Aunque reconoce que al comienzo de la pandemia la situación sí llegó a impresionarle, ahora dice «no sentir miedo», salvo el habitual de poder contagiar a su padre, con quien vive, cuando vuelva a casa. Ataviado con equipos de protección, mascarillas y guantes, Ezequiel Rodríguez, uno de los capellanes del HUBU, sigue atendiendo espiritualmente a los enfermos que solicitan su ayuda. «Muchos siguen pidiendo los sacramentos, aunque ahora el verdadero problema es la soledad y la gente también nos requiere para animar, charlar... incluso he sido cauce para que algún enfermo pudiera hablar por teléfono con su hijo», detalla.
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Su trabajo, al igual que todo en el complejo hospitalario, se ha visto modificado durante estos días de pandemia. Las visitas de familiares a los enfermos se han restringido, así como los 'paseos' rutinarios de los sacerdotes por las habitaciones. Ahora, son los enfermos o sus familiares quienes deben solicitar la visita del capellán a través de los profesionales sanitarios, quienes llaman a los sacerdotes para que acudan a las habitaciones. Los mismos sanitarios controlan que se siguen los protocolos activados de protección y aislamiento: «Entramos con buzos, mascarillas y calzas y debemos guardar las debidas distancias y tener más precaución cuando administramos el sacramento de la unción», relata el capellán, quien testifica que han debido seguir varias sesiones intensas de formación para evitar la propagación del virus.
Otros testimonios de burgaleses
Fue el propio comité de bioética del HUBU, después de una carta escrita por el servicio de capellanía a la gerencia del Hospital, quien determinó que no se podía clausurar este servicio, aunque sí modificó los protocolos de acción. «Los capellanes estamos dispuestos a atender a los enfermos cuando así lo soliciten a los profesionales», advierte Rodríguez, quien aplaude «la entrega y alegría» de todos los trabajadores del centro hospitalario, desde médicos a enfermeros y personal de limpieza. No obstante, advierte que su trabajo como capellán ha disminuido en las últimas semanas (de media, visitan 4.100 habitaciones al trimestre), quizás porque «no se conozca suficientemente el servicio que prestamos», lamenta. «Me preocupa mucho la soledad de las personas y que no sepan que estamos aquí para ofrecerles el consuelo de los sacramentos o, simplemente, para acompañar».
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Por ello, asegura que «le gustaría» poder llegar a más gente, aunque entiende que la situación ha cambiado y el riesgo de contagio sea más que patente: «No tengo miedo de estar con la gente», detalla, «estamos protegidos». Más le preocupa poder ser cauce de contagio para otras personas, «pero, después de todo, te pones en las manos de Dios y se te olvida el miedo», insiste, mientras sostiene que en el hospital todos los enfermos, no solo los de Covid, se ven abocados a una soledad insólita. «La gente necesita más que nunca nuestra compañía».
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