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El actor Johnny Depp interpreta al capitán 'Jack Sparrow' en una escena de la película 'Piratas del Caribe: el cofre del hombre muerto'. :: REUTERS
LOS CUATRO CANTONES

EL ANEXO DE JACK SPARROW

«El Gobierno se ha propuesto combatir la piratería a golpe de prohibido y piensa colocar una boya para evitar las descargas de Internet»

BEA GÓMEZ GONZÁLEZ

Domingo, 13 de diciembre 2009, 02:09

«YO no soy honesto. Y de un hombre que no es honesto sólo se puede esperar que no sea honesto. Honestamente, es con los honestos con los que hay que tener cuidado, ya que nunca puedes prever cuándo harán algo extraordinariamente estúpido». Eso fue exactamente lo que dijo 'Jack Sparrow' -el gran Johnny Depp de 'Piratas del Caribe'- mientras trataba de blandir el timón de 'La perla negra'. Y es que, visto lo visto, y tal y como están de revueltas las aguas y de difusos los límites fronterizos de sus costas, lo mejor, como señalaba el bueno de 'Sparrow', es no fiarse ni del loro, por más honesto y sensato que éste parezca.

Y es que parece que ahora, en pleno siglo XXI, la piratería ha cogido por sorpresa a este país peninsular nuestro y nos afanamos en ponerle diques a ese mismo mar que nos rodea. Parece absurdo, pero es así. Parece inverosímil, suena incluso hasta a chiste, pero es extraño que un país que tiene en rededor tantas aguas y tantos mares no tenga, sin embargo, un bagaje marítimo representativo, ni político, ni sociológico ni siquiera cultural. No me digan que no es paradójico, por ejemplo, que siendo como somos una península, no contemos apenas con obras pictóricas o escultóricas que reflejen la vida del mar y sus gentes -exceptuando las amables y cursis pinceladas que retrataron las orillas de Sorolla, en las que además el mar era mero ornamento costumbrista-. No me digan que no es insólito el hecho de que la obra literaria más universal escrita en nuestra lengua y en nuestra península sea una especie de 'road movie' desarrollada en la esteparia y árida planicie castellano-manchega, y que las poquísimas novelas de mar que ha producido el castellano no sean, en realidad, muy tenidas en cuenta por las historias de la literatura -como algunas obras de Baroja-.

No es de extrañar que, con este desconocimiento del mar, de su cultura, de sus gentes, de sus recovecos y de sus trampas, se nos acabasen colando por estos 7.880 kilómetros de costa que nos rodean un par de tibias y una calavera. Pero, claro, ver en el horizonte una sola bandera sospechosa se nos hacía como raro, así que ahora el pendenciero navegante no parece ser sólo somalí, sino que hay otro que urde sus tretas en un mar mucho más bravo, más abierto y más voraz: el del ciberespacio.

Y por eso mismo, el Gobierno se ha puesto a izar las velas y levar el ancla de su buque invencible antipiratas, extrañamente llamado Anexo del Anteproyecto de ley de economía sostenible. Es raro, sí, pero qué quieren que les diga, cada quien llama a su barco como le da la gana. El caso es que, como si de la marina inglesa se tratase, este Gobierno nuestro se ha propuesto combatir la piratería a golpe de prohibido, y piensan colocar una boya de ésas, de las de prohibido, en la cresta de cada ola internáutica que huela mínimamente a descarga. Pero, claro, cuando se pretende legislar con la sospecha en una mano y el mazo en la otra, se corre el riesgo de ver cachalotes en el plancton y morralla en los tesoros escondidos.

Carta blanca en Internet

Por eso, el buque ése del Gobierno que tiene nombre tan largo parece querer tener, sospechosamente, carta blanca en los mares del ciberespacio, y ostentar la potestad de la existencia de los otros buques, de cada web, cada blog, cada foro y cada portal que le huela, aunque sea de lejos, a parche en el ojo y a botella de ron.

Así que, como es normal, el resto de los barcos, pero también las barquichuelas que navegamos por el ciberespacio marítimo que el buque Anexo nos quiere fiscalizar, hemos puesto el grito en el cielo y el ojo en un catalejo desde el que nos ha parecido ver, a lo lejos, una seria maniobra pirata contra los piratas, sí, pero también contra las patas de palo, los loros, el ron y los garfios. El buque Anexo, como era de esperar, ha sido recibido con los brazos abiertos por la SGAE, que es esa cosa con nombre sibilino que, en efecto, lo es, y que acumula más beneficios a costa de la propiedad de autor -lo de intelectual lo dejamos para otro día- de los que podría imaginar el propio 'Jack Sparrow' en sus mejores sueños.

El mar del que quiere hacerse dueño el buque Anexo es un mar que va, poco a poco, democratizando la creación y convirtiendo en autores a más navegantes de los que cualquier asociación con nombre sibilino sería capaz de controlar. A los creadores masivos que copan el mercado no les basta con formar parte de la cultura dominante, sino que también quieren dominarla económicamente. Por su parte, los creadores independientes, los blogueros, los modestos administradores web, o los simples usuarios que quieren compartir sus creaciones, ven en el mar infinito de la web el lugar ideal para lanzar sus obras, al tiempo que la 'C' del celoso Copyright de los grandes tiburones mercantiles se hace pequeña frente a la fuerza de muchos pequeños creadores. Por favor, pirateen mis canciones, reza más de un enlace en Internet.

Mientras tanto, ya lo saben, el mensaje del Gobierno, más que tranquilizador, es inquietante, y recuerda sospechosamente a aquel otro que 'Jack Sparrow' lanzó mientras se disponía a piratear una nave: «Mantened todos la calma, estamos tomando posesión de este navío». Pues eso mismo.

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