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El sol comienza a despuntar por encima de los Obarenes y a encender el Valle de Tobalina, un lugar tranquilo, casi idílico, por el que las aguas del Ebro transitan con calma. El tiempo aquí parece ir a otra velocidad, incluso con cierta parsimonia. Quintana Martín Galíndez, Frías o Montejo de San Miguel apenas están despertando y el movimiento por la BU-530 es prácticamente anecdótico.
Allí, en un momento dado, el conductor se cruza con una señal antigua, ajada, que marca el acceso a la central nuclear de Santa María de Garoña. Parece casi una metáfora de la historia de la 'Atómica', otrora referente indiscutible del entorno -para lo bueno y lo malo-, que once años después de su desconexión definitiva de la red eléctrica se enfrenta ahora mismo a su desmantelamiento definitivo. Una operación compleja, meticulosa y millonaria que se prolongará durante al menos una década y que apenas acaba de empezar, tal y como publican en Burgosconecta.
Fue el pasado mes de julio cuando Enresa, empresa pública estatal dedicada a la gestión de los residuos nucleares, recibió la titularidad de la planta y asumió la dirección de las operaciones. Hoy, sus responsables abren las puertas de la instalación para que BURGOSconecta conozca de primera mano los primeros pasos del desmantelamiento.
2.500 Elementos combustibles
En la piscina del edificio del reactor se almacenan hoy en día algo más de 2.500 elementos combustibles, que serán depositados en 49 contenedores que se emplazarán en el almacén temporal individual (ATI) de Garoña.
Lo hacen, eso sí, cumpliendo escrupulosamente todos y cada uno de los protocolos de seguridad implementados en una instalación considerada crítica. Ya el propio control de acceso lo deja claro. Fichaje a la entrada, detector de metales y explosivos, comprobación de la documentación y registro de equipos fotográficos.
Cumplimentados esos trámites, entramos en la instalación. Los pavos reales que pasean por el exterior miran nuestros chalecos y cascos y parecen saludarnos al acercarnos a los edificios, tres grandes moles de hormigón que parecen sacados de otro tiempo y lugar, pero que en su interior albergan, entre otras muchas cosas, un reactor nuclear de tipo BWR-3 de 460 megavatios de potencia diseñado por General Electric y alimentado con uranio enriquecido. Un reactor que, junto a todos los equipos complementarios, será historia en apenas unos años.
Así lo resume Manuel Ondaro del Pino, director de la planta durante el desmantelamiento, quien explica que el desmontaje se llevará a cabo en dos fases y que el trabajo no ha hecho más que empezar. De hecho, asegura, Enresa lleva realizando trabajos previos desde que en 2017 se certificó el cierre definitivo de la central.
A partir de ese momento comenzaron a planificarse unos trabajos para los que Enresa ya cuenta con «experiencia». No en vano, el reciente desmantelamiento de la central de Zorita ha aportado mucho conocimiento. Eso sí, Garoña es otra historia. Es más grande que la planta alcarreña, su tecnología e instalaciones son diferentes y el plan diseñado se ajusta a sus características físicas y técnicas. Y ahora toca ponerlo en práctica.
De momento, el trabajo de Enresa se está centrando en la revisión de toda la documentación, en el lanzamiento de los grandes contratos que se van a licitar en los próximos meses y en la preparación de la carga del combustible gastado en los contenedores de almacenamiento.
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Quizá, sea esta la labor más crítica de toda la primera fase, por cuanto involucra elementos potencialmente peligrosos, como son los elemenos de uranio enriquecido almacenados en la piscina de refrigeración. Se trata de algo más de 2.500 elementos combustibles que, en algunos casos, llevan allí varias décadas y que deben ser retirados con muchísimo tiento.
El proceso en sí es sencillo de explicar, pero complejo de llevar a cabo. Los contenedores, diseñados y fabricados exprofeso por parte de Ensa en Santander, se elevarán desde la cota cero hasta la piscina, ubicada a unos 30 metros del suelo en el edificio del reactor. Se trata de un lugar silencioso, de aspecto industrial y aséptico en el que el calor es el gran protagonista y al que hay que acceder con equipos de protección especiales.
De hecho, la entrada a todas las zonas críticas de la instalación ha de hacerse bajo unos estrictos parámetros de seguridad y control. Todos los que entran lo hacen portando un dosímetro que mide la posible exposición a radiación. Si en la lectura de salida se detectan valores anómalos no se puede salir hasta que no se recupere la situación de entrada.
Sea como fuere, una vez elevados los contenedores hasta ese punto, se sumergerán en la piscina y se cargarán. Previamente, se habrán seleccionado los 52 elementos que deben ser almacenados en cada contenedor en función de diferentes variables. Una vez lleno, el contenedor se secará, se someterá a una exhaustiva revisión y se sellará antes de iniciar el camino de vuelta. Un camino que finalizará en el Almacén Temporal Individual (ATI) ubicado en el exterior.
Allí ya descansa en vertical el primero de los contenedores cargados, mientras otros cuatro esperan su turno. En principio, si todo sale según lo previsto, la carga de esos cuatro contenedores comenzará en la segunda quincena de enero del año que viene mientras se espera la entrega por parte de Ensa de los 44 contenedores restantes.
Ese almacenamiento es, sin duda, otro de los puntos críticos del proceso de desmantelamiento. Y es que, tras ver cómo se descartaba -al menos de momento- la opción de un almacén central, los contenedores permanecerán en el ATI de Garoña de manera indefinida. A juicio de los responsables de Enresa, esto no supone ningún problema ni una novedad, ya que es la práctica habitual desde hace décadas y el propio ATI se diseñó para tal fin.
El almacén no es, por cierto, una instalación especialmente espectacular. Se trata, simplemente, de una explanada ubicada a cielo abierto, fabricada con una losa de hormigón antisísmica y dotada con todos los sistemas de seguridad y monitorización pertinentes. Nada pasa allí sin que haya constancia.
El segundo gran hito de la primera fase del desmantelamiento será el desmontaje de todos los equipos del edificio de la turbina, un enorme espacio hoy silencioso y en desuso que se antoja perfecto para albergar varios de los trabajos más comprometidos de los incluidos en la segunda fase.
Así, una vez desmontados y retirados todos los equipos, se procederá a la adaptación del enorme espacio para los usos que tendrá años después, un trabajo que no será ni fácil ni rápido, según explican desde Enresa, puesto que allí se gestionarán posteriormente materiales radiológicos.
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En principio, los trabajos contemplados en esa primera fase, que se verán complementados con la descontaminación de los principales circuitos radiológicos del edificio del reactor, se prolongarán durante tres años. Y una vez culminados, Enresa podrá afrontar la segunda fase, que incluye, entre otras muchas cuestiones, el propio desmontaje del reactor.
Esa es, sin ningún lugar a dudas, la actividad más comprometida de todas las contempladas en el proyecto de desmantelamiento. El mimo, control y cuidado con el que se llevará a cabo la operación están fuera de dudas. «Estos trabajos no son nuevos para Enresa», subraya Ondaro al tiempo que recuerda que todos los trabajos están sujetos a una evaluación constante interna y externa. De hecho, la presencia de técnicos del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) en el recinto es permanente desde hace tiempo.
En todo caso, y una vez descontaminados y desmontados todos los elementos y equipos de la central, se procederá a la demolición definitiva de los edificios, la recuperación paisajística, la descontaminación del suelo si procediera y, finalmente, la reversión de la titularidad del suelo a Nuclenor, empresa propietaria de la parcela.
Será entonces cuando se ponga fin a la historia de una central que durante décadas se convirtió en símbolo de la pelea entre detractores y partidarios de la energía nuclear. Su antigüedad, su tecnología -similar a la de la central de Fukushima-, y las sucesivas prórrogas de actividad la colocaron siempre en el ojo del huracán, a pesar de que los responsables de Nuclenor y los trabajadores defendieron siempre la seguridad de la instalación. Y la siguen defendiendo, por cierto.
655 millones Presupuesto
Enresa calcula un presupuesto de 475 millones de euros para el desmantelamiento, a los que hay que añadir otros 180 millones de coste de fabricación de los contenedores.
No en vano, a pesar de que la central lleva casi once años desconectada de la red eléctrica, los sistemas de seguridad, control y vigilancia permanecen totalmente activos. «Antes pilotábamos el avión y ahora lo llevamos desde la pista al hangar», explica el jefe de turno de la sala de control. Allí, la mayoría de los paneles vinculados a las turbinas están apagados, e incluso tapados, pero otros muchos están encendidos, monitorizando la actividad latente que todavía hay en la instalación.
«Antes, la central tenía 1381 megavatios térmicos», que es una auténtica barbaridad, y «en caso de parada, ese calor latente tenía que ser controlado», explica el jefe de sala. «Ahora», añade, «el único calor residual es el que tenemos en la piscina y es de 0,5 megavatios». En fin, que el trabajo es «mucho menos estresante», pero también importante.
No en vano, el objetivo máximo de Enresa no es sino el desarrollo de todos los trabajos previstos en el plan de desmantelamiento manteniendo en todo momento la garantía de seguridad para trabajadores y entorno. «Y lo conseguiremos. Ya lo hemos hecho en otras centrales y sabemos hacerlo», concluye Ondaro al tiempo que reconoce que seguramente el de Garoña no sea el último desmantelamiento que ve con sus propios ojos en España.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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