El Marruecos de Henar Sastre

Cuando la mayoría de los mortales sacan la cámara, en vacaciones, los profesionales la relajan, la llevan de otra manera. Por eso Henar Sastre, acostumbrada por oficio a mirar y disparar de frente, la desenvaina con pudor en un país como Marruecos. Recoger sin violentar lo que el camino la pone delante es el espíritu de las imágenes de 'Olorama', una exposición inaugurada ayer en la galería de La Maleta con reminiscencias aromáticas de canela, comino, menta, eso que no sale, aún, en las fotografías.

La fotógrafa de El Norte invita desde la entrada al Atlántico norte marroquí. El niño, que durante el día propone a los turistas paseos por la playa a lomos de su famélico caballo negro, se baña al caer la tarde en ese mar para goce de otros que ya es el suyo, lanzándose desde su amigo equino. «Asilah es una ciudad muy pictórica, está llena de murales», explica Henar. Y de ello dan cuenta sus fotos, en las que varias mujeres buscan la sombra de un parasol pintado en los tonos del Klee tunecino. Otras mujeres se bañan vestidas al atardecer, entre hombres semidesnudos y niñas que al próximo verano tendrán que despedir al biquini que lucen ahora despreocupadas. Las medinas de Fez, Tetuán y Tánger son ajetreadas y bulliciosas, espectaculares en los colores de sus cítricos, sus melones, sus brevas, según las fotografías colgadas. Las maniquíes de ojos azules y piel blanca visten túnicas y chilabas, gerberas y alegrías de tela aguantan sin arrugarse el sol, el artificio frente a la sobriedad de la anciana que camina bajo el sayal. Casas azul añil preceden a la llegada del palacete en Fez, de geométrica paz como los azulejos toledanos que inspiraron a Escher. En Tánger el 'Gran Teatro Cervantes. 1913' espera su salvación. Y jugando por allí, un gato. La fotógrafa dice que identifican en el olor su gusto por los mininos.