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J. VICENTE
Jueves, 9 de agosto 2012, 15:41
Se trata de jóvenes de entre 22 y 35 años, altamente cualificados y sin demasiadas responsabilidades familiares. Sin expectativas de trabajo en Valladolid, y cansados de esperar su oportunidad en medio de una nube negra que no parece terminar, vuelven la vista a otras ciudades, como Madrid, o directamente al extranjero.
Muchos se preparan el camino laboral a través de Internet, para evitar chocarse nada más aterrizar. Otros viajan sin ninguna garantía y se fían de sus capacidades. Pero todos vuelan sin billete de vuelta. Con su portátil y con la mudanza en una maleta, se marchan en silencio, sin que su historia ocupe ninguna portada.
Sin embargo, el goteo está empezando a colmar el vaso, y al final los datos hablan. Así, el padrón correspondiente al 1 de Julio de este año ha destapado el drama de una auténtica hemorragia que parece no tener fin, la de los 21.000 jóvenes que han abandonado la capital castellano leonesa desde el comienzo de la crisis.
Cierto es que muchos de los que engordan este dato, sencillamente se han desplazado a pueblos del alfoz. Pero también lo es que muchos otros tantos responden a migraciones internas hacia otras comunidades y a países del extranjero. De esta forma, 3.755 residentes de la provincia de Valladolid se marcharon a otros puntos de España durante los primeros seis meses de este año, según las estimaciones del INE (Instituto Nacional de Estadística), mientras que fueron 1.035 quienes se mudaron al extranjero en el mismo periodo. Algunos de estos jóvenes han tenido la suerte de encontrar trabajo en su campo, mientras que otros se mantienen gracias a trabajos temporales para mejorar su idioma a la espera de abrirse camino en lo suyo. En todas sus historias hay un fuerte componente humano, son testimonios del fenómeno denominado 'fuga de cerebros' que castiga aún más la ya de por si envejecida comunidad de Castilla y León.
Para Samuel Fraile y Álvaro Martín los datos no revelan nada nuevo. Después de casi dos años residiendo en Londres, han ido haciendo de la 'City' su hogar, hasta el punto de que en su casa se reúnen a diario hasta siete vallisoletanos. «Vamos a hacer de la zona de Leytonstone la nueva Laguna de Duero», bromean, ya que hasta seis de los jóvenes junto con David San Segundo, Ignacio Maté, Enrique Infante y Adrián Lobato provienen de esta localidad. Todos ellos han visto en Gran Bretaña una posibilidad para perfeccionar el inglés, hasta que la situación mejora en España.
Samuel Fraile, ingeniero técnico industrial de 29 años, comenta que «solo somos una parte de todos los españoles que viven allí», ya que la ciudad se ha convertido en refugio de miles de compatriotas, lo cual ha alarmado recientemente al gobierno británico. El ingeniero cuenta que no dudó en marcharse al terminar sus estudios para «marcar diferencias en su currículum con el idioma» y que actualmente no conoce a ningún compañero que trabaje de ingeniero en Valladolid. «Gran Bretaña es una pequeña isla que funciona aparte», afirma Samuel Fraile, que comenzó fregando platos en un restaurante y con el paso del tiempo ha sido ascendido a chef de cocina. «No puedo trabajar como ingeniero aquí porque no tengo experiencia, pero, con mi nivel de inglés, podría, y me llegan correos cada dos días ofreciéndome trabajo», explica el lagunero. «Por eso vienen tantos, porque aquí en dos días estás trabajando», asegura, al tiempo que afirma que la acogida de los españoles es buena y que no tiene pensado, por el momento, volver a España.
Similar opinión guarda Álvaro Martín, de 29 años, quien, tras estudiar turismo, no dudó en abrirse puertas en la ciudad de Londres y actualmente trabaja como responsable de catering en un hotel. «Cuando vinimos la cosa no estaba tan mal, pero tal y como están ahora no podemos volver», protesta Álvaro Martín, que afirma tener posibilidades de prosperar allí, puesto que las condiciones de trabajo en su sector son más cómodas y sustanciosas en Inglaterra. «Aquí cobro 20.000 libras al año (24.000 euros). Eso no lo gano en Valladolid en ningún sitio», afirma el hostelero, que es pesimista con las ofertas de trabajo en turismo en España. Respecto a su preparación, Álvaro Martín sentencia que «su inglés se lo ha currado él» y que la titulación a veces no sirve de mucho. También critica que los españoles somos, en general, vagos a la hora de aprender una cultura y señala que «nuestro país era bandera del estado de bienestar y las cifras de paro son una tragedia».
En el caso de Miguel Nieto, vallisoletano de 23 años afincado en Copenhague, la beca Erasmus le sirvió de puente entre sus estudios en Valladolid y la vida laboral en Dinamarca. Licenciado en economía, un contrato de prácticas le ha ligado durante dos años a la gestoría de análisis económico donde trabaja actualmente y donde nunca ha encontrado trabas por su nivel de estudios. A pesar del alto coste de la vida en Copenhague, Miguel Nieto define la ciudad como cómoda y ordenada, con gentes afables y acogedoras. El vallisoletano usa el inglés en su trabajo, y no tiene reparos en reconocer que «es la asignatura pendiente de los españoles». Miguel Nieto tenía claro que quería irse al extranjero, y con el tiempo la crisis hizo que su opción se convirtiera en obligación. De momento no tiene pensado volver, y asegura que Dinamarca ofrece muchas más oportunidades a los estudiantes que nuestro país, y durante los próximos años seguirá necesitando a gente cualificada. El vallisoletano es optimista con la situación española, aunque cree que todos debemos ser autocríticos con nuestra responsabilidad en la crisis económica y opina que «muchos jóvenes españoles deberían motivarse más y marcarse objetivos».
Marina Vega, con 23 años, también se valió de una beca en este caso, la ayuda Séneca para mudarse a Madrid, donde lleva asentada dos años tras encontrar oportunidades que la ciudad de Valladolid niega, generalmente, a todos los estudiantes de periodismo. «Tres meses después de llegar, un profesor, periodista de la Cadena Ser, me ofreció colaborar. Dudo que en Valladolid haya oportunidades de este tipo», cuenta la vallisoletana, que actualmente trabaja en el gabinete de comunicación de una empresa privada. «En Valladolid las prácticas son pocas, están mal pagadas, y la universidad no da preparación práctica», lamenta Marina Vega, que ve en Madrid su futuro y anima a los estudiantes a «ampliar sus miras después de licenciarse».
Mención aparte merecen otros jóvenes del alfoz como Héctor Carreras o Rodrigo Gil, que dieron un paso más al cruzar el Atlántico en busca de un futuro mejor. En el caso de Héctor Carreras, diplomado en empresariales de 23 años, Brasil siempre fue su opción después de haber hecho allí un curso de intercambio. Por ello lleva un año en Aracaju, en la región nordeste del país, donde decidió mudarse porque «Brasil está creciendo muchísimo y ofrece mucho trabajo bien pagado, las perspectivas son mejores que en Valladolid, y además, allí los europeos estamos muy valorados». De momento Héctor Carreras está esperando respuesta de varias empresas, entre ellas una multinacional española, y afirma que «si todo va bien, tardaré en volver».
Por su parte, Rodrigo Gil, de 24 años de edad, vio en Méjico la oportunidad de continuar su carrera como técnico de sonido después de estudiar en Valladolid y posteriormente en Madrid. Allí, en Ciudad de Méjico, lleva casi un año trabajando como ingeniero de sonido en la grabación de comerciales, y pronto comenzará a rodar documentales. «Me fui por la falta de trabajo que hay en mi sector. Allí me salió trabajo a los quince días de llegar, y desde entonces no he parado», reconoce Rodrigo Gil. El joven lagunero piensa permanecer, de momento, en Méjico, aunque no descarta desplazarse a algún otro país. Desde allí asegura que «los emigrantes nos alejamos de España, pero no nos olvidamos de ella», con lo que afirma seguir pendiente de «un cambio político y social que el país necesita».
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