COVID-19, si las sensaciones actuales le recuerdan a algo de sus casi 93 años de vida, no duda en responder que siente un miedo y una angustia parecidos a algunos momentos de la Guerra Civil y la posguerra. La contienda fratricida la pilló con nueve años en su pueblo y reconoce que, últimamente, se le ha venido a la mente «cuando fueron a buscar a Vicente, un vecino. Vinieron a cogerle para matarlo, estaba claro, pero huyó al monte, se escondió y pasado el tiempo pudo regresar. Esos momentos de miedo a salir, de no saber muy bien lo que está pasando pero tener angustia es lo que se me viene al recuerdo», reconoce.
Publicidad
Desde hace más de un mes, Ángela, que recibía todos los días visitas de sus familiares, no ha podido disfrutar de esos momentos. Pero sí habla con ellos por teléfono, con llamadas de voz y las recién descubiertas por ella videollamadas, tarea en la que la ayudan las trabajadoras del centro. Recuerda que fue la directora quien les comunicó que nadie externo a la residencia podía entrar ni ellos salir, «nos explicó los peligros que había y así se ha respetado desde entonces. Es duro, claro, pero es por nuestro bien».
La covid-19, en datos
«En algunos momentos sí notas a algún compañero, y a ti también te pasa, más enfadado, aburrido, triste», reconoce. Esa generación que nos ha traído hasta aquí, la que ha vivido más y ha conseguido fabricar recuerdos felices en momentos difíciles, esa generación es la más vulnerable a este virus. Saben que las medidas que se toman son por su salud pero la situación se alarga y los momentos bajos se apoderan en ocasiones del ánimo. Ángela reconoce que «pensábamos que sería para menos tiempo pero, al final, llevamos más de un mes aislados y creemos que, aunque se levante el estado de alarma, las visitas a las residencias aún tardarán en permitirse», reconoce con realismo.
Los primeros días fueron más duros «ahora casi me afecta menos porque me he acostumbrado a esta rutina», pero tras pronunciar esta frase añade con conformidad y aflicción: «y ahora otros 15 días más». Esa rutina a la que se ha acostumbrado alterna diversas actividades. Por la mañana, después de desayunar, hace pintura, escritura, gimnasia y hay un momento en el que les leen el periódico. «Nos ofrecen muchas cosas para entretenernos. Ya me he acabado un libro de pintura y ahora he empezado otro que me han traído», explica esta mujer que siempre ha encontrado en las manualidades una gran afición que no se le da nada mal. Después de comer se juntan para jugar a las cartas. Esta Semana Santa también la enfundaron una malla protectora para el pelo, una bata y toda la protección necesaria para que pudiese cocinar unas torrijas.
Algunas cosas también han cambiado dentro del centro para extremar las precauciones. Ahora los residentes se reparten en dos comedores y, si antes en una mesa comían cuatro personas, ahora lo hacen dos, para reducir distancias. Además, Ángela apunta que «casi nos lavamos las manos a todas horas», bromea, «tenemos geles y si no podemos lavarnos nosotros nos las lavan las cuidadoras», explica.
Publicidad
Noticia Relacionada
Ángela pertenece a una generación que nos ha dado muchas lecciones y esta es una más, resistir y hacerlo lo mejor posible. Nuestros abuelos siguen demostrando su fortaleza infinita. En ocasiones, Ángela aguanta las lágrimas en las videollamadas con su familia, las esconde tras una sonrisa pero la voz quebrada la delata. La presencia telemática no sustituye la física. Un abrazo, una caricia, una risa siempre sientan mejor cuando son compartidos en el espacio. Explica que está «tranquila» porque «vemos a las cuidadoras muy protegidas, vemos que se toman todas las medidas de seguridad», pero reconoce que «es imposible no tener un poco de miedo, por todo lo que oímos, sabemos que si entra aquí, es probable que alguno caigamos», reconoce con pena.
Así pasa los días Ángela, esperando que llegue cuanto antes el momento de abrazar a los suyos y que la llegada de ese día no haya dejado muchos estragos. Pero mientras tanto, ella y su generación mantienen la fortaleza; la vida les ha enseñado a hacerlo y, lamentablemente, ahora les vuelve a poner a prueba. Y como no hay caída sin subida, también intentan rascar los buenos momentos a la vida, por ejemplo, una partida de cartas con las compañeras que es lo que corta esta conversación. El deber la llama.
Publicidad
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.