Especial cinco años de la pandemia
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Especial cinco años de la pandemia
Las UCIS recuperan el aliento: «Lo peor fue la soledad, nadie debería irse solo»Una calma relativa se ha instalado en la UCI médica de la primera planta del Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Hace decenas de meses que los ingresos por infección de covid se cuentan con los dedos de las manos. El tiempo y la vacunación universal han puesto orden en unos boxes que en el caótico mes de marzo de 2020 acogían enfermos a riadas. «En 2022 eran ya escasísimos los pacientes con infección por coronavirus. Otra cosa son los pacientes que ingresan en UCI por otras causas y son positivos, pero de los que conocimos hace cinco años, ya prácticamente no existen actualmente», resume Fernando Díez Gutiérrez, jefe de Sección del Servicio de Medicina Intensiva del Clínico Universitario, mientras recorre el pasillo de la unidad de críticos.
Un equipo de El Norte de Castilla ha regresado a la misma unidad de cuidados intensivos que visitó en noviembre de 2020, en plena segunda ola de la pandemia. Lo hace un día de febrero de este 2025. Son las 11 de la mañana, y las 21 camas de esta UCI hacen desde hace tiempo hueco a enfermos con diversas patologías. Hay visitas a pie de cama, murmullos e, incluso, el sonido de la radio para humanizar la estancia a los pacientes. El pitido de los monitores es imperceptible. Nada recuerda lo que fue, en lo que se transformó esta unidad. No hay puestos con equipos de protección, ni pizarras que recuerden los días de ingreso. «¿Para qué? Bastante mal lo pasamos como para tener que recordarlo cada día», espeta Elena Bustamante, jefe de servicio UCI. «Es que aquí al principio se trabajaba con mucho miedo», puntualiza Fernando Díez. «Tuvimos un compañero que estuvo muy malo, muy malo. Se contagió en los primeros días y ahí pensamos: vamos a caer todos», añade.
El trajín de guantes, batas y Epis ha amainado. Solo la mascarilla es obligatoria para maniobrar en cuidados intensivos, que mantiene una alfombra plástica desinfectante en todos los accesos. «Es todo completamente distinto», reflexiona Fernando Díez mientras recuerda cómo el hospital se sumergió en una presión asistencial que no cesaba. «Hay una serie de enfermos o de pacientes que en aquella época no podían ingresar en UCI, que se mantenían en planta porque no podíamos acogerlos, y que ahora pueden ingresar aquí porque hay menos presión asistencial y somos más permisivos», admite. «Es que aquello vino de sopetón», interrumpe Adriana Callejo, enfermera de UCI. «Nos faltaba información a todos. Es verdad que después todo el mundo fue poniendo de su parte para hacer un equipo e intentar trabajar con los medios que tenías, pero sin información y siendo equipo».
En tiempo récord, las unidades de reanimación dependientes de anestesiólogos asumieron la responsabilidad de ampliar camas de Uvi en lugares donde antes no las había. Médicos, enfermeras, TCAES y demás personal, acostumbrado a tratar con pacientes críticos, remaron para «intentar sacar aquello adelante como fuera». «Teníamos que ampliar camas, recogíamos cable, abríamos cama para pacientes post quirúrgicos cuando la presión covid bajaba para atender a los grandes olvidados, que eran los pacientes que dejamos de atender durante todas aquellas semanas. Era una cosa horrorosa tener los quirófanos absolutamente vacíos, porque evidentemente los cánceres estaban sin diagnosticar o diagnosticados, pero no los estábamos operando», se lamenta Rodrigo Poves, jefe del Servicio de Anestesiología y Reanimación. Y todo, añade, sin tener certezas sobre si lo que se estaba haciendo con los pacientes covid era o no lo correcto. «Esa incertidumbre la teníamos todos, de no saber hacia dónde íbamos», comenta ahora, mientras recorre una Rea cardíaca que nada tiene que ver con lo que fue en pandemia, cuando toallas y sábanas impregnadas en desinfectantes se encargaban de diferenciar en el suelo entre zonas sucias, próximas al paciente, y limpias, donde se encontraba la medicación, gráficas, tratamientos…que no podían contaminarse.
Beatriz González, enfermera de Rea, se emociona al recordar el día en que eliminaron la obligación de portar un equipo de protección individual. «Era horrible trabajar con ese traje. Nadie puede imaginar la liberación que suponer poder andar por la Rea con libertad, no tener que estar pendiente de que una compañera te dé una medicación de la zona limpia, poder traspasar esa línea».
Laura, enfermera compañera de Beatriz, ha sustituido las pizarras que narraban los días de ingreso covid por otras decoradas con hermosos dibujos con los que despertarán los pacientes sedados. Arlequines, corazones de San Valentín, tablas de snowboard…Cada box tiene un motivo distinto para acompañar la fecha de ingreso y el día del mes que es en ese momento. La humanización, que ya se practicaba antes de la pandemia, ha fortalecido los programas a raíz de la covid. Después de la primera ola, el personal médico vio la necesidad de que los pacientes tuvieran contacto con sus familiares. «Al principio eran pacientes que estaban solos porque nosotras tampoco teníamos tiempo de prestarles la atención que merecía, pues era tratar, tratar, tratar, entrar en el box y hacer cosas. Luego se vio que necesitaban contacto y después de la primera ola hicimos videollamadas con familiares para que pudieran hablar antes de intubar a una persona», relata Adriana Callejo. «Ahora –añade Rodrigo Poves- las visitas son mucho más amplias de lo que eran antes y procuramos dar información de todo».
La soledad del paciente fue, para los equipos de Uci y Rea, lo peor de esta pandemia. «Se morían solos, solos. No había nadie, no entraba nadie. Esa parte…», resume un compungido Fernando Díez. «Yo aprendí de un enfermero a acompañarles. El paciente se iba a morir, lo sabía, lo tienes monitorizado, entonces le cogías la mano. ¿Por qué? Porque nadie debería irse solo».
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De cada 100 pacientes que ingresaban en una cama Uci, 27 morían por covid. La media de edad estuvo en los 67 años, aunque hubo pacientes con 44 años. La más joven, recuerdan, una chica embarazada que trasladaron desde Segovia. Y salió adelante. Muchos combatieron la enfermedad sin secuelas. Otros se consumieron tras semanas en parálisis y sedación con una masa muscular inexistente que les obligó a empezar de cero. Y casi cinco años después, los facultativos que tutearon al virus siguen sin saber qué tecla tocar para erradicarlo.
«Tratábamos los síntomas, pero la infección como tal no se llegó a tratar nunca, salvo cuando llegaron las vacunas», reflexiona Fernando Díez. «Sí nos ha dejado aprendizaje –interrumpe Rodrigo Poves-. Por ejemplo la coherencia en el uso de medidas intermedias que antes no usábamos tanto, como es la ventilación mecánica no invasiva, las gafas de alto flujo, que son un paso intermedio antes de la intubación».
Es un día cualquiera en la Uci médica. Un día cualquiera en la Rea. Analíticas, controles y tratamientos se suceden. La batalla por la vida continúa en cada cama, en cada box. La solidaridad de un equipo unido cuelga en la medalla de cada uno de estos profesionales, a quienes, aseguran, la covid no les pasó la factura mental que podrían haber sufrido. «No daba tiempo», sentencia Adriana Collado. De uno de los despachos de la unidad de reanimación cuelgan varias fotografías que recogen distintos momentos de la covid. Una especie de homenaje a la unión de un equipo de profesionales a quienes, según precisa su jefe, Rodrigo Poves, sí les hizo mella el cierre de quirófanos, la espinita de desconocer si algún cáncer o enfermedad a los que pilló la pandemia se hubieran podido curar. «Pero si ahora se repitiera una pandemia, salvo que fuera la misma, no sabemos si podemos estar mejor dotados de recursos, porque no sabemos lo que puede venir».
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