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VICTORIA M. NIÑO
Martes, 12 de noviembre 2013, 15:55
«Cuando no tengo nada que hacer, hago palomas», decía Ana Jiménez, la escultora que moría en la noche del domingo a los 87 años, dejando tras de sí varios palomares llenos, además de una extensa obra que va desde las esculturas urbanas hasta la filigrana de la joya. Profesora durante casi cuatro décadas de la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, los jóvenes desfilaban por su taller a pesar de que la docente llevaba 20 años jubilada. Ana Jiménez animaba a todos a «aprovechar el privilegio de hacer lo que nos gusta» y tenía plena confianza en la creatividad, «quien tiene algo que decir, lo acaba diciendo».
Después de superar una operación la semana pasada, el bravo corazón de Ana Jiménez (La Coruña, 1926) no pudo con un trombo en la madrugada del lunes. Por primera vez, los 87 años se hacían patentes porque la vitalidad de esta artista, su indagar continuo en la materia, su vivir ajeno al peso del tiempo, habían escamoteado las señales de su caducidad.
Ana Jiménez fue niña en La Coruña y luego en Valladolid. Se formó en la Escuela de la que fue profesora con José Luis Medina y Antonio Vaquero, aprendió de los escultores de la posguerra que no se fueron. Precisamente la casa de Cervantes recuerda en una exposición a Vaquero, amigo de Baltasar Lobo también. En ese mundo amanece Ana Jiménez a un arte no especialmente asequible para las manos femeninas. «No reparó en las limitaciones físicas para el ejercicio de la escultura, para ella la creatividad no tiene fronteras», dice Julia Ara, catedrática de arte de la UVA y autora del catálogo de una antológica organizada por la Junta en 1993.
Las primeras esculturas de Jiménez son deudoras de ese intento renovador de Vaquero y Lobo, aunque pronto encuentra sus materiales y su modo de decir. Ana fue profesora de modelado, la técnica que permite a los escultores esbozar en tres dimensiones, en un material de tránsito, lo que luego trabajarán en materiales nobles. De esa «dimensión transitiva de su arte», de lo que enseñaba a los demás, también aprendió. El dibujo y el modelado en arcilla cobran en su obra una gran importancia. De naturaleza optimista, la escultora canta a la vida en buena parte de su producción, desde la infancia y la familia. Ya en la Escuela, su trabajo fue premiado, primero con el 'Martí y Monsó' a las obras hechas durante su carrera, en 1957 la Medalla Nacional de Escultura de la Exposición de Bellas Artes de Madrid (por 'Niña'), en 1963 el Primer Premio de Pintura del Ministerio de Información y un año después el Nacional de Escultura de Valladolid por 'Maternidad'.
Su figuración se va tornando simbólica y elige el cuerpo de la mujer como soporte de sus ideas. Durante toda su carrera alternó encargos institucionales y privados con su creación libre. Personajes históricos como Jorge Manrique, Santa Teresa o Mariana Pineda, también provocaron su cincel. Destacó en el retrato, con bustos de familiares y amigos, atendiendo a los rasgos fisiológicos en contraste con los vuelos abstractos y sintéticos del resto de sus esculturas.
Un encargo académico le lleva en los ochenta a probar con nuevos materiales y ese vía fue ensanchándose desde los ochenta, pareja a sus bronces. «Me ha gustado la piedra, aunque el bronce es más cómodo y supone el trabajo grato de modelar, mientras que el ingrato se hace en la fundición. Ahora también utilizo madera, plásticos, incluso materiales desechables», decía tras ser la primera mujer en recibir el Premio Castilla y León de las Artes. La escultora que nunca mostraba una arista a quien entraba en su casa, se preocupaba de la industria de la que dependía su arte. «Es un chico majísimo el que me funde, pero ha caído mucho el trabajo porque las iglesias no tienen dinero y no encargan campanas», decía hace poco sobre su fundidor.
Generosamente participó en los proyectos filantrópicos de sus amigos, como la Fundación Segundo y Santiago Montes, y en 1998 creo la Fundación Ana Jiménez, para ayudar a los artistas jóvenes. Durante varias navidades organizaron un mercado de arte. ¿Cómo resistirse a uno de sus 'uralitos' o sus meninas por un módico precio? Luego no pudieron atenderla. Sus niños siguen jugando con el mundo en la Plaza España y sus pájaros sobrevuelan su jardín de la Overuela.
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