GONZALO ALCALDE
Viernes, 24 de agosto 2012, 14:52
Ya me lo había adelantado hace quince días un viejo sabio de esos que salen a ver caer la tarde a la entrada de su pueblo: 'Por San Bartolo, el pueblo solo'. Y tenía razón, pues mientras atravieso media Tierra de Campos, veo que de allí han migrado las golondrinas y los veraneantes. Hasta en Boadilla del Camino, el primer destino que en esta ruta de hoy les propongo, me dicen que se nota el descenso de peregrinos. Aunque otra opinión me asevera que por esta época vienen los profesionales, los que conocen el Camino y saben que es la mejor para quitarse aglomeraciones y no pasar calor.
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Podía haber entrado en Boadilla por cualquier calle, pero decidí hacerlo por la Calle de los Francos, pues sabía que sin remedio me llevaría hasta la cabecera de su iglesia parroquial, donde se localiza la Plaza del Rollo, que es donde se planta altiva su afamada picota gótica, símbolo de la villa y de sus viejas jurisdicciones, que excelentemente rehabilitada se mantiene enhiesta sobre su tribuna de cinco escalones.
Se asegura que Boadilla del Camino tuvo tres iglesias parroquiales (Santa María, Santiago y San Miguel), aunque de todas ellas solo se conserva la de Santa María, hoy dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. En origen se empezó a construir en estilo románico, aunque se termino ya en época gótica, teniéndose que hacer algunas reformas también en tiempos renacentistas.
Obligatorio para el peregrino
Si de verdad hubiese sido peregrino, en Boadilla no hubiese tenido ningún problema para encontrar alojamiento, pero como iba de paso, he seguido viaje a Itero de la Vega, mi segundo destino y también pueblo caminero, pues por allí se localiza el famoso Puente Fitero, paso obligatorio para los peregrinos que, viniendo de la provincia de Burgos, entran en contacto por aquí con la de Palencia.
Cuando llego al pueblo, todavía veo algún vestigio del Festival Solidario Tachurock, que hace una semana se ha celebrado en la villa, donde grupos de música rock alternativo recaudan fondos destinados para apoyar proyectos de desarrollo en países del Tercer Mundo.
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Por toda esta tierra corre mucha agua, pues Lantadilla mi siguiente destino se instala entre medias del río Pisuerga y el Canal de Castilla, por lo que muchos campos todavía verdean con cultivos de regadío. La historia nos dice que también fueron campos de batalla, pues en Llantada donde hoy se localiza la ermita de Lantada se celebró una cruel contienda entre las huestes de los reyes y hermanos Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León, allá por el año 1067, donde se propusieron litigar por las armas la herencia que les dejara su padre Fernando I.
Cinco siglos después, en Lantadilla se edificó la soberbia fábrica de su iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, con su imponente torre de tres cuerpos, adornada con gárgolas. Recomiendo al viajero visitarla por dentro, pues guarda en su interior excelentes obras de arte, como los tres buenos retablos de la cabecera y una talla de Santa Águeda del becerrileño Alejo de Vahía.
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Y como unos párrafos más arriba he mencionado al Canal de Castilla, bueno es que nos acerquemos a visitarlo, y para ello tendremos que aproximarnos a Requena de Campos, pues además por allí cambia de vertiente y de cuenca, abandonando la del Pisuerga para deslizarse hacia la del Carrión.
Son estos los paisajes más abiertos que uno pueda ver por esta parte de la Tierra de Campos palentina. Tierra infinita de cielos sin límite, a los que seguramente hubiese cantado el poeta Miguel Hernández, que en este pueblo tiene dedicado un Centro Cultural y del que hago míos aquellos sus versos: «Soy un triste instrumento del camino. / Soy una lengua dulcemente infame».
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Al acceder al pueblo, un buen crucero de piedra saldrá a recibirnos, que nos hará tener presente que andamos en los entornos del Camino de Santiago. No lejos de allí, vislumbraremos la iglesia parroquial de San Miguel, en cuya torre se conservan dos escudos esquineros del obispo Rojas, a cuyas expensas seguramente se edificó el templo.
Y desde Requena, seguiremos viaje hasta el final de nuestro recorrido, la pequeña población de Marcilla de Campos, donde una toja en los arrabales del pueblo rompe con el monótono paisaje, aunque ahora, en la época en la que estamos, su espacio acuático esté ocupado por juncos y espadañas que también le aportan un cierto encanto.
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El punto más alto de Marcilla es el pequeño teso que aloja a su barrio de bodegas, pero para hacerle competencia también está la torre de su iglesia parroquial de la Asunción de María, que es de tres naves, estando cubierta con bóvedas de aristas decoradas con yeserías barrocas.
Campean por los alrededores de Marcilla de Campos varios palomares, algunos de los cuales salen a saludar a los viajeros que transitan por la Autovía de Cantabria a la Meseta (A-67), aunque el municipio siga sin tener acceso directo a ella, por lo que para salir y entrar en la villa tendremos que hacerlo desde la relativamente cercana villa caminera de Frómista.
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