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Cenizas, árboles calcinados o a punto de secarse, que «habrá que talar»; algún que otro animalillo muerto, la silueta del monte entre negros y verdes… Aun así, ahora lo que toca es ponerse manos a la obra para intentar superar lo que ha ocurrido, empezar con la burocracia y la petición de ayudas e intentar volver a una normalidad que, por desgracia, ya conocen. En eso están.
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Las localidades abulenses de Pedro Bernardo y Gavilanes, que han visto arder su sierra durante seis días, lo dieron todo durante el incendio. Algunas vecinas prepararon avituallamiento para las cuadrillas; decenas de voluntarios pasaron días sin apenas dormir, intentando ayudar en lo que pudieran y dispuestos a darlo todo por sus tierra. Las lágrimas llenas de tizne fueron algo habitual la semana pasada, ante la impotencia y la pena de ver el monte arder. Pero, eso sí, de esa entrega de los vecinos es de lo que más orgullosos están los alcaldes de ambas poblaciones.
A falta de una perimetración exhaustiva, las primeras cifras oficiales hablan de 1.400 hectáreas quemadas; sin embargo, sería algo más si se suman las 1.400 que cifra el alcalde de Pedro Bernardo, David Segovia, tan solo en su término municipal, y otras 400 –aunque no son cifras definitivas- en Gavilanes.
Todavía queda algún pequeño rastro de humo, olor a quemado y mucha sequedad. La 'zona cero' del incendio corresponde a unas pequeñas fincas donde los propietarios tenían algunos árboles, aperos de labranza y poco más. Parece ser que fue un cortocircuito que prendió un árbol cercano. A partir de ahí, el fuego fue arrasando la zona y subió –y traspasó- el camino del Lomo Zapatero. Cuenta el alcalde de Gavilanes, Luis Padró, que la compañía eléctrica estaba avisada y pendiente de limpiar la zona cercana, «pero no llegaron a tiempo».
«Vaya desastre», dice uno de los vecinos que vuelve de lo alto del monte a ver lo quemado. «Con el camión, esto no hubiera pasado» –comenta Padró, refiriéndose a la autobomba que el pueblo tenía hace quince años. Y es que este vecino era el conductor de aquel camión que tenía el pueblo hace quince años. Quince años. «Lo hubiéramos sujetado –el fuego- de otra manera». Realmente, reconocen, no saben lo que hubiera pasado de haber tenido la autobomba, pero «así no hacemos nada». Y ese camión lleva quince años en la lista de peticiones a la Junta.
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«Estoy desolado de ver lo que he visto», comenta el vecino, y no es ni el primero ni el último que nos encontramos camino a lo alto del monte.
«Nuestro polígono industrial está aquí», dice el alcalde de Pedro Bernardo. «Qué mejor polígono industrial que tener el monte limpio, arreglar los caminos…» y así el pueblo puede aumentar su población «y ser próspero». Es la idea de David Segovia, que piensa que «una gran parte» de la gestión del monte se puede realizar desde el propio pueblo. «Mejor que los vecinos no va a limpiar el monte otra persona» y «seguramente que se esfuerzan al 100% en dejar el monte impoluto», añade Javier Capitán.
«Que nos dejen gestionar nuestros montes en invierno y que en verano haya brigadas de bomberos», explica. Dicen que «los incendios se apagan en invierno», y «pido lo justo». También pide a la Junta que tenga en cuenta la situación de los ganaderos del pueblo, que han perdido sus pastos en el fuego. «Queremos que nos ayuden de verdad, y no de palabra». Entonces «empezaré a creer que no nos van a abandonar», asegura.
Ahora el suelo está erosionado, como en toda la zona de monte –sobre todo- y pastos arrasada por el fuego. Y eso, aunque de momento no haya llovido apenas, preocupa sobre todo en Pedro Bernardo, ya que temen que el agua potable pueda contaminarse. En Gavilanes, estos días, el alcalde también se ha encargado de que a los vecinos no les falte agua sin contaminar en el momento que empiece a llover.
«No estoy pidiendo nada del otro mundo, solo que no abandonen el mundo rural», reclama Segovia.
Una semana más tarde, ya se piensa en volver a empezar, reforestando el monte de nuevo, no solo de pino sino también de otras especies, como castaños o robles, que no ardan tan fácilmente y que contribuyan a recuperar el paisaje original de la zona. Porque el arbolado afectado tenía, como mucho, 33 años de vida –tras el fatal incendio de 1986- o, en algunas áreas, solo 19 –hubo otro incendio que arrasó miles de hectáreas en 2000-.
Parte del monte, tanto del término municipal de Gavilanes como de Pedro Bernardo, es donde pasta el ganado de la zona. En concreto, en Pedro Bernardo se ha quemado la finca donde pastaban los animales de una decena de familias cuchareras –la mayoría vacuno, a las que hay que sumar las ovejas y las cabras del único cabrero que queda en el pueblo-. En Gavilanes, los animales que están en el monte, y que han conseguido salvarse, miran a su alrededor los pastos semiquemados, intentando comer por donde pueden, y tiznándose con las ramas negras al rascarse.
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A Pedro Bernardo lo llaman «el Balcón del Tiétar» por su disposición, tal cual, frente al valle del río Tiétar. Detrás, el monte se alza como una corona y, a la izquierda, mirando al pueblo en dirección Gavilanes, se ve quemado el Risco de la Vela. «La sensación de miedo es cuando ves la llama», comenta Chema Sánchez, que regenta un hostal con vistas al cerro. Y en el incendio se veía claramente. El risco no era la zona más verde, pero ahora «te recuerda» al incendio.
«El sentir de la gente es que, bueno, siempre nos toca a nosotros». Tras tres incendios muy graves, cada uno producido de una manera y en zonas distintas, Pedro Bernardo se ha encontrado con que las llamas al final prendieron su sierra. «Hay que tormar medidas a lo largo del año», dice Chema, «que se limpien los caminos y los cortafuegos». Aunque «es complejo y costoso», al menos tener la zona más cercana al pueblo «al día», e incluso crear puestos de trabajo.
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Echando a vista atrás, Pedro Bernardo «era bosque-bosque». De hecho, antes de los ochenta en la zona se vivía de la resina y de la madera. Así lo recuerda un monumento a la entrada de Gavilanes. Y muchos de ellos recuerdan cómo muchas familias tuvieron que emigrar tras el incendio de 1986. Se habían quedado sin trabajo. Aquel fuego, que comenzó en las Cinco Villas, arrasó 8.000 hectáreas, la mayoría de monte.
A algunos se les han quemado «recuerdos» de familia, fincas y terrenos de los padres y abuelos… y que todavía recuerdan la tragedia del 86. Luis Miguel Sierra, madrileño pero de familia cucharera (de Pedro Bernardo), también tiene la sensación de que «el que peor parado sale» siempre es Pedro Bernardo, aunque los incendios comiencen en los pueblos limítrofes… «Da que pensar que la gestión no ha sido la más adecuada». Y ahora quedaría «gestionar el después», y que se recuperara el tipo de flora autóctona, no solo repoblar con pino.
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