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Pasó muy rápido. Aquel viernes fue el último en meses en el que los patios de los colegios se llenaron de gritos de niños que ... jugaban, el último día de desfiles de mochilas a primera hora de la mañana, de universitarios que tomaban el café a la salida de la facultad. De un día para otro, las aulas cerraron, y la actividad escolar pasó a las habitaciones de los estudiantes. Todo. Clases, trabajos, estudiar y exámenes. Lecciones reconvertidas en videollamadas donde los pupitres ahora eran una casilla en la pantalla con el nombre del alumno, con o sin la cámara encendida. Y así fue desde marzo, en pleno segundo trimestre. En aquel entonces, Gloria María Díez ya era directora del Tierno Galván. «Antes, durante y después de la pandemia». Ahora, cinco años después, recuerda esos primeros momentos marcados por la incertidumbre.
«Recibimos la noticia y lo primero que hicimos fue ver cómo podíamos estar conectados con todos los alumnos y las familias», recuerda. Todo, con el primer objetivo bien claro. «Fue un momento de gran responsabilidad y se tomó una decisión responsable y valiente, una de las cosas que más nos importaba era que las familias sintieran dentro de lo posible una normalidad». De un día para otro, 600 alumnos del centro tenían que seguir el curso desde sus casas. «Se hacían reuniones por Teams, el equipo directivo a diario, cada semana coordinación pedagógica. Era necesario tener todo muy coordinado, las familias estaban conectadas con nosotros y eso era lo primordial, y que el curso continuara, porque los niños lo necesitaban».
Esto supuso también un problema, la brecha digital, escenificada aquí en que no todos los hogares disponían de un ordenador, o de internet. La situación obligó a poner a disposición de estas familias tarjetas con datos para poder asistir de manera virtual a las clases. A esto ayudaron algunas asociaciones de Valladolid, y también desde Educación se aportaron, las cuales se enviaban por correo certificado. «Estar en contacto era lo más importante para todos», apunta la directora del centro. Y bueno, el confinamiento terminó, casi con el curso finalizado. Los niños fueron los primeros en salir, pero no para volver al colegio.
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En julio, dentro del programa de Éxito Educativo, los escolares volvieron a clase. Lo hicieron también en el Tierno Galván. «Nosotros abrimos dos aulas y allí se empezó. Fue el momento de adaptar todo para el siguiente curso, ya tenías que tener en cuenta las medidas». Dos de ellas, la distancia de seguridad o la ventilación constante. «Empezamos también con el gel y se colocaron las primeras pantallas protectoras en secretaria. El equipo directivo estuvo todo julio aquí, porque además había que elaborar todo el protocolo». El confinamiento llegó tan de repente que, cuando se pudo volver al aula, algunos alumnos tuvieron que recoger material que habían dejado allí antes del inicio de la pandemia.
Y después, que si los grupos burbuja, aulas que había que aislar por positivos, y las consiguientes olas de la pandemia y sus normativas. «Había que ir adaptándose, cambiar cosas mientras preparabas otras. Al final todo el colegio se llenó de indicaciones, flechas azules, rojas, de entrada de salida. Todo listo para la vuelta al cole». De todo ello quedan cosas, algunas más directas, como el uso cotidiano del aula virtual para mandar y recibir deberes o pruebas, o las llamadas por Teams. «Son cosas que han quedado. Nosotros seguimos utilizando la parte de organización de entradas y salidas, sigue siendo el mismo», zanja la directora.
E indirectamente, hay una cosa que también ha quedado, la digitalización de la educación. Con el tiempo, esto ha derivado en todo un debate sobre las pantallas y los menores que cinco años después está todavía en el foco. Durante estos años, una de las voces expertas sobre esto ha sido David Cortejoso, psicólogo experto en nuevas tecnologías y secretario del Colegio Oficial de Psicología de Castilla y León. Un lustro después, resume todo lo que ha acontecido en este aspecto. «En la pandemia fue una bendición, son cosas que vienen impuestas, pero que no se ha consultado con profesionales sanitarios. Cada vez más, hay una evidencia científica de que los perjuicios existen. Vemos como hay países que abogan por la vuelta al papel, o cómo no es positivo el uso de teléfonos móviles en los colegios. Desde el Colegio enviamos un escrito pidiendo que no se enviaran tareas que implicaran el uso de pantallas en casa. Pero son aspectos que deben entrar en el plan educativo, no son cosas que dependan directamente de los profesores».
Cada generación ha tenido sus características, y la actual estará marcada por las nuevas tecnologías. «Tengo que romper una lanza a favor de los adolescentes, a la generación pasada siempre hay algo que asusta de la nueva. Ahora son las pantallas. No obstante, se demuestra que su uso excesivo depende de los niveles de atención, ahora se buscan estímulos muy directos, y cabe recordar que detrás de estas tecnologías hay empresas que buscan que utilices su producto. Debemos reflexionar para promover la lectura y recuperar esa capacidad de atención», añade Cortejoso.
En el debate juegan un papel fundamental las familias, uno de los primeros sectores del ámbito educativo que salieron no en contra absoluta de las pantallas, más bien de su uso «razonado». Soledad Alegre es la presidenta de la Confederación de Federaciones de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos de Centros Públicos de Castilla y León (Confapacal), desde donde han luchado por esto. «Echas la vista atrás y ves que fue un momento de oportunidad, pero se puso en evidencia que no había una estructura que permitiera la digitalización de la educación. Se vio que era un recurso educativo, pero con el objetivo de ver cuánto digitalizados estamos, en ese camino no aparece el alumnado, mucho del cual no puede avanzar en esta digitalización por la falta de recursos. Las familias todavía piden ayuda para entender cómo afectan las pantallas a sus hijos, pero sí entienden que es un recurso que se debe usar a su debido tiempo y con una educación adecuada».
Cinco años después del confinamiento está claro que la educación ha cambiado. La pandemia fue un lapso temporal donde ahora parece difícil ver cómo funcionaban las cosas antes de que llegara. Pero el cambio existe, y para los alumnos se concreta en la digitalización. De esos exámenes desde la habitación o las clases por videollamada ahora ha nacido un debate que analiza el papel de las pantallas en la educación. Familias, profesores, expertos y comisiones analizan todavía el papel que los dispositivos digitales juegan en la educación y en los menores. Todo ello, impulsado en gran parte por el confinamiento de 2020.
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