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NACHO SÁEZ
Lunes, 24 de septiembre 2012, 01:54
El casco histórico de Segovia alberga lugares con un encanto especial. Rincones que encierran tesoros y que en muchas ocasiones pasan desapercibidos para los turistas e incluso para los propios vecinos de la ciudad. La calle Escuderos es una de las vías de respiración de la Plaza Mayor, un paso estrecho que desemboca junto a la plaza de San Esteban y que da cabida en apenas cien metros a varios negocios. Hay bares, un hostal, una carnicería, el despacho de una procuradora y también una academia de idiomas que uno podría confundir con una suerte de albergue urbano o una pequeña tienda.
Pero no, es una academia de idiomas. Y no resulta difícil quedarse prendado de ella cuando uno pasa por delante de sus puertas. Se trata de la conocida como Casa de Don Álvaro de Luna. La carta de presentación del edificio que han elaborado sus actuales dueños habla de que la casa fue realizada en tres fases distintas. Su parte más antigua, el torreón, podría ser del siglo XIII o XIV, mientras que la mayor parte del conjunto y el patio presentan características estructurales y estilísticas góticas del siglo XV.
Los enfoscados que asoman en el patio, mientras, son muy parecidos a los del Alcázar, y se conservan también en varios rincones garabatos de carbón en letra gótica y en latín. En la fachada principal se abren dos ventanas góticas que el Marqués de Lozoya atribuyó a Juan Guas, y en la otra esquina, el cuerpo de escalera dio origen a otro torreón paralelo más pequeño. La casa contiene, además, la única galería de madera de dos lados original del siglo XV en Segovia. Una de las columnas de piedra de seis metros de largo estaba completamente desplomada y apuntalada, y en 1974 se levantó la viga principal con un gato de 40 toneladas y se enderezó la columna, volviendo a ponerle la carga.
En torno a 1604 se construyó la portada con el escudo actual de la calle, la ventana del torreón, el decorado y yesería de la gran escalera, además de otros detalles. Por último, posiblemente, concluye la carta de presentación de la casa, en el siglo XVIII se debió añadir el tercer tramo de galería, apoyado en dos grandes fustes de olmo, que a su vez descansan sobre dos bases de piedra muy rústicas.
Aniversario
Todos estos elementos conforman el histórico edificio de la calle Escuderos número 11, que está, además, de aniversario. Cinco años se cumplen ahora desde que Andreina Cannata y Adrián González abrieron la academia que hoy presta servicio a alrededor de sesenta alumnos. Entonces, cuando decidieron embarcarse en esta aventura, acababa de cerrar la academia en la que trabajaban.
Tomaron la decisión de acondicionar el local, que era suyo, y trabajaron durante algún tiempo para levantar dos aulas en las que poder dar las clases. Contaron con el favor de muchos de los alumnos que tenían en la anterior academia. Les acompañaron en este romántico trayecto, que ha tenido un final feliz, según Andreina Cannata, que ha compartido este sueño con su marido y socio, Adrián González.
Una media de sesenta alumnos por curso han optado por la Academia de la Casa de Don Álvaro de Luna para recibir clases de inglés, francés, italiano, español, matemáticas o para dar clases de apoyo y preparar exámenes y recuperaciones. Andreina Cannata y Adrián González, que no descartan ampliar su oferta «hay gente que ya ha venido preguntando si damos alemán, pero necesitamos que haya una demanda más amplia», explica Andreina, se muestran felices con la aceptación que ha tenido durante estos cinco años. Ellos dos son los únicos profesores de la academia, que no sufre grandes variaciones cada año en su número de alumnos y que, además, siempre ha mantenido los mismos precios. «Esta circunstancia nos ha obligado a trabajar más», apunta Andreina.
Más trabajo
No parece que este curso vaya a ser tampoco para ellos el de tomarse un respiro. El desempleo, que aprisiona a muchos ciudadanos, y la opción de marcharse a trabajar al extranjero, que mucha gente, sobre todo jóvenes, se ha planteado seriamente, ha aumentado el volumen de trabajo de las academias que imparten idiomas.
«La gente invierte en formación ahora. En los países anglófonos te exigen un título. Nosotros ayudamos a conseguirlo», indica la responsable de esta peculiar academia. Abierta a personas de todas las edades, desde niños de 3 y 4 años a adultos, la escuela tiene un público heterogéneo al que se le ofrece, además, la oportunidad de disfrutar de un café si lo desea y que cuando llega Titirimundi tiene actuaciones del programa al alcance de su mano.
Todo ello en el corazón del casco histórico, donde no proliferan precisamente las academias. Los precios de la que dirigen Andreina Cannata y Adrián González son desde 40 euros al mes (es lo que cuesta una hora a la semana en grupo), y las clases pueden ser también individuales.
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