuestra Señora de Gracia, el lugar al que el caballero Don Alonso Sánchez de Cepeda internó a su hija Teresa. Una de las primeras piezas que se descubre, y que impresiona tanto por su gran tamaño como por su calidad, indican desde la Fundación, es la Entrega del escapulario de San Simón Stock, atribuido al taller de Gregorio Fernández.
En este templo, que acoge el capítulo I, titulado Os conduje a la tierra del Carmelo, también se puede admirar una Virgen del Carmen creada en la segunda mitad del siglo XVIII por el artista murciano Francisco Salzillo. Esta talla de vestir solo tiene la cara, las manos y el niño Jesús proviene de la iglesia del antiguo convento de carmelitas de Liétor (Albacete) y regresará allí momentáneamente el 16 de julio con motivo de la festividad de esta advocación de la Virgen María.
La segunda sede es la capilla de Mosén Rubí, donde se analiza el contexto social, religioso y cultural en el que vivió la mística abulense, así como el inicio de la Reforma del Carmelo. Se da la circunstancia de que este espacio fue el escenario del encuentro entre San Pedro de Alcántara y Santa Teresa y es precisamente una pieza de ambos, en el proceso de la confesión, otra de las obras que están entre las cinco más admiradas de la muestra.
Esta doble talla, que procede de Bembibre (León), fue realizada en un taller napolitano a finales del XVII y recientemente ha sido restaurada en los talleres de la Fundación Las Edades del Hombre, que tiene su sede permanente en el Monasterio de Santa María de Valbuena, en San Bernardo (Valladolid).
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Muchos de los visitantes se paran ante la capa, el hábito y la alpargata que permanecieron a La Santa. Y también llama la atención del público el apartado dedicado a los libros, con auténticas joyas literarias, como El Lazarillo de Tormes, La Celestina o la Gramática de Nebrija. Incluso se puede ver la matrícula de ingreso de San Juan de la Cruz en la Universidad de Salamanca.
La iglesia de San Juan Bautista alberga el corazón de la muestra y aquí el número de piezas de alto valor artístico es grande. De ellas, hay dos que sobresalen y son ante las que se paran más tiempo los visitantesen su recorrido. Por un lado, el Cristo de los Desamparados de Juan Martínez Montañés, un crucificado «de bellísima factura y de un realismo impresionante, con un paño de pureza increíble», destaca el secretario general de la Fundación Las Edades del Hombre, Gonzalo Jiménez. Por otro, la Dolorosa de Pedro de Mena, donde destaca la «delicadeza» de la obra y la capacidad del artista de «realizar paños y pliegues tan finos que prácticamente son casi imposibles de esculpir». «Yo creo que es la pieza que más admira la gente y eso que le faltan algunos elementos que aportan realismo, como las lágrimas o las pestañas, perdidos con el paso del tiempo», afirma Gonzalo Jiménez.
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Pero no son los únicos centros de atracción del templo, cuyo recorrido arranca en la pila bautismal de la propia Santa Teresa de Jesús. También se puede ver el famoso Peregrinito que la mística llevaba en sus viajes, un Niño Jesús que ahora guardan las carmelitas descalzas de Valladolid. El Cristo atado a la columna que talló Gregorio Fernández; el Resucitado de Francisco Romero Zafra una imagen actual, pero trabajada con los cánones del Barroco; La transverberación de Santa Teresa que pintó Lucas Jordán, o el cuadro sobre San José de Francisco de Zurbarán son otras de las piezas que más gustan. En la basílica de Alba de los más admirados son dos cuadros anónimos del siglo XVIII que reflejan la huida de Teresa niña con su hermano Rodrigo en busca del martirio y después su caminar de fundación en fundación. Y el óleo que José Ribera dedicó a la mística, cedido por el Museo de Bellas Artes de Sevilla, y dos hermosas tallas de José Mora y Gregorio Fernández. En este último capítulo, titulado Hija de la Iglesia, se puede ver el féretro donde estuvo enterrada inicialmente la Santa, procedente de las carmelitas descalzas de Cabrerizos (Salamanca). Está hecho con madera de pino forrada con un damasco rosáceo.
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