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V. M. V.
Lunes, 2 de septiembre 2013, 19:05
Sale al escenario con los pies y la sonrisa al desnudo, como si no hubiera que esconder ni el meñique ni el colmillo, ni el hambre por pisar mundo ni las ganas de pegarle un mordisco a la vida. A dos carrillos. Por si la fiesta se acaba mañana y no nos da tiempo a repetir de postre. Así sale al escenario la cantante de Chambao, con esa sonrisa fugaz que parece eterna, con ese nombre como de amiga de tu madre (Lamari), y esa naturalidad desmelenada con la que se planta en la Plaza Mayor, tal que si se colara en tu casa a diario para echarse un cinquillo con las amigas y apostarse el mañana en cada partida. Aunque tenga las manos llenas de reyes y ases. Condenada a perder de antemano, pero convencida de disfrutar hasta en la derrota. Así sale al escenario Lamari. Así lo canta Chambao.
Escucha su cháchara chisposa: «Pasa la vida, pasa que vuela, corre que corre y no espera. Pasa deprisa, pasa que vuela, corre que corre, sin darnos cuenta». Regala el mensaje en la undécima canción de la noche, en esa Plaza Mayor llena de lereles, de toldos blancos anochecer gaditano y de sonidos algodonosos, esponjosos como catálogos de Bayón, como peluches de la feria, como cruasanes de Maro Valles. Y Lamari descalza, con la música tatuada en su brazo derecho, el 'carpe diem' entre los labios y el futuro amarradito en la goma de ese pantalón verde, anchorro, como de mercadillo y sin bolsillos. Porque no hay que llorar por el último mojito en la playa ni por el hielo deshecho al pie del chiringuito. No hay que lamentarse por la ola tardía ni por el baño perdido en la piscina del pueblo. No hay que desesperar porque el último minuto de esta noche sea el primero de la madrugada.
Quizá sea mejor celebrar el grano de arena olvidado en la maleta, festejar el retorno de los corticoles dentro de un anuncio de cerveza, bailar la penúltima en la verbena, gritar cada gol como si fuera el de la final de un Mundial. Quizá haya que sonreír siempre, cuando se desentierra la cazadora y cuando se desenrolla la manga larga. Tararear la canción del verano junto al radiador. Comerse un polo en el polo. Un cocido en el infierno. Unas bravas sin vaso al lado. Saltar en la cama por el primer día de clase y por la última tarde libre. Vivir como si mañana no hubiera desayuno ni esta noche barra libre. Porque antes de que nos demos cuenta estarán de abrigos llenos los escaparates de Mantería, de buñuelos los de Cubero, de figuritas de belén los de La Cocina Moderna. Le canta Lamari a la vida con el cáncer en el retrovisor y el público relajado, sonriente, animado a sus pies descalzos.
La noche ha comenzado tímida, con calvas entre el público. Desde el palco se ve más cemento que en el fondo marino de Gibraltar. Pero poquito a poco (entendiendoooo) la cosa se anima. Chambao ha venido a celebrar su décimo aniversario y hay ambientillo guapo cuando Lamari se arranca con los exitazos más potentes, ese 'Y ahí estás tú' (tú a bailar, tú a bailar) que sonaba en los anuncios de Andalucía que echaban al terminar el telediario. Y ella lo canta a su bola, los ojillos chispeantes, pegando saltitos como un niño en los hinchables de Las Moreras, dándole quejíos a las estrofas, festejando la vida en cada estribillo, haciendo de este momento lo mejor que nos puede pasar nunca. Porque ayer aprendimos que la muerte es como Gareth Bale: amenaza durante demasiado tiempo... y al final siempre llega. Así que lo mejor es que nos pille sonreídos, bailados, y sin haberle negado un postre doble al banquete.
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