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Raquel C. Pico
Martes, 3 de octubre 2023, 17:15
Llegó otoño, el mes de las novedades editoriales más potentes para los siguientes meses y en el que se venden más libros en España, por la vuelta al cole y las universidades. Hay libros por todas partes; libros que se hacen con papel, salen en ... grandes cantidades y que tiene por ello un impacto en la naturaleza. Son muchos ejemplares —según la Estadística de la Edición Española de Libros con ISBN, en 2022 se lanzaron 92.600 títulos, el 66,2% en papel— y que, en ocasiones, acaban olvidados y no vendidos. ¿Puede ser la industria del libro sostenible? ¿Ha aprendido ya a serlo?
Al otro lado del teléfono, Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, es bastante crítico en las respuestas a ambas preguntas. Es también quizás una de las fuentes más destacadas para responderlas, porque su editorial aprovechó el parón causado por el covid-19 para frenar las máquinas y la inercia del mercado editorial y responderlas con calma. «Es posible, lo que ocurre es que no es posible manejar la realidad a gusto de uno», resume. «Por supuesto que se pueden hacer las cosas de otra manera», indica. «No es tan complicado», promete.
Ser sostenible implica hacer un examen de conciencia bastante sincero, se puede concluir después de charlar con él, y cambiar las cosas, rompiendo con la inercia del mercado. Implica pensar en todas las fases de la cadena del libro, desde la producción hasta el punto de venta pasando por la promoción (ellos, por ejemplo, ya no viajan a menos que sea necesario, aunque suponga no ir a las ferias de Londres o Frankfurt). Como señala en un punto Hernández: «No hay sostenibilidad en término de ecología sin sostenibilidad social».
Y, de forma notable, la sostenibilidad supone pensar en algo tan tangible como las hojas sobre las que luego se leerá. Si se escucha a los representantes más generales de la industria, eso está ya ocurriendo. «El sector editorial lleva ya desde hace años preocupado por la sostenibilidad», explica Antonio María Ávila, director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), el organismo que agrupa a la industria editorial española. «Son muchas las editoriales que trabajan desde hace tiempo en ello y con los aprendizajes comunes también lo hacemos como gremio», suma.
Planeta y Penguin Random House son los grandes grupos editoriales que están detrás de muchos de los libros que la población lectora tiene en las estanterías de sus casas. Ambos grupos cuentan con estrategias de sostenibilidad y toman decisiones partiendo de esos criterios. «La sostenibilidad es algo que nadie debe ni puede ya ignorar y la industria editorial, cuya materia prima básica es el papel, desde luego tampoco», apunta Juan Mera Buján, director de Innovación y Sostenibilidad (ASG) de Planeta. «Llevamos años trabajando para ser medioambientalmente más sostenibles», indica también Carlota del Amo, directora de Comunicación Corporativa y RSC de Penguin Random House.
Como señala Del Amo, ellos 'aprenden' de los datos que genera el pertenecer a un grupo multinacional (que ayudan a entender qué hacer y qué no) o suman certificaciones verdes para sus papeles (desde ya principios de la década pasada). También se mueven en la cercanía. «Hacemos impresión de proximidad imprimiendo los libros en España y trabajamos para bajar nuestra huella en la distribución», explica. Planeta solo usa proveedores gráficos que ofrezcan como mínimo un sello de certificación de papel de fuentes sostenibles. «También medimos nuestra huella de carbono», suma Mera Buján.
El papel es, en líneas generales, el punto clave de la estrategia de responsabilidad de la industria editorial. «Uno de los primeros aspectos que empezó a preocupar fue todo el relacionado con el papel, después llegaron las tintas y lo relacionado con la producción del libro», señala Ávila. Las editoriales lo consiguen, apunta, «usando papeles europeos que provienen de bosques sostenibles, gestionando bien los residuos» o usando papel con certificaciones de proveniencia. «Esta es una cuestión en la que ya llevamos muchos años poniendo foco», suma.
Aun así, no todas las voces de la industria editorial ven el trabajo que se ha hecho con el papel del mismo modo. «Sinceramente, creo que hay más interés por ofrecer una cierta imagen que por cambiar el 'modus operandi'», reflexiona Hernández, recordando lo mucho que le costó a Errata Naturae ir a la esencia de cómo se obtiene el papel cuando le pidieron a la industria papelera española datos sobre emisiones. También denuncia que un bosque puede estar certificado, pero que si para cultivarlo antes se arrasó la flora de esa zona —y apunta que no es extraño que ocurra en los bosques de Europa del Este, de donde viene una parte importante del papel— para plantar esos árboles no se está usando realmente un material 'ecofriendly'.
Este inicio de otoño implica la llegada de muchas novedades y, nuevamente, preguntarse si se están publicando en España demasiados libros. «Este debate se pone encima de la mesa cada cierto tiempo», apunta Del Amo, que cree que se puede abordar el tema tanto «desde el prisma de la cantidad o desde el prisma de la variedad».
«Un mayor número de publicaciones implica una mayor oferta para los lectores cuyos gustos e intereses son muy heterogéneos», defiende. También Ávila destaca que «una de las grandes características del sector del libro español es su diversidad». Lo ve como «un gran valor en sí mismo», porque está igualmente conectado a que exista «un número muy importante de pequeñas editoriales que editan un número no muy grande de títulos cada año».
«Cuando me hacen esta pregunta, creo que no son conscientes de lo que estamos preguntando con esto», reflexiona Hernández cuando, justamente, se le pregunta si son demasiados los libros que llegan a las librerías. Esto es, no es solo una cuestión de números brutos y cantidades que mueve la industria, explica, sino de cómo funciona el mercado y del contexto —al fin y al cabo, una sociedad de consumo— en el que se mueve. Las tiradas, explica, oscilan entre los 1.500 ejemplares y los 2.000, incluso entre las más grandes (no son tan gigantes como a veces pensamos el público de a pie) y los libros más populares 'subvencionan' a los que lo son menos.
Además «la labor de las editoriales es la de seleccionar los mejores contenidos para sus catálogos y la de las librerías la de escoger aquellos que se ajusten a sus clientes», recuerda Del Amo, que también apunta cómo la digitalización de las imprentas permite tiradas menores y adaptadas a la realidad del momento. Es algo que también destacan desde Planeta. «Los sistemas de monitorización de ventas detectan en tiempo casi real cuándo un título puede necesitar de una reedición, lo que nos permite 'afinar' más y más rápido esas decisiones de tirada», señala Mera Buján.
Aunque el valor de la digitalización no debe confundirse con la idea de que lo digital es ya por defecto verde, añaden desde la FGEE. No deberíamos pensar que un 'ebook' es ya verde desde su nacimiento. «Mucha gente cree que como es digital es más sostenible y eso no es exactamente así, un libro digital o una búsqueda en internet también contaminan», insiste.
Pero qué ocurre cuando a pesar de todo sobran libros. ¿Se convierten en simplemente basura? «No pasan a ser basura», refuta Ávila, «pasan a ser pasta de papel, que tienen nuevos usos». Es ni más ni menos economía circular. Los libros que no se han vendido —aunque desde la industria insisten en que el ajustar las tiradas reduce las devoluciones y el propio reciclaje— vuelven una vez más a convertirse en soporte para la lectura. Pueden ser, por ejemplo, papel de periódico.
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