La noche de los 100 puntos
Hace exactamente 50 años, Wilt Chamberlain logró con los Philadelphia Warriors la mayor gesta anotadora de un jugador en la NBA
Arturo Posada
Viernes, 2 de marzo 2012, 14:29
«¡Lo consiguió, lo consiguió, lo consiguió!», bramó con emoción Bill Campbell, locutor de la radio WCAU. Los 4.124 espectadores del frío y semivacío pabellón de Hershey (otros 4.000 asientos libres), a 144 kilómetros de Filadelfia, acababan de contemplar la mayor hazaña individual del baloncesto NBA. Wilt Chamberlain coronó con un mate a 46 segundos del final una anotación redonda y legendaria: 100 puntos. Ocurrió hace exactamente medio siglo, el viernes 2 de marzo de 1962, en el encuentro que los Philadelphia Warriors de Chamberlain ganaron a los New York Knicks (169-147).
Aquella fue una noche sin cámaras de televisión, sin prensa de Nueva York desplazada a Hershey, con un solo fotógrafo, Paul Vathis, disparando su cámara en el momento cumbre. Supuso el inicio de una nueva época en un deporte en el que existía una cuota tácita de cuatro jugadores negros por equipo. Wilt Chamberlain, de 2,17 metros, 25 años, con un cuerpo todavía estilizado y no hipertrofiado por las sesiones de pesas, cambió el rumbo de una NBA que buscaba una identidad propia.
La noche de los 100 puntos comenzó como otra cualquiera a las 20:45 de aquel viernes, en Hershey, la Ciudad del Chocolate. El escritor Gary M. Pomerantz lo refleja de forma documentadísima en el libro 'Wilt, 1962: la noche de los 100 puntos y el amanecer de una nueva era'. El día del encuentro, Wilt Chamberlain (1936-1999) dejó a su cita femenina a las seis de la mañana en su casa de Queens. Venían del Big Wilt's Smalls Paradise, el local que Chamberlain regentaba en el barrio neoyorquino de Harlem. Chamberlain (apodado 'The Dipper', que puede hacer referencia a su facilidad para meter canastas hacia abajo y también a la Osa Mayor, 'Big Dipper' en inglés americano) fue al partido por su cuenta, en un flamante Cadillac, mientras el resto de los Philadelphia Warriors se desplazaba en autocar.
Periódicamente, los equipos NBA jugaban en localidades periféricas con la idea de captar más público y por eso aquel choque, en el tramo final de la temporada regular, se disputó en Hershey. The Dipper tenía una posición favorita en la cancha: abajo, cerca de la canasta, al lado izquierdo. Sus primeros dos puntos aquella noche llegaron tras captar un rebote y machacar el aro.
Chamberlain anotó los cinco primeros tiros y los Warriors abrieron una brecha de 19-3, con trece puntos del inolvidable pívot. Al final del primer cuarto, The Dipper sumaba 23 puntos, 7 de 14 en lanzamientos de campo, diez rebotes y una estadística sorprendente para él: nueve de nueve en tiros libres.
Durante su época en la Universidad de Kansas, Chamberlain cogía carrerilla y saltaba para anotar con facilidad (normalmente con un mate) los tiros libres tras las faltas personales. La NCAA cambió las normas para que los pies permanecieran por detrás de la línea. En 1962, era el peor lanzador de tiros libres de su equipo y de los peores de la NBA. En la época del choque de los cien puntos los lanzaba 'a cuchara' (con el balón saliendo desde abajo, a la altura de las rodillas). Al final del segundo cuarto, Chamberlain contaba con 41 puntos, nada extraño en él, pero su estadística de tiros libres sí resultaba inaudita (13 de 14).
Después de un nuevo poco estético tiro 'a cuchara', el locutor del pabellón, Dave Zinkoff, anunció por megafonía que Wilt Chamberlain había alcanzado los 50 puntos. Era su promedio: en la campaña 1961-62 anotó 50,4 puntos por partido, otro récord absoluto de la NBA al que nadie se ha aproximado.
Los aros que chupaban
En el libro de Pomerantz se ofrece una explicación de aquel sorprendente acierto de Chamberlain desde la línea de personal, algo que se había repetido en otros partidos disputados en el pabellón de Hershey (inaugurado en 1936, el mismo año que nació The Dipper). Cuando el circo llegaba a la Ciudad del Chocolate, los payasos empleaban las canastas del pabellón para sus actuaciones. Los espectadores se impulsaban con trampolines para colgarse de los aros y balancearse antes de caer en una colchoneta. Los aros perdieron su dureza y se convirtieron en soportes suaves, auténticos imanes para los balones. Aros que chupan, en el argot del baloncesto.
En medio del Hershey Sports Arena se escuchaba la máquina de escribir Olivetti del periodista Harvey Pollack, que tenía una noche cargadita. Debía redactar crónicas para su agencia habitual (United Press) y también para Associated Press, que andaba corta de efectivos aquella noche. Además, debía elaborar una tercera crónica para 'The Philadelphia Inquirer' ya que el periodista habitual de este diario no había hecho el viaje hasta Hershey. Pollack recibió una nota del Inquirer: debía detallar cada tiro de campo que lograse Chamberlain. Otros dos redactores de Filadelfia cubrían el partido para 'The Daily News' y 'The Evening Bulletin', pero sin máquinas de escribir. Sus horas de cierre les permitían más margen.
Wilt Chamberlain andaba ya por los 60 puntos, cerca del récord que él mismo poseía (78 puntos, logrado después de tres prórrogas ante los Lakers). El tercer cuarto acabó y Chamberlain resplandecía con 69 puntos. En la grada, el fotógrafo Paul Vathis miraba al viejo marcador, concebido para el hockey, y al parqué de madera de arce. Optó por salir un momento. En su coche guardaba una cámara MamiyaFlex. Acaba de dejar de ser un simple espectador.
Sesenta y nueve puntos. The Dipper entraba en territorio inexplorado. Como explica Pomerantz en su libro, los espectadores experimentaban la misma sensación que les había electrizado diez días antes al ver al astronauta John Glenn orbitar la Tierra en una nave espacial a 28.000 kilómetros por hora.
Un grito empezó a recorrer el Hershey Sports Arena: 'Give it to Wilt', 'dádsela a Wilt'. Los jugadores de los Knicks, como Richie Guerin, consideraban que los Warriors estaban rompiendo un código: no se humilla al rival. Chamberlain batió el récord con un tiro inhabitual. Un lanzamiento frontal desde el círculo. 79 puntos. Los Warriors lideraban el marcador por 141-124.
Pero The Dipper quería algo más que batir su propia plusmarca anotadora. Buscaba los tres dígitos. La prueba de su grandeza, satisfacción para un ego desmesurado, en la tradición de la cultura negra de responder con impresionantes hazañas a las humillaciones, como escribe Gary M. Pomerantz. Ya lo había demostrado en el instituto de Overbrook, al anotar 90 puntos en un partido de 32 minutos.
En el Hershey Sports Arena el olor del chocolate, perritos calientes y palomitas se mezclaba con el humo de los Parliaments, Marlboros y Lucky Strikes. Los Knicks marcaban a Chamberlain con cuatro jugadores y hacían faltas a los bases de los Knicks para que el balón no le llegase. Los Warriors apenas defendían, los Knicks apenas atacaban. Niños y adultos se acercaban gradualmente a las primeras filas. Al fotógrafo Paul Vathis le quedaban 20 fotos en el carrete y tenía que guardar algunas para el final. Con 1:01 minutos por jugar, Chamberlain sumaba ya 98 puntos tras un mate lleno de fuerza. Dos tiros fallados llevaron el 'oooohhh' a las gradas. Con 50 segundos por delante, Joe Ruklick le dio la asistencia definitiva. Chamberlain se elevó por encima del aro y Bill Campbell gritó por la radio: «¡Lo consiguió, lo consiguió, lo consiguió!».
Quedaban 46 segundos. La pista se llenó de hinchas entusiastas. Varios minutos después se reanudó el juego. El partido acabó 169-150, pero en la confusión los Knicks perdieron tres puntos en el marcador oficial (169-147) sin que nadie haya podido explicar por qué. Eran las 23:15. Aquella noche The Dipper había tenido la pelota más de 125 veces (36 de 63 en tiros de campo, 28 de 32 en tiros libres, 25 rebotes, dos asistencias y dos faltas).
Después de fotos y celebraciones, Bill Campbell vio a Chamberlain subirse a su Cadillac con un acompañante inesperado: el ala-pívot de los Knicks Willie Nauls. Juntos, los dos jugadores negros recorrieron la noche de Pensilvania con destino al Big Wilt's Smalls Paradise, el garito de Chamberlain en Harlem, en busca de diversión y compañía femenina. The Dipper se durmió a las 8:00 de la mañana del sábado. Se despertó a las 10:30.
Su gesta quedó relegada a las páginas interiores de los periódicos. Hoy, 50 años más tarde, aquella noche pertenece a la leyenda.
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