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Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio posan en la Plaza Mayor. / Solete Casado
El arte del filandón o cómo usar los libros para vivir mejor
34ª FERIA DEL LIBRO

El arte del filandón o cómo usar los libros para vivir mejor

Los leoneses Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio rompen el hielo en un entrañable filandón que conecta con el público

FERNANDO GIL VILLA

Domingo, 11 de mayo 2014, 14:48

Con un filandón literario dieron inicio ayer las actividades de la 34 Feria municipal del Libro de Salamanca. Tres escritores leoneses rememoraron las reuniones nocturnas tejidas con el hilo (filum) de acogedoras historias, como si de una tarde de invierno alrededor de la lumbre se tratara.

Hacer literatura no es sólo escribir. En el mundo de hoy, la mayor parte de la gente escribe en una dura competencia por ser el que más vende o por ser el más citado -o mejor aún, por las dos cosas-. El objetivo es siempre, en nuestra cultura del individualismo, el éxito, el cual consta de dos ingredientes básicos: riqueza y prestigio. Triste espectáculo el de las letras de nuestros días, y más triste aún la lección que transmite a nuestros hijos.

Por eso el alma se alegra cuando participa de un filandón. Porque descansa del frío estrés que rodea la cabaña. La literatura se convierte en historia oral, rompe con la autoridad del escritor sobre el lector, de la escritura sobre la voz, de la novela sobre el cuento, y por romper rompe incluso con la relación exclusiva y personal que establece la lectura. En el filandón -serano para los salmantinos-, la historia que se cuenta se multiplicará, al ser rescatada por tantas imaginaciones como personas tenga el grupo, enriquecida con los comentarios a que dé lugar, convertida en tertulia. El lector, que no tenía ni voz ni voto, ahora los recuperará. El relato ahora podría reescribirse; el jersey que teje Penélope podría deshacerse en cualquier momento, y seguir otro patrón tras la sugerencia que alguien elevó espontáneamente. Por su parte, el escritor aprende del escuchante. Todos se dan calor.

Hace falta la presencia para que surja el calor humano. No la hay en la lectura solitaria, ni en papel ni el pantalla. Sí en el filandón. El calor es la energía que alimenta la magia de los relatos. Ese calor en concreto es también la única fuente de energía de la que puede nutrirse la felicidad, aunque sea en una dimensión modesta, en ese sentirse bien en una tarde de invierno. La literatura, después de todo, no es sino ese eterno jersey que confeccionamos con la intención de abrigar a las generaciones futuras en su peregrinaje por mundos cada vez más fríos.

Por un momento soñé que todos los padres de familia y todos los profesores de Salamanca hubiesen acudido a la improvisada maloca de la Plaza Mayor para conocer esta experiencia. Porque practicada de esta forma, la literatura es también el medio más asequible para lograr la mejor educación posible. Ojalá todos los académicos fueran por ahí de esta guisa, limpiando las letras de sus muchos prejuicios y frotando libros hasta hacerlos brillar para luego fijarlos como estrellas en nuestros solitarios cielos. ¿O habrá que recordar que vivimos bajo los cielos más oscuros de la historia, una vez apagados los astros que siempre nos orientaron: la familia, el amor, la utopía política, la religiosa e incluso la científica, esta última tan pálida tras haber recibido grandes lecciones de humildad en los últimos cien años.

¿Adivinan cómo se titulaba el primer cuento que leyó Juan Pedro? Pues 'El cielo'. En veladas como la de ayer, no diré que celestiales pero sí entrañables, Juan Pedro Aparicio, José María Merino y Luis Mateo Díez, conectan no sólo con la tradición regional de ciertos encuentros, sino con la más antigua e internacional de un ilustre género literario, el cuento breve. El público disfruta y recupera la risa y la sonrisa escuchando buenas historias de todo tipo: picantes y candorosas, cinematográficas y tragicómicas, más cómicas que trágicas, alguna incluso metaliteraria, muchas de amor, las suficientes tal vez para que esa misma noche ocurriera, por cierto, un fenómeno algo extraño. O al menos esa fue la impresión que algunos tuvimos al salir y mirar hacia arriba. Como que había una estrellita de más.

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