V. A:
Lunes, 30 de diciembre 2013, 17:56
Es la fuerza de la solidaridad. Precaria, limitada, sujeta a vaivenes y zarandeos; pero, al tiempo, inesperadamente firme, como esos juncos que se agitan con el viento pero que raramente se rompen. Sostenida por una creciente conciencia cívica que lleva a muchos a querer ayudar a los muchos más que hoy lo necesitan. Alimentada por la gratitud de los que encuentran una mano amiga en medio de la desolación. La fuerza de la solidaridad.
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El proyecto Entrevecinos es una buena prueba. Un año después de perder la modesta subvención de 12.000 euros que pagaba un contrato de 5 horas para la única persona con sueldo, la iniciativa de la Federación de Asociaciones de Vecinos se mantiene en pie. Con dificultades, con menos fuerza, no del modo como querrían quienes impulsan el proyecto. Pero viva al fin.
Sigue viva, porque sigue siendo necesaria. Porque cada vez hay más personas a las que atender. Porque todos los recursos, públicos y privados, incluso si a veces parecen repetirse, son insuficientes para atender unas necesidades crecientes y variadas. Porque a veces esos «nuevos pobres» que está dejando en la cuneta esta crisis se resisten a acudir a los servicios asistenciales tradicionales. Porque la realidad es compleja, diversa, impredecible. Viva.
Irene Cordovilla es el alma de Entrevecinos. Es trabajadora social. En la Universidad no le prepararon para trabajar gratis. Pero eran otros tiempos. Hoy Irene desempeña tareas parecidas a las que acometió durante el año y medio que estuvo contratada, pero sin remuneración. Su sueldo de entonces no era ningún exceso, 800 euros brutos al mes, 740 netos. Pero desde abril es una voluntaria más, aunque su mayor experiencia y conocimiento la llevan a asumir más cargas.
«No podía dejar colgados a los usuarios del programa. ¿Cómo vas a mandar a estas familias a sus casas? Acabas teniendo un vínculo emocional con ellos. Te cuentan su situación personal y laboral, se desahogan contigo, porque a veces no tienen con quien hacerlo, porque las dificultades económicas han tensado su relación de pareja. No puedes desconectar sin más», explica.
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«No es una cuestión de pena. Es sólo humanidad. Porque me puede pasar a mí. Yo podría estar en su situación. Como no nos ayudemos un poco entre nosotros... como tengamos que esperar a que otros nos arreglen el mundo, lo llevamos claro».
Idéntica filosofía es compartida por el grupo de voluntarias (son fundamentalmente mujeres) que sostienen el programa. «Se están produciendo situaciones terribles y la administración no está dando una respuesta suficiente», opina Luz. «Mientras tanto nos tenemos que ayudar entre nosotros». Pepa, otra voluntaria, añade además una idea de compromiso cívico: «Hay que ser sensibles a lo que está pasando; tener conciencia ciudadana. Y en momentos críticos como éste debemos estar ahí». De Entrevecinos le gusta, sobre todo, que es un proyecto «vecinal, cercano a la gente, al margen de partidos y creencias». Tras perder su modesta nómina en el programa, Irene Cordovilla experimentó una situación similar a la de tantas familias que demandan ayuda. «Yo lo he vivido. Con el paro no me llegaba. En mi caso tengo pareja, y vivo con ella. Pero de no ser así hubiera tenido que volver con mis padres».
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Esa nueva clase media golpeada por la crisis es la usuaria habitual de Entrevecinos. «Sobre todo son personas que trabajaban en la construcción. Muchos aún cobran prestaciones sociales, pero con menos de 600 euros no les llega», explica Irene. Y ahora se ven en la necesidad de encontrar nuevos empleos, y no saben cómo hacerlo.
La mayoría no saben manejar Internet, ni elaborar un curriculum vitae, ni abrirse una cuenta de correo electrónico. Tampoco saben buscar en las páginas que ofertan empleos, ni cómo afrontar una entrevista de trabajo. Cuestiones todas ellas que no por muy básicas dejan de resultar esenciales.
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Por no hablar de problemas de intendencia elementales. Para responder a cualquier oferta hace falta a menudo un teléfono de contacto y algunos de los que acuden a Entrevecinos no se pueden permitir ni eso. «Son necesidades que nadie había previsto que podrían surgir y que no se prestan».
A resolver esos problemas se les ayuda en Entrevecinos. Y, entre tanto, se les facilita, además, una ayuda de urgencia en forma de alimentos y otros productos de primera necesidad. Pero participar en programas de búsqueda activa de empleo es un requisito imprescindible. «No queremos dar caridad porque sí. Los alimentos son una ayuda de emergencia pero ellos tienen que responder y currárselo», explica la trabajadora social. Hasta finales del año pasado el balance del programa era más que aceptable, con un 42% de personas que habían hallado algún trabajo, aunque fuera temporal. «Para gente que lleva dos y tres años en el paro se trata de una inyección de alegría. Pero lo más impactante es ver cómo algunos de ellos regresan con bolsas de comida para donar a la tienda, para ayudar a otros».
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En junio, en las fiestas del barrio de La Victoria, Entrevecinos montó una caseta de bar para recaudar fondos. Además de Irene y los voluntarios, muchos usuarios del servicio acudieron a colaborar. «¡Cómo no os voy a ayudar yo con lo que nos habéis ayudado a nosotros!, me decían algunos», recuerda Irene.
«El Ayuntamiento nos ha cerrado todas las puertas porque nos dice que se duplican servicios. Pero nosotros lo que vemos es que todos están saturados. De hecho, los CEAS nos derivan familias», añade la responsable de Entrevecinos. «Hay mucha necesidad. Si nos coordinamos, y ayudamos entre todos, podemos llegar a mucha gente necesitada».
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