Burgohondo: Una abadía con singular historia y leyenda

Los antiguos pueblos celtas, los vettones, dejaron la herencia de su civilización en algunos castros cercanos. Sin duda, llevaron a pastar sus ganados a las verdes laderas que se abren entre los peñascos de la sierra. Esa cultura ganadera de las primeras civilizaciones del Alberche apenas llega hasta el presente en algunas tradiciones populares.

La más significativa es la vaquilla de San Sebastián, santo a quien se edificó una ermita, que ya no queda, cuya fiesta reviste elementos del acervo cultural y antropológico de primer orden.

También los romanos atravesaron los puertos naturales de Gredos con sus antiguas calzadas, pero no parece que les llegara a interesar este espacio intermedio como residencia, sino más bien como lugar de paso en busca de mejores campos para encontrar granito.

Se asigna a los pueblos germánicos o visigodos la condición de primeros pobladores estables, aglomerados con los llamados mozárabes, que pudieron levantar algún eremitorio para santones.

Todo apunta a que fue Alfonso VI quien fundó la Abadía de Santa María entre 1085 y 1109. Se concluye que lo hizo sobre una base poblacional visigoda y mozárabe que, a pesar del control militar de los diversos reinos musulmanes, habrían permanecido más o menos aislados entre peñascos. Con ello se argumenta el apremio del rey por instalar un centro de poder que fortaleciera el control cristiano sobre el territorio una vez dado el salto a Toledo en 1085. Ha estado poblado de singulares historias y leyendas que jalonan su vida, casi nueve veces centenaria.

En el XIV llegó a su máxima expresión. Las señales históricas también se reflejan en el edificio del Ayuntamiento levantado del siglo XVIII, el archivo del Concejo del siglo XIII, la ermita de San Roque y otras construcciones nobles, blasonadas con escudo familiar.

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