GONZALO ALCALDE
Sábado, 17 de marzo 2012, 11:29
Si quieren hacerse una buena idea de la amplitud e inmensidad que representa la diáfana comarca castellanoleonesa de la Tierra Campos, hoy les voy a proponer que se desplacen a la pequeña población de Autilla del Pino, que dista poco menos de diez kilómetros de la capital palentina. Desde este balcón natural, podrán admirar la rasura horizontal e infinita de estos campos de tierra que tan bien y críticamente describiera Jesús Torbado en su libro 'Tierra mal bautizada' (Ámbito 2001).
Publicidad
Me contó hace unos años un viejo del lugar que a la Tierra de Campos «la hizo Dios así de plana para tenerla siempre vigilada», y no se equivocaba, pues solo desde este imponente mirador de Autilla se divisan más de veinte poblaciones desperdigadas por la infinita inmensidad de esta estepa cerealista.
Pero Autilla del Pino no es solo el mirador, es también un pueblo, y un pueblo vivo que mantiene todavía a un buen número de sus habitantes y a otros que allí han instalado su segunda vivienda.
Siempre nos merecerá la pena darnos una vuelta por sus afamados merenderos instalados en las bodegas-cueva de su cuesta, visitar el arco de la antigua muralla junto al Ayuntamiento o la iglesia parroquial de la Asunción, así como acercarnos hasta las eras del pueblo para ver la ermita o las singulares casetas cupulares edificadas en piedra seca.
Pero si desde este mirador de Autilla nos echásemos ladera abajo, poco tardaríamos en toparnos con Villamartín y su pedanía de Revela de Campos. Allí nos esperan en las eras algunos de los que fueron los más grandiosos palomares tradicionales de la provincia de Palencia, aunque hoy algunos ya están en ruinas y rodeados de escombros y basura.
Desde allí divisaremos la espada de la iglesia parroquial de El Salvador, y no lejos de ella, la fachada barroca del palacio de los Martín-Ovejero, que sigue esperando a convertirse en establecimiento hostelero.
Publicidad
No muy lejos de Villamartín, anda Grijota, por donde pasa el Canal de Castilla, que se parte en dos en El Serrón y se pone a hacer espumas en las esclusas 29 o en la de la fábrica de harinas de La Treinta, ya que antes se ha hecho volandero al discurrir por encima del acueducto del Puentecincojos.
Dándonos una vuelta por la villa, veremos que las que en otro tiempo fueron las eras de este pueblo de panaderas, hoy están ocupadas por chalés, un campo de golf y piscinas, pero la que sigue inamovible y plantada en la Plaza Mayor es su iglesia parroquial de la Santa Cruz, así como la sencilla ermita protogótica de Nuestra Señora de los Ángeles, con su ajardinado parque.
Publicidad
Desandando lo andado, buscaremos el camino de Mazariegos, y no para conocer a su afamado herrero, que ya no está allí porque perdió el oficio, sino más bien para intentar encaramarnos a la torre-mirador que se ha levantado en la que fuera antigua estación del maltratado y expoliado ferrocarril de vía estrecha del Secundario de Castilla, que en este pueblo de Mazariegos tenía apeadero, y que es otro excelente mirador al infinito de estas tierras de Campos.
Si lo conseguimos, desde esta atalaya artificial divisaremos perfectamente la superficie lacustre de la próxima Laguna de La Nava, así como a las numerosas colonias de aves acuáticas que allí residen, pues nadan mejor que vuelan. Eso sí, sirviéndonos de un telescopio que se ha instalado en la parte más alta de la plataforma. En cambio, para ver la imponente fábrica templaria de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción no necesitaremos ningún aditamento, pues la veremos orgullosa sobresaliendo por encima del casar de la villa.
Publicidad
Ahora, para ubicar Autillo de Campos, punto final de este recorrido, sí que volveremos a necesitar un catalejo o unos prismáticos, y eso que los que sabemos situarnos en esta inmensidad rasa de la Tierra de Campos no tendríamos mucha dificultad para localizar la imponente torre exenta de cuatro cuerpos de su iglesia parroquial de Santa Eufemia. Un curioso edificio neoclásico del siglo XVIII, que se ha pretendido también que ejerciese como mirador sobre esta parte de la Tierra de Campos, lo que por ahora no se ha conseguido.
Visitar este templo siempre merecerá la pena, pues por allí dicen que queda memoria de un ilustre hijo de la villa, Francisco de Reinoso, abad de Husillos y posterior obispo de Córdoba, al que los cordobeses responsabilizan de que una buena parte de la conocida mezquita andalusí desapareciese para dejar espacio a la actual catedral renacentista, cosa que no parece del todo cierta, aunque ya en aquel tiempo alguien sí criticó el hecho y manifestó a Carlos V aquello de «habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes».
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.