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De la piel de esta tierra de Ávila, cuya Diputación Provincial me honro en presidir, brota historia en estado puro. Lo hace por cada poro que es cada uno de los 248 municipios que la forman y que hoy se pueden llamar abulenses. Es tal la cantidad de hijos que estas comarcas diversas, ricas y complementarias han dado a España y al mundo que se hace difícil clasificarlos por su importancia, por el campo del saber humano o por la faceta de la vida cultural, artística, del pensamiento, la ciencia… pública, en definitiva, en la que destacaron.
Ni siquiera mi condición de representante político puede hacer que me decante por la figura clave de la actual España constitucional, nacido en Cebreros en 1932 y cuyos restos reposan en la Catedral de Ávila: Adolfo Suárez. Tampoco de una figura política más lejana en el tiempo, pero con valores plenamente vigentes como es la reina Isabel I de Castilla, nacida en Madrigal de las Altas Torres en 1451.
En unas pocas líneas ya han aparecido dos nombres abulenses claves en la formación del Estado español hace 500 años, por un lado, y de la España surgida del consenso de 1978, por otro. Pocas provincias de nuestro país pueden presumir de algo siquiera parecido teniendo mucho más peso poblacional y económico. Sin embargo, en Ávila confluyen un acervo cultural y patrimonial casi sin parangón en España, amén de la vocación de servicio a la Nación que los abulenses de todas las épocas han demostrado, y que han ejercido siempre, o casi, sin pedir nada a cambio.
Los personajes históricos –algunos incluso todavía vivos, pero que sin duda tienen ya un lugar en la memoria colectiva- recorren la provincia de Ávila de norte a sur y de este a oeste, y a través de sus obras, vidas, proyectos y ejemplos han contribuido, sin duda, a forjar la identidad de esta provincia y de los municipios por los que pasaron.
Militares como el Gran Duque de Alba, el piedrahitense Fernando Álvarez de Toledo, el general más importante de su tiempo, como le catalogan los historiadores; Sancho Dávila, el rayo de la guerra, y Juan del Águila, barraqueño al servicio de Carlos I y Felipe II. El explorador de Costa Rica y Nicaragua, Gil González Dávila; santos como Santa Teresa de Jesús, tan vinculada a la capital, a Gotarrendura, a Duruelo y a otros muchos municipios de la provincia que atraviesan las Rutas Teresianas que la Andariega completó en su paso por este mundo; San Juan de la Cruz, cima de la poesía mística en castellano cuya voz aún hoy resuena desde su Fontiveros natal hasta cualquier rincón del planeta, o San Pedro de Alcántara que, sin ser arenense de nacimiento, llegó a dar su nombre a Arenas de San Pedro y cuyo IV Centenario de su Beatificación y Patronazgo celebramos este año. Todos ellos son ejemplo de la Ávila grande que vivió su etapa de mayor esplendor en torno a los siglos XVI y XVII, en los que también podemos encontrar a fray Tomás de Torquemada, al obispo Alonso de Madrigal y al aún tres siglos anterior, el rabino místico judío Moshé de León.
Pero hay también personajes más contemporáneos y de otros campos del saber humano que nacieron y desarrollaron toda o parte de su existencia en nuestra provincia. Científicos como Arturo Duperier, que en pleno siglo XX, desde Pedro Bernardo, conquistó la física internacional mediante unos estudios de la radiación cósmica que bien podrían haberle valido el Premio Nobel.
Filósofos como López Aranguren, titán del pensamiento del siglo pasado que ya advertía sobre los peligros de una sociedad cada vez más mecanizada y deshumanizada. Escultores como el genial Santiago de Santiago, nacido en Navaescurial y que, rozando los cien años de vida, sigue siendo un faro palpitante del arte español; o periodistas como el recordado Emilio Romero, arevalense de pro que dirigió algunos de los periódicos españoles más importantes en la segunda mitad del siglo XX, y el Premio Cervantes José Jiménez Lozano, nacido en Langa en 1930 y fallecido hace tan solo dos años.
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La lista de abulenses que han dejado su poso en la historia de España y universal es impresionante e interminable. Ellos, nacidos en esta tierra humilde y laboriosa, batieron las alas de su conocimiento, de su talento y de su audacia sin soltar nunca las amarras de sus raíces. En los pueblos que he citado en este artículo y en muchos otros a los que el espacio impide nombrar sigue latiendo su recuerdo, el de su ejemplo, el de su aprendizaje y el de sus logros. Nuestra tarea es que las nuevas generaciones, como hicieron la actual y las anteriores, mantengan su memoria como punto de partida inmejorable para crear la Ávila del futuro.
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