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DE CALLE EN CALLE

El sabor de la vieja Segovia

San Francisco es una de las calles con más carácter y tipismo de la ciudad

CARLOS ÁLVARO

Lunes, 18 de marzo 2013, 13:22

La calle de San Francisco siempre ha sido una de las arterias con más solera. Histórica y legendaria, fue la primera calle de Segovia que pisó Santa Teresa de Jesús, que paró en el Mesón del Aceite nada más llegar a la ciudad, allá por el lejano año de 1574. A este lugar fueron a buscarla doña Ana de Jimena y su hija María de Barros para después trasladarla a la casa que la santa de Ávila había alquilado en la Almuzara.

Mediado el siglo XIX, el Mesón del Aceite estaba situado en el número 38 de la calle de San Francisco, casi enfrente del convento del mismo nombre. Era una de aquellas posadas anteriores a la entrada en servicio del ferrocarril (1884 y 1888) que daban alojamiento a arrieros, pañeros y fabricantes de todo tipo de artículos. La calle de San Francisco, lugar natural de acceso a la plaza del Azoguejo y al recinto amurallado, tenía varios paradores. El del Aceite era célebre porque recibía las reatas de aceite que los arrieros manchegos y andaluces transportaban a Segovia, pero no menos conocidas fueron las posadas del Gallo y Vizcaínos, esta de larga vida.

San Francisco parte de la plaza del Azoguejo y llega hasta la calle de la Muerte y la Vida. Debe su nombre al antiguo convento de San Francisco, sede de la Academia de Artillería desde 1862. Lo fundaron los Padres Franciscanos en el siglo XIII y conoció años de importancia y relieve. Otro edificio que da cuenta del esplendor de la calle en el pasado es la Casa del Sello de Paños, recientemente restaurada, inmueble donde se troquelaban o sellaban los paños fabricados en la ciudad antes de su exportación o venta. La historia de la Casa del Sello merece un capítulo aparte. Recuperada por la Cámara de Comercio, es testimonio de la importancia que la industria pañera tuvo en Segovia durante siglos, especialmente en la etapa del Imperio. De hecho, fue uno de los principales motores económicos de la provincia.

Desde mediados del XIX funcionó enfrente de la Casa del Sello un balneario urbano en toda regla. Era la Casa de Baños que el doctor Antonino Sancho el conocido doctor Sancho fundó en 1859, bien montada en higiene y comodidad, en palabras de Mariano Sáez y Romero. El balneario, después regentado por el médico Segundo Gila, ocupaba, a comienzos del siglo XX, el número 23 de la calle de San Francisco. Abierto entre el 15 de junio y el 15 de octubre, los clientes podían tomar «baños de recreo, duchas, amasamiento, agua de mar artificial, algas marinas, baños sulfurosos alcalino, salino y de todas clases». Los anuncios del Balneario Segoviano así se llamaba prometían resultados «inmejorables» contra el reumatismo, la sífilis, la neurastenia, el histerismo y las enfermedades de la matriz «y de sus anejos».

En su libro 'Las calles de Segovia', de 1918, Sáez y Romero describe el aspecto que la calle de San Francisco tenía a comienzos del siglo XX: «Es de mucho tránsito a pie y de carruajes de todas clases, por ser camino a la estación y barrios de Santa Eulalia y del Mercado, y sus casas tienen todas las tiendas, no de artículos de lujo, pero sí de los necesarios a las mayores necesidades de la vida». Situada entre carnicerías y otros comercios estaba la ya citada posada o parador de Vizcaínos, en el número 16 de la calle, muy cerca del Azoguejo. Por su aspecto y tipisimo, bien pudo ser la venta donde veló armas Don Quijote, aunque el Acueducto quedaba a muy poquitos metros. Tenía un ancho patio empedrado, un pozo con un brocal antiquísimo al fondo y una pila que servía de lavadero. Por unas escalerillas se accedía a los corredores de arriba, donde estaban los comedores, la cocina y las alcobas. Todos los días llegaban caballerías procedentes de todos los pueblos y lugares, especialmente los miércoles y los sábados, porque los mercados se celebraban los jueves y los domingos. Carlos Martín Crespo (1888-1965) dejó en su libro 'Crónicas del Segovia viejo' fiel testimonio de los clientes que poblaban las ventas segovianas, de «los fabricantes de paños y mantas de Riaza, Santa María de Nieva, Bernardos y Migueláñez; los pimenteros y queseros de La Mancha; los fruteros de Cebreros y tierras de Ávila; los trilleros de Cantalejo; los cereros de Fuentepelayo; los acarreadores de vino con sus reatas de machos y sus enormes galeras...» La calle de San Francisco era un pulmón; el pulmón comercial de Segovia.

Rincón zuloaguesco

Esta atmósfera vivísima y de tintes tan castellanos atrapó al pintor Ignacio Zuloaga, ávido visitante de figones y casas de comidas en las que labriegos y hortelanos almorzaban a mediodía la hogaza de pan y el trozo de tocino que llevaban en las alforjas. Según Mariano Gómez de Caso, estudioso de la obra del pintor vasco, de aquellos bancos corridos de las tabernas y mesones del Azoguejo y las Cuatro Calles sacó sus famosos tipos Zuloaga, que en 1928 tomó el patio interior de la posada de Vizcaínos como modelo para los decorados de la obra de Manuel de Falla 'El retablo de maese Pedro', basada en el episodio de 'El Quijote' que narra el encuentro del hidalgo manchego con el titiritero del mono encantado. Vizcaínos cerró sus puertas, de manera definitiva, en 1975.

La calle de San Francisco también fue célebre por sus bares, cafés y salas de recreo. El café Moderno, instalado en la planta baja de la Casa del Sello, o el baile Barceló son claros ejemplos. Pero de aquellos establecimientos ya no queda nada. Afortunadamente, sí se conserva la arquitectura tradicional de la calle, las casas típicas, e incluso el edificio, recientemente restaurado, de la posada de Vizcaínos, y por supuesto, la tienda de comestibles de Candamo, fundada en 1850, quizá el comercio tradicional más antiguo que pervive en la ciudad.

El tiempo ha pasado implacable, pero la calle de San Francisco continúa bombeando vida desde el corazón de Segovia. Nunca sabremos si el gran Miguel de Cervantes se alojó en alguna posada de la calle de San Francisco cuando visitó Segovia y su Azoguejo, aquel Azoguejo de granujas y rufianes, de bravos y aventureros, pero la duda permanecerá prendida en las brumas de la memoria.

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