La abadesa abraza a una de sus hermanas tras recibir los votos perpetuos de su orden.

El ejército de sor Verónica

Son jóvenes, universitarias, de familias pudientes y prodecen de movimientos neoconservadores. Las 210 monjas de clausura de La Aguilera, en Burgos despiertan la admiración del Vaticano

Antonio Corbillón

Viernes, 18 de diciembre 2015, 20:35

Me levanté esta mañana y pensé «¿siempre aquí? Y sentí una gran paz». Así respiraba hace unos días la hermana María Victoria. Han pasado seis años desde que abrazó la vida de clausura y esta tarde recibe de su abadesa y líder, sor Verónica, el anillo que confirma sus votos de profesión perpetua: su matrimonio con Dios. Al igual que sucediera el domingo pasado con la hermana María Betania, el convento de estas monjas que visten un hábito de tela vaquera será una fiesta. No faltará ninguna de las 210 mujeres que moran entre los muros del antiguo monasterio franciscano de La Aguilera (Aranda de Duero), la inmensa mayoría jóvenes, con estudios y procedentes de los movimientos neoconservadores de la Iglesia católica. Son el ejército de Iesu Communio, la congregación que asombra a los católicos de todo el mundo desde su constitución, hace estos días cinco años, con el permiso directo de Benedicto XVI.

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Llegarán varios autobuses y docenas de coches particulares. Su impoluta iglesia de madera en forma de barca invertida, un generoso regalo de la Fundación Botín, se quedará pequeña para los asistentes a la ceremonia. Hace una semana, sor María Betania pidió una canción y sus hermanas la cantaron acompañadas de una guitarra. Después, un grupo de monjas encabezado por una andaluza se arrancó por sevillanas, mantón incluido, y zapatearon su fe ante el regocijo general. Una celebración que incluye con desparpajo unas gotas de musical a la americana, como esa versión de Sister Act que lleva meses en los escenarios españoles. Una teatralización de su fe que cuelgan de su web y su Facebook. Ellas componen, cantan y venden sus cedés por la red. Otro rasgo de distinción de una aventura religiosa sin parangón en el mundo. «Transmiten tranquilidad, paz y alegría. Siempre sonríen. Son todas jóvenes. Sales de allí impactada», relata Berta Soto, que asistió a la ceremonia del último domingo.

Por la cabeza de María Victoria seguro que pasan hoy retazos de su anterior vida. Cuando era una joven convencional con sueños mundanos y a punto de iniciar su último curso de Medicina en Madrid. Cuando lo dejó todo y se vino a La Aguilera. ¿Pero por qué? «Aunque pude apostar por la mejor pieza del banquete, preferí la más pequeña». De esta forma razona mientras atiende el obrador, donde las Iesu Communio venden a los visitantes su deliciosa repostería: pastas, turrón, bombón de mazapán y cestas de navidad por 25 y 54 euros. También recordará que cuando llegó, en 2009, estaba naciendo el whatsapp. «A veces me palpaba los bolsillos del hábito buscando el móvil. Pero pronto lo superas». Es la conversación sencilla que mantiene con un simple cliente, porque en Iesu Communio no conceden entrevistas a los medios de comunicación.

En estos seis años de carrera monacal, un tiempo que no todas las aspirantes aguantan, ha conseguido disipar sus dudas con la experiencia de otras monjas. Como Marcela, que lleva nueve años en La Aguilera. «Tenía miedo de perder la feminidad, no ser madre. Pero, con la consagración, he descubierto que Jesús es un esposo real y concreto», explica en la web de la comunidad. O Raquel, que vive aquí junto a sus cuatro hermanas biológicas: «Con la primera que entró aprendí que Jesús te enamora el corazón».

Mientras las vocaciones religiosas languidecen en el mundo Occidental y las órdenes cierran cerca de un centenar en España desde 2010 o reunifican conventos a medida que se mueren sus miembros, en Iesu Communio tienen lista de espera. De aquí y de varios países, sobre todo de América Latina. Frente a los edificios semiabandonados de otras órdenes, en las afueras de la pedanía de La Aguilera aparece esta factoría religiosa de última generación.

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Tres edificios asépticos, impolutos y sellados con cámaras, alarmas y última tecnología. Todo es moderno y pulcro. Un búnker tecnificado flanquea la entrada a quien lo pide. Hasta un límite: la gran explanada y la iglesia. Varias placas honran a sus benefactores. La iluminación la pagó Endesa. La iglesia la diseñó el arquitecto Jaime Juárez, cuya hija profesa en la comunidad. Parte de los fondos para financiar este milagro multiplicador los puso Luis Alberto Salazar-Simpson, cuñado de Rodrigo Rato. Este exconsejero del Banco de Santander les donó los tres millones de su cese como presidente de la telefónica Amena. La generosidad de «don Luis Alberto», que preside la fundación Ora et Educa, permitió levantar las primeras cien celdas (10 metros cuadrados cada una), la reconstrucción del monasterio y el locutorio. Aunque las obras se les fueron hasta los cinco millones. Los rumores dicen que el resto lo pagaron desde los Ruiz-Mateos, a las hermanas Koplovitz, además de varias familias del empresariado vasco.

La elección del escenario tampoco fue casual. En el mnasterio franciscano de La Aguilera vivió y murió en el siglo XV San Pedro Regalado, jefe de todos los monasterios de la Reforma en España. Y ahora vuelve a ser el escenario de una emergente espiritualidad. Pero ni el poderío económico, ni la santidad del lugar bastan para explicar este manantial de fe. «No hay nada igual en España, ni creemos que fuera de ella», subrayan desde la Conferencia Española de Religiosos.

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El milagro en estas tierras burgalesas comienza, crece, se consolida y continua en la cabeza de María José Berzosa, que ejerce de fundadora y superiora con el nombre de sor Verónica María. Recién cumplidos los 50 años, su vida anterior se parecía bastante a la de María Victoria, a la que hoy abrazará en nombre de toda su grey. Hija pequeña de uno de los apellidos ilustres de Aranda de Duero, Mayse (como la llaman en su casa) llegó a los 18 años con la aparente vocación de estudiar Medicina. En las primeras semanas de universitaria pegó un frenazo en seco y dirigió sus pasos hasta el convento de las bernardas de su Aranda natal, al que cambió poco después por el de las clarisas de la cercana villa ducal de Lerma.

Allí se fogueó en la ortodoxia monacal como preparadora de novicias. Para entonces ya se había cruzado en su vida Juan Pablo II, durante su visita a Ávila en 1982. «Allí el Papa habló de encontrar un lugar donde la juventud estuviera a gusto. De hablar de Dios, incluso desde las clausuras», explica el sacerdote Joaquín Luis Ortega, exportavoz de la Conferencia Episcopal y exdirector de la Biblioteca de Autores Cristianos. También arandino, conoce a María José Berzosa desde muy niña.

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El sueño de Rouco Varela

Mientras ella daba vueltas al reto papal, sus mentoras, sor Blanca y sor Pureza, ya habían descubierto en sus ojos verdes el brillo y el magnetismo de los diamantes. Tenía el don de convencer. Amigas y conocidas acudían a Lerma en busca de respuestas a la conversión de María José. Y se quedaban. Su hermano mayor, Raúl, actual obispo de Ciudad Rodrigo y su principal guía espiritual, reconoce que «tiene el carisma inicial, sí. Pero es muy comunitaria y logra que todas sean herederas y guardianas de lo que ella crea».

En unos años acabó con la languidez conventual y el riesgo de cierre por falta de personal. Cuando ella llamó a la puerta, las clarisas llevaban 23 años sin confirmar una sola vocación. Con María José, Lerma se empezó a quedar pequeño. En 2006, ya bajo su mando, la comunidad publicó el libro Ven y verás, en el que sus 93 monjas explicaban sus porqués. Detrás de cada historia había varios rasgos comunes. La mayoría eran jóvenes universitarias. Aspirantes a médicas, arquitectas, ingenieras, psicólogas, historiadoras... Hijas de familias conservadoras de grupos de cristianos de base, como el Camino Neocatecumenal (los kikos), el Opus Dei y, sobre todo, Comunión y Liberación (éste último ha inspirado el nombre de la nueva orden). Todas «decepcionadas», «perdidas» y «vacías» con la poca trascendencia de los logros terrenales. «La semilla que pujaba en mí, para no secarse ni quedar estéril, necesitaba hundirse en la tierra concreta que Dios quería», explica Celia María en Ven y verás.

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El entonces todopoderoso cardenal de Madrid y presidente de todos los obispos, Rouco Varela, también le echó el ojo a sor Verónica. De ella dijo en 2005: «El milagro de Lerma es y fue posible por una monja y una mujer con un don especial, con un carisma extraordinario para conectar con la juventud actual. Y tocada por el dedo de Dios».

Rouco se quiso llevar ese dedo a Madrid y soñó para ella el gran convento del siglo XXI. Ya tenía los terrenos en Colmenar Viejo y a quien le iba a dar forma. El arquitecto del boom espiritual tenía que ser también el que firmó los grandes proyectos de la España de los excesos: Santiago Calatrava. El jefe de la Curia nacional disponía incluso de los 12 millones de euros necesarios. Pero no se esperaba el rechazo de la abadesa, que prefirió no perder el control de su obra.

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Después de buscar en muchos sitios, la penuria de los monjes del convento de San Francisco fue la suerte de las clarisas. En 2009 firmaban la cesión y comenzaron las obras y el trasvase de su creciente ejército de hermanas. La fuerza del fenómeno llevó a la Iglesia a mimarlo con decisiones sin precedentes, como la insólita de permitir a esta abadesa gobernar las congregaciones de Lerma y La Aguilera. Ratzinger tenía claro que no había que poner peajes a esta nueva autopista de la fe.

Más allá de las liturgias, sor Verónica no habla en público desde 2005 y administra el silencio hacia el exterior como el grito sordo de su poder, lo que parece agrandar su leyenda. Pero algunos aseguran haberla escuchado insistir en que tiene «línea directa con el Santo Padre». Bastante química tenía que haber. En 2011, cuando ella le visitó en Roma para agradecerle su apoyo, el abrazo entre ambos dejó en entredicho la fama de frío germánico del ahora pontífice emérito. Todavía hoy en día, sor Andrea, que pasa por ser algo así como la jefa de prensa de Iesu Communio, insiste al teléfono en que «el sentir de nuestra comunidad es permanecer al margen».

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Fervoroso peregrinar

El empujón final para el proyecto había llegado meses antes de esa visita al Vaticano. En los primeros días de diciembre de 2010, Benedicto XVI aprobó la escisión de las clarisas de Lerma y la creación del instituto religioso Iesu Communio, cuyo estatus es equiparable al de cualquier orden religiosa. Berzosa se convertía así en fundadora de una nueva congregación. Miró hacia adelante y no reparó en algunos recelos surgidos entre sus antiguas compañeras clarisas, a las que dejó atrás. En febrero de 2011, la misa de acción de gracias reunió en la Catedral de Burgos a 3.000 personas, en una de las mayores manifestaciones de fervor que se recuerdan en el arzobispado.

Durante estos cinco años, las veroniquesas, como son conocidas en la zona, han hecho algo más que reformar y construir su convento. Su condición de monjas de clausura constitucional les permite, dentro de la discreción, hacer bastante más cosas que el ora et labora intramuros. Desde aquella indicación del Papa polaco en Ávila, la labor de esta cruzada femenina se centra en evangelizar a los jóvenes. «No bastan solo los héroes. Necesitamos comunidades de referencia que ayuden a los pobres de espíritu», insiste su hermano, el obispo Berzosa. Así que los domingos se acercan hasta La Aguilera todo tipo de colectivos, con los que las monjas celebran encuentros espirituales. Fermín González, párroco del cercano pueblo de Covarrubias, suele acompañarlos de vez en cuando. «No hay tanta ruptura como se ve desde fuera. Ya son una referencia y saben transmitir su fe».

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En otros ámbitos de la Iglesia no despiertan tanto fervor. Desde colectivos progresistas como la Asociación de Teólogos Juan XXIII cuestionan «una orientación teológica conservadora, aunque las formas quieren ser modernas». Lo contemplan como «un castillo moderno de experiencias elitistas». Uno de sus portavoces, que reclama anonimato, se pregunta «¿a quién sirve esto? ¿Les ayuda a los excluidos o a los desheredados?».

Mientras, en esta pequeña localidad, a 9 kilómetros de Aranda de Duero, se han acostumbrado al peregrinar fervoroso de todos los fines de semana. En El frontón, lo cuentan así: «Estuve una vez en una misa y estaba abarrotado. Daba apuro salir. ¡Y eso que duró más de dos horas!», recuerda Pedro Fiel, un vecino que aún añora «el encanto destartalado» del convento franciscano. El muchacho que atiende la barra nunca se ha acercado por allá, pero sí le ha puesto oídos a los chascarrillos. «Dicen que hasta una hija de Isabel Preysler intentó entrar».

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Sor Verónica y sus huestes parecen haber levantado la vista más allá de sus muros y abierto los mapas. Raúl Berzosa ya le ha hecho llegar a su hermana el mensaje: «Tienen que empezar a fundar en otros lugares. En Europa e incluso fuera de Europa». También a su viejo amigo y paisano Joaquín Luis Ortega le parece «todo un poco extraño» y se pregunta «¿qué hacen tantas monjas ahí?». Este veterano párroco y teólogo recuerda que abrir nuevos conventos «forma parte de la historia de todas las órdenes». Él ya ha atado varios cabos sueltos y avanza su propia intuición. «Creo que están intentando montar una nueva sede en el norte de Italia». Si el día 22 les toca la lotería que venden en el obrador con ese fin, sabremos si el cura Ortega mantiene su olfato.

Sería la definitiva eclosión de lo que el obispo Raúl Berzosa llama «nueva inyección evangelizadora». Hay quien ya ve en sor Verónica a la futura Teresa de Calcuta española. Pero antes bendecirá hoy a María Victoria, que dará hoy su sí, quiero a Dios.

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