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Panteón de los Ilustres / H. Sastre
Ilustres por decisión municipal
Cultura

Ilustres por decisión municipal

Seis de las 16 tumbas del Panteón de las personas destacadas de Valladolid están vacías

VICTORIA M. NIÑO

Lunes, 11 de febrero 2013, 22:49

Al final todo es silencio, tan solo roto por algún pájaro que juega entre los cipreses y el móvil de un operario que cuida los paseos del cementerio. La misma banda sonora para ciudadanos destacados y anónimos, en Valladolid, Ginebra o Málaga. Sin embargo, es costumbre, si hay ocasión, expresar la preferencia de cómo y dónde ser enterrados o aventados. Un compositor como Luis de los Cobos, vallisoletano que pasó medio siglo en Suiza, quiso reposar en su ciudad, en la tumba que tuvo que conocer pronto, a sus diez años cuando al comienzo de la Guerra Civil su padre fue fusilado. Dos años después moría de pena su madre. Este hombre que escribió música toda su vida, mientras era traductor de la ONU_por media Europa, pidió a su amigo Luis Alarcos unos meses antes de su muerte, acaecida el 16 de noviembre de 2012, que arreglara la lápida familiar. Así lo hizo. La familia estuvo acompañada en el entierro por la exconcejala Angelines Porres, el alcalde y el director de José Luis Temes, entre otros allegados. De los Cobos, que recibió en vida varios reconocimientos de su ciudad, no fue considerado para ser el primer músico que ocupara el Panteón de los Ilustres del Cementerio del Carmen. A pesar de alguna sugerencia, León de la Riva no llevó el asunto a la Corporación.

Es facultad del equipo de gobierno municipal otorgar este honor póstumo. Diez vallisoletanos ocupan en la actualidad este monumento inaugurado con la tumba de Zorrilla en 1902, con capacidad para 16. En los años que ha ocupado la alcaldía León de la Riva solo ha recibido sepultura en el panteón octogonal Miguel Delibes, el único que yace acompañado de un familiar, su esposa.

Movilización por Escudero

Más actividad se registró en la etapa socialista. Con Rodríguez Bolaños en la alcaldía fueron tres las lápidas escritas. En la segunda mitad de noviembre de 1980 se conocía la noticia de la agonía de Vicente Escudero, que vivía en Barcelona con la familia de una antigua discípula. El bailarín había expresado su deseo de ser enterrado en la tierra de la que bebió la sobriedad y hombría que trasladó al baile, tamizado luego por el cubismo parisino. Este diario encabezó una campaña a la que se sumaron la Asociación de la Prensa y de la Radio y Televisión junto al Ayuntamiento para pedir que el tratadista de flamenco reposara en el Panteón de los Ilustres de Valladolid. En su primera página del 26 de noviembre El Norte publicaba: «Este diario está dispuesto a asumir cuanto sea preciso en el traslado a Valladolid de Vicente Escudero». En la misma noticia reconocía que el Ayuntamiento ya estaba al tanto para «prever cuanto sea preciso».

El día 4 de diciembre moría el coreógrafo y al día siguiente sobre las tres de la tarde llegaba el cadáver. Gregorio Peces Barba. Miguel Delibes, Mariemma o Manolo de Vega acompañaron la comitiva al cementerio del Carmen.

Los restos de Pío del Río Hortega fueron trasladados en 1986. El investigador, que murió en 1945 del cáncer que él mismo se diagnosticó, se había exiliado en 1936. El 13 de octubre llegaban a Madrid, donde le esperaban dos ministros y Severo Ochoa. Fernando Tejerina, entonces rector de la_UVA, celebró en nombre de la comunidad científica esta vuelta, así como lo hizo el pueblo del científico propuesto para el Nobel que acabó galardonando a Ramón y Cajal, Portillo. Años después de este entierro, en 1989 se aprobaba la ampliación del panteón (en principio solo tenía la corona interior) con otros ocho nichos.

La única mujer del panteón, en cuya lápida suele haber una flor, Rosa Chacel, murió en Madrid en 1994. También ella fue traslada a hombros por Bolaños y el actual alcalde, León de la Riva. La autora de Memorias de Leticia Valle descansa lejos de su esposo, el pintor Timoteo Pérez Rubio, que murió en Río de Janeiro, donde pasaron parte de su exilio.

Ampliación en los noventa

Antes de los citados, el entierro de Narciso Alonso Cortés en 1972 fue uno de los que más conciudadanos congregó en torno al Panteón. El resto de los ocupantes son vallisoletanos decimonónicos entre los que hay que destacar el primer morador, el poeta que ha dejado su impronta en una de las vías más importantes de la ciudad, una plaza, el estadio y un instituto, José Zorrilla. Quién le iba a decir a este bohemio que diera tantos quebraderos de cabeza que su errática existencia sería sancionada con una obra universal que se repite anualmente en su ciudad. Curiosamente fue la temeridad de declamar unos versos en el entierro de Larra lo que le granjeó a este mozo de 20 años la amistad de Espronceda y Hartzenbusch permitiéndole comenzar a estrenar teatro y publicar poesía.

El Panteón vallisoletano comenzó a gestarse en 1896 cuando se decide que en la glorieta principal del cementerio se reservaría un lugar para los restos de los «varones ilustres». Se consignó una partida de 9.000 pesetas. La situación del erario municipal hace que se retrase la construcción, que finalmente se termina a finales de 1902. El 13 de diciembre se inaugura con la recepción de los restos del poeta. La escultura de Aurelio Carretero, que también fundió la estatua de Zorrilla, el duque de Lerma o el busto de Miguel Íscar, señorea sobre el paseo, es una alegórica figura de Castilla.

En la década de los treinta se levantan dos mausoleos que limitan a sendos lados del Paseo de los Ilustres, el de Onésimo Redondo, muerto en 1936, y el general Martínez Anido, ministro con Franco y muerto en 1938. En 1989 el Ayuntamiento considera la conveniencia de ampliar el Panteón para lo que se aprueba un presupuesto de 14.500.000 pesetas. Después se cambiará el nombre de Panteón de los Hombres ilustres por el de personas. Desde los noventa está gestionado por una sociedad coparticipada del Ayuntamiento (51%) y Nevasa (49%). En silencio se han ido desprendiendo algunos números y letras de las lápidas, siendo Ferrari, Zorrilla y Macías Picavea los más castigados.

Si un necroturista se acerca al lugar colegirá que esta es una ciudad destacada por sus políticos y escritores sin que el resto de las artes hayan tenido demasiada proyección. Aunque si es perseverante sabrá que el Panteón sintetiza apenas la ilustración a ojos de los políticos.

El patrimonio arquitectónico e histórico de los camposantos son explotados en ciudades como París (las tumbas de Jim Morrison convierte a Pére Lachaise en un peregrinar de fans), Praga o Berlín. Quizá animados por ello cada vez se suman más ciudades españolas a destacar a sus ilustres. Zamora acaba de trasladar a San Atilano los restos del escultor Eduardo Barrón y Burgos está en trámites para su panteón. Con ilustres o sin ellos, los cementerios son uno de los pocos refugios silenciosos donde no se puede superar los 20km/h.

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