La Casa Grande, hoy transformada en universidad, en el siglo XIX. / EL NORTE
DE CALLE EN CALLE: ALFÉREZ PROVISIONAL

El sonoro recuerdo del Clamores

La presencia del río, hoy soterrado, marca el pasado de uno de los ejes comerciales más característicos

CARLOS ÁLVARO

Lunes, 29 de abril 2013, 14:32

Procedente de Valdevilla, el Clamores cruzaba las verdes praderas de la Dehesa y descendía hacia la plaza del Quinto (hoy plaza del Alto de los Leones de Castilla). Después corría paralelo a la antigua calle Cantarranas, que comprendía las actuales Cantarranas y Alférez Provisional, entre las plazas de Carrasco y Santa Eulalia. Precisamente, el nombre de Cantarranas tiene su origen en el río. Varios autores lo atribuyen al croar de las numerosas ranas que había en las márgenes del arroyuelo, es de suponer que con anterioridad a la contaminación que sufrió con el tiempo: «Discurre el río entre el Barrihuelo [Sargento Provisional] y las traseras de la calle Cantarranas, con su histórico molino de papel; las orillas sombreadas de árboles de ribera, sahumadas de oloroso poleo, abundantes de junqueras, (...) animadas de juguetonas ranas cantoras que brincan a la orilla del agua, alborotando la menuda población de gobios y bermejuelas», recrea Manuel González Herrero en su libro 'Vida y muerte del río Clamor' (1997). También revela Mariano Sáez y Romero que un pasadizo sin categoría de puente, poco más alto que el suelo y llamado de Cantarranas, permitía llegar a la plazuela del Caño Grande, donde existía una fuente con amplio pilón y caño de surtidor.

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Entrado el siglo XX, tal y como consta en el Archivo Municipal, el paisaje de ranas cantoras ya no era tan idílico; al contrario, el soterramiento del cauce se hacía cada vez más necesario «por las muchas inmundicias que a él se arrojan, las cuales producen fuertes olores que perjudican la salud de este vecindario». Río abajo, frente a la iglesia de Santa Eulalia, estaba el puente de Ramiro, que salvaba la calle de San Antón. El arroyo corría ruidoso detrás de la casa de los Buitrago (todavía en pie) y se internaba en las huertas del antiguo convento de San Francisco Academia de Artillería desde 1862 antes de llegar al arrabal de San Millán.

La presencia del río Clamores marcó el desarrollo de esta zona de Santa Eulalia. En la plaza del Quinto se alzaba la Casa Grande, demolida en 2006 para dejar paso al inmueble que actualmente acoge las dependencias del campus María Zambrano. Aunque la Casa Grande albergó industrias pañeras con anterioridad, la más próspera fue la de don Laureano Ortiz de Paz, fundada en 1779, que recogió la buena fama que los paños de Segovia atesoraban y vivió años de esplendor durante el último tercio del siglo XVIII, de modo que los dueños fueron ampliando poco a poco las instalaciones y el negocio «llegó a ser de mucha consideración», según reseña Pascual Madoz en su diccionario geográfico de 1849. Un incendio ocurrido en 1817 fue el principio del fin del establecimiento, que ya había entrado en franco declive con motivo de la Guerra de la Independencia: el edificio de esta fábrica, situado en el arrabal de Santa Eulalia, «es suntuoso y capaz para todas las maniobras», señala Madoz. «Su fabricación ascendía de 700 a 800 piezas anuales; pero también fue incendiado en 1817, y a pesar de haberse cortado el fuego, se perdió un gran capital, gastando otro en la reedificación, declarándose en decadencia desde entonces». Posteriormente, se intentó resucitar la vieja factoría, pero ya nunca fue lo mismo.

En el año 1878, la Casa Grande fue destinada a usos militares, pues en ella se asentó el Regimiento de Artillería. Las modificaciones que se introdujeron posteriormente en el inmueble apenas respetaron los elementos anteriores. Existe una fotografía del siglo XIX en la que el edificio es perfectamente reconocible, sobre todo el módulo denominado el 'Lagarto'. La fábrica de paños se benefició de la proximidad del arroyo Clamores, que descendía caudaloso desde el puente de Valdevilla. Un pequeño caz desviaba agua del cauce y lo introducía en la industria de don Laureano Ortiz de Paz facilitando así el funcionamiento de una compleja y vasta maquinaria de hilar, cardar, tundir, perchar y batanar.

La romería de San Antón

Santa Eulalia era un barrio de casitas de humilde construcción, de una o dos plantas, y con corral. Algún vestigio de esta arquitectura queda en las calles de la Plata o José Zorrilla. En la antigua calle Cantarranas, los edificios modernos, todos construidos en la segunda mitad del siglo XX, han erradicado el recuerdo de tiempos pretéritos, cuando la romería de San Antón alegraba la vida de los vecinos, cada 17 de enero, con sus puestos de avellanas y confitura, su pequeña feria de ganado y sus concurridos bailes de rueda.

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La celebración de San Antonio Abad, o San Antón, era una fiesta muy arraigada en la vieja Segovia. La gente se agolpaba en la calle de San Antón, en la plaza de Santa Eulalia y en la calle del Mercado (José Zorrilla), a lo largo de la cual desfilaban los carruajes engalanados y las bestias, que lucían lazos y mantas jerezanas. El público aplaudía a rabiar al paso de la concurrida caravana. «Los alrededores de la iglesia hervían con una inquieta y rumorosa muchedumbre que daba al cuadro el más sugestivo aspecto», escribió el periodista Vicente Fernández Berzal (1852-1928).

La calle de San Antón, perpendicular a Alférez Provisional, mantiene el nombre que debe a la desaparecida capilla de San Antón. Pero no corrieron la misma suerte la plaza del Quinto y la calle Cantarranas. Tras la guerra civil, la primera pasó a ser la plaza del Alto de los Leones de Castilla, y Cantarranas conservó su cartela popular solo en el tramo comprendido entre la plaza de Carrasco y la de los Leones, porque el resto, el lugar donde en el pasado croaban los batracios, recibió el nombre de Alférez Provisional. Fue el tributo que el régimen franquista quiso rendir a los alféreces provisionales, universitarios alistados como oficiales en el ejército nacional y que después de la contienda retomaron su profesión.

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